Ahora los defensores de los peores genocidios pretenden en España ilegalizar organizaciones constitucionales y prohibir por ley verdades históricas. A la ilegalización de una "fundaciones franquista" seguirá otra que lo sea menos. Después les tocará a los partidos. Y de repente verán los españoles que somos franquistas todos los que no seamos ellos.
Yekaterimburgo, 17 de julio
- Los defensores de los peores genocidios se erigen en España en autoridad moral
Esta noche se han cumplido los cien años de la matanza de Yekaterimburgo. En las primeras horas de la madrugada hizo un siglo exacto del momento en que un grupo de bolcheviques despertaba en sus dormitorios de la casa del comerciante Ipatiev al depuesto zar Nicolás II, a su mujer, la zarina Alejandra, al heredero Alexei y a sus hermanas Olga, Tatiana, María y Anastasia. Les ordenaron vestirse para ser trasladados y los condujeron a un pequeño cuarto en el que Yakov Yurokvski, el comandante, leyó la sentencia. "Nikolái Aleksándrovich, en vista del hecho de que tus parientes continúan con sus ataques a la Rusia Soviética, el Comité Ejecutivo de los Urales ha decidido ejecutarte". Los guardias dispararon sin darles tiempo ni a santiguarse.
Fue una carnicería. Dos hijas seguían vivas pese a los disparos a quemarropa. Las balas rebotaban en joyas cosidas a la ropa para portar un valor si llegaba el ansiado rescate. Se usaron las bayonetas.
Cien años hace de aquella matanza que marcó definitivamente la senda del terror y el crimen de la revolución bolchevique y el comunismo. Se izó la bandera del exterminio como principal enseña de la ideología. Asesinado el Zar con toda su familia, ya era fácil matar a cualquiera. Cien años y más de cien millones de muertos ha causado esta ideología de la igualdad y la redención terrenal. Y sigue sumando esa cuenta interminable hoy mismo con los estudiantes que caen bajo las balas de los sicarios de Daniel Ortega en Nicaragua o Nicolás Maduro en Venezuela. En el magnífico libro de Federico Jiménez Losantos, "Memoria del comunismo; de Lenin a Podemos" tiene el lector español hoy un amplio y documentado recorrido de este siglo de brutalidad total. En español no había obra tan ambiciosa sobre el comunismo. Los libros imprescindibles para entender la mayor ideología criminal jamás habida como el "Archipiélago Gulag" de Alexander Soljenitsin o "El cero y el infinito" de Arthur Koestler o tantos otros son poco conocidos y menos leídos, porque la hegemonía cultural izquierdista evita que la verdad sobre los comunistas se abra paso.
En España es especialmente grotesco esa falta de alerta ante el comunismo. Que no sufren, por supuesto, los europeos orientales. Hace veinte años, el gran Vaclav Havel quiso acabar con esa absurda diferencia de trato entre nazismo y comunismo. La Declaración de Praga que firmaron relevantes intelectuales y políticos exigía la equiparación de las dos ideologías criminales. La socialdemocracia europea neutralizó aquella justa iniciativa. Esa perversión tiene hoy en España efectos obscenos: dirigentes comunistas ofician de autoridad moral en casi la totalidad de los medios. Son políticos que aplauden a los verdugos de Ekaterimburgo. También a sus émulos en España. Cargos oficiales homenajean, por el hecho de ser comunistas, a asesinos y torturadores fusilados cuando perdieron la guerra. Gobiernan en ciudades y regiones, son socios del Gobierno de España y justifican cien millones de asesinatos de inocentes.
Imaginen a un gobernante justificando Auschwitz. Desaparecería en minutos de cargo y vida pública. Pues en España gobierna gente que justifica exterminios veinte veces mayores. Son los comunistas y sus compañeros de viaje. Su sueño del mundo feliz siempre fracasa. Bajo montañas de cadáveres. Pero siempre surgen nuevos convencidos de que el comunismo solo fracasaba antes porque no estaban ellos. Rodeados por quienes medran de esas redes de ideología y resentimiento compartido. Ahora los defensores de los peores genocidios pretenden en España ilegalizar organizaciones constitucionales y prohibir por ley verdades históricas. A la ilegalización de una "fundaciones franquista" seguirá otra que lo sea menos. Después les tocará a los partidos. Y de repente verán los españoles que somos franquistas todos los que no seamos ellos.
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