Mbappé, sangre caliente... y blanca
Quien manda es Leo Messi y lo hace siguiendo exactamente las mismas pautas que aprendió y puso en práctica en el Fútbol Club Barcelona: o conmigo o contra mí. Por eso me alegro. Me alegro de que, cuando tiene ocasión clara para hacerlo, Neymar no le dé el pase definitivo a Mbappé y me alegro de que eso genere tal frustración en el crack francés que no tenga más remedio que convulsionar delante de todos. Me alegro de que eso le vaya a generar a Pochettino un conflicto serio que ya no sólo tiene la vía de agua abierta de Kylian sino también la de Donnarumma, de quien ya se especula que ha pedido salir cedido: Keylor es un portero fantástico y un relaciones públicas más fantástico aún. Me alegro de que al equipo parisino le esté costando tanto encajar las piezas (y eso sin Messi y sin Ramos) que la tensión haya saltado por los aires.
Me alegro porque es tremendamente injusto para Mbappé, que expresó en público con su negativa reiterada a aceptar la millonaria renovación y también en privado cuando Leonardo le pidió una explicación que se quería ir al Real Madrid.
Me alegro porque, pese a lo que dicen los propietarios del PSG, el equipo blanco lo hizo todo bien, yo diría más que bien, ofreciendo casi 200 millones de euros por un jugador que queda libre en junio y que puede negociar con quien quiera desde el 1 de enero. El Real Madrid fue muy generoso, habrá incluso quien piense que demasiado, pero el PSG trató a Mbappé como si fuera un huevo de Fabergé, un jarrón de la dinastía Ming, un violín de Stradivarius. El PSG, que se llena siempre la boca exigiéndole respeto a los demás cuando él no lo tiene con nadie, trató a Mbappé, que es un deportista de élite, como si fuera una cosa. El PSG, que le prometió unas cosas al chico, simplemente lo engañó y el jugador fue exhibido, estafado, ninguneado, como si no tuviera el timón de su propia vida y no pudiera gestionar su carrera profesional a su gusto, como si fuera otro caballo del emir, un capricho de un millonetis. Por eso me alegro.
También me alegro porque pienso que el enfado mayúsculo de Mbappé, hoy forzosamente matizado durante el entrenamiento porque el chico es plenamente consciente de que le quedan aún 8 meses por cumplir en La Bastilla, es otro síntoma claro más de que ha decidido dónde quiere jugar al fútbol a partir del próximo 1 de julio, y no es en el PSG. Sabe que el Real Madrid hizo todo lo humanamente posible y que ofreció por él una cantidad de dinero que está absolutamente fuera del mercado: nadie vale 200 millones por 9 meses. Me alegro por todo esto pero aún me alegraré más si al PSG le va rematadamente mal en la Champions, que es su único objetivo. El PSG vive por la Champions, existe por ella, respira por la Copa de Europa, es la obsesión de Qatar. No han fichado a Messi para ganar la Liga de chicle francesa, esa la ganan con cualquiera, no se va a interponer el Clermont o el Angers.
Han retenido a la fuerza a Mbappé porque, al ser nuevos ricos, piensan que la sobreabundancia de talento va a solucionarles las cosas y no es así. La sobreabundancia de talento en el campo puede solucionarte las cosas si sabes ajustarla, que no parece ser el caso aún, pero la sobreabundancia de talento en el banquillo o, como sucedió el otro día, la batalla de egos es capaz de matar por sí sola a una plantilla. Por eso me alegro. Me alegro de que Mbappé demuestre que le corre sangre por las venas y me alegro de que esa sangre sea, como no podía ser de otro modo, caliente... y blanca. Messi ordena y manda, ya tuvo otros ujieres antes, Mascherano o Pinto sin ir más lejos. Eso sí, cada vez los tiene de más calidad. Ahora el ujier de Messi se llama Neymar y el objetivo del clan, como ya pasara en su día con Griezmann, no es el de integrar sino precisamente el contrario, el de desintegrar al que se acerque al líder. Por eso me alegro. Y me alegraré aún más.
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