"..Tras cerca de treinta años en manos de don Ricardo Gallardo la vacada ha tomado sus propias señas que en nada o casi nada se asemejan al tronco del que se desgajaron.."
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Tras tanto Fuente Ymbro como llevamos en las costillas, al fin podemos decir que hoy la divisa verde ha echado en Madrid un encierro sobresaliente por serio, bien presentado y pleno de matices, con su porción de mansedumbre, de mala uva, de entrega y de imprevisibilidad. Lo que se dice una corrida de toros, en la que las condiciones del que se acababa de lidiar en absoluto presuponían nada respecto del toro que vendría después. Estamos hablando de la que, sin duda alguna, es la más interesante corrida de toros que ha lidiado en Madrid don Ricardo Gallardo, compuesta por cinco animales de guarismo 8 y uno de guarismo 9 serios, astifinos, bien criados, que en nada recordaban al remoto parentesco de esta vacada con los Jandilla con los que se formó.
Tras cerca de treinta años en manos de don Ricardo Gallardo la vacada ha tomado sus propias señas que en nada o casi nada se asemejan al tronco del que se desgajaron. Habrá por ahí quien diga que si el tercero era elipométrico y subconvexo, o que si el segundo tenía mucho morrillo y poca papada, pero el hecho es que la trazabilidad de Jandilla en los Ymbro es de lo más dudosa, y en cuanto al comportamiento, no digamos. Para que se note la diferencia de manera bien neta, nótese que ayer en Jerez se dio una de Jandilla (de los del hierro con la estrella de Alférez Provisional) que mataron Talavante, Roca Rey y Pablo Aguado, y para estos Jandilla/Gallardo de hoy en Madrid se han traído a El Fandi, Román y Leo Valadez, para quien lo quiera entender.
El primero de la tarde se llamaba Jurista, como esos charlatanes que salen en la radio diciendo una cosa y la contraria, y su número era el 78, con más cuajo que un Catedrático de Romano de la extinta Universidad Central, que fue saludado con palmas por la «minoría social» que hoy ocupaba los tendidos, mientras ciertos exégetas se dedicaban a vislumbrar sus bondades, dado que este toro le correspondía a Fandi, que, como es bien sabido, arrastra la fama de resultar siempre agraciado en los sorteos. Su paso par el caballo enfaldillado no fue lo que se dice glorioso, pues dejó ver de manera bastante clara que no mostraba la menor afición a que le pinchasen con una acerada puya en el espaldar o donde cayera.
En banderillas la cosa cambia, y ahí el animal ya se pega sus trotes anticipando su disposición embestidora, que se manifiesta durante su encuentro con la muleta de Fandi que le receta su infalible bálsamo, compuesto de temple y muñeca, sin quebrantar al toro, con el que va labrando su faena en la que trata de mantener al toro en movimiento e ir ligando sus series. Es su forma de torear y está muy lejos de lo que nos enloquece, pero hay que reconocer que Fandi hace muy bien lo que sabe hacer y que eso no está muy lejos de lo que hacía Espartaco, que tanto éxito tuvo. La clave del trasteo está en la izquierda, aunque el toro recibió muchos pases por ambas manos. Con media estocada envió al tal Jurista a manos de la jurisdicción contencioso-administrativa.
El segundo, Orgulloso, número 77, nos puso en pie cuando a base de riñones se echó al penco sobre la espalda y lo derriba a base de riñones. Ángel Rivas salta airosamente y evita la caída y, cuando muchos pensábamos que el segundo encuentro estaría marcado por la palabra «venganza», Ángel agarra arriba el puyazo, al que el toro se había arrancado con brío, midiendo el castigo. Toro a más en banderillas, acaso por estar poco picado, ve a Román ponerse a larga distancia a citarle con la izquierda, y ese ejercicio de generosidad del torero para con el toro y para con el público hay quien no lo entiende, pues ahora hay cierto público que, anestesiados por las retransmisiones de la TV, sólo conciben el toreo en la corta distancia, que es el que a la TV conviene. Román enjareta tres valiosas tandas en la larga distancia en las que aguanta la embestida con firmeza, sin descomponerse y sin menearse. Luego ya más en corto va labrando su faena, faena a más, faena compacta y estructurada de manera clásica, con una honda y mandona tanda por el derecho y el alegre final por bajo rematado con una airosa trincherilla. Ejecuta la suerte suprema con arreglo a las normas del arte y la estocada queda acaso algo contraria por lo que el toro tarda en morir. Oreja para Román y palmas sinceras para Orgulloso, un espléndido toro bravo reconocido como tal por la «minoría social».
Con el 190 herrado a fuego salió Hechizo, para Leo Valadez. Por dos veces entra al caballo con vigor, metiendo la cara abajo y con todo su empuje y demuestra sus condiciones en el segundo tercio, mostrando que su personalidad nada tiene que ver con el toro anterior. Valadez no presenta ni la solvencia técnica de Fandila ni la claridad de ideas de Román y lo que va saliendo de su muleta es un puro gazpacho de enganchones, sin que apenas obtenga un muletazo limpio, en un tempo acelerado, un poco histérico y desde luego muy poco sosegado, y de esa disposición acelerada se va contagiando el toro, convirtiéndose la faena en una jaula de grillos en la que cada cual va por su lado hasta el momento en que Hechizo prende a Valadez por la pierna cuando le estaba pasando con la derecha. Una vez repuesto vuelve a la cara del toro para acabar su obra con un espadazo en el que, incomprensiblemente, se queda en la cara del toro recibiendo un fuerte golpe en el hombro que le saca de la corrida.
El toro reseñado en cuarto lugar fue Tremendo, número 83, otro tío corniveleto, serio y cuajado que no se luce en el primer tercio de manera especial, acaso por las malas trazas de José Manuel González, que intenta saltar al callejón y que pone en dificultades a Fandila al banderillearle, metiéndole en el burladero del 9, literalmente, en el primer par. Una vez aquerenciado en ese terreno, da lugar a los mejores pares de la tarde, al sesgo, esperando una barbaridad, teniendo el toro toda la ventaja, hace que Fandi tenga que consentir mucho y arriesgar lo suyo para dejar los dos pares, de similar factura, el segundo de ellos al violín. De nuevo en el tercer tercio vuelve Fandila a poner en marcha su manera de torear, sin recibir un solo enganchón en la gran cantidad de muletazos que ha dado, llevando al toro en viajes largos y mandones, en una faena marcada por el pitón derecho, que era el más claro y con esa descolocación que no le abre puertas ni afectos en Madrid. Una vez más Fandila hace ver al toro como mejor de lo que es e incluso hay gentes sensibles entre la «minoría social» que aplauden a Tremendo en su arrastre.
Para contradecir el conocido dicho salió Oficial, número 83, en quinto lugar, que escarba, cumple en el caballo sin alharacas y en banderillas hace hilo con César Fernández, sin que haya nadie cubriendo al peón, y le atropella sin consecuencias. La guasa del toro viene a partir de ahí, cuando Román se planta frente a él y este Oficial le empieza a enviar netos mensajes de peligro. Román no se amilana y, siempre excelentemente colocado en el sitio donde los toros pegan fuerte, plantea su pelea maciza, de torero macho, aguantando miradas petrificadoras, parones en el centro de la suerte y otros tipos de incertidumbre, sacando los muletazos de uno en uno, buscando la ligazón casi siempre imposible, y apabullando a Las Ventas con la verdad de su toreo firme y valeroso, exponiendo su cuerpo al previsible derrote del animal y dando una lección de cómo se torea contra el viento y la marea de un animal que no está dispuesto a regalar nada y al que todo hay que sacárselo. Román ha cuajado hoy en Madrid su tarde más completa con los mimbres más viejos del arte de torear: la colocación, la verdad, el valor, la decisión, el arrojo. De nuevo ejecuta bien la suerte con el acero, pero la espada queda trasera y el toro tarda en morir una barbaridad, escuchando dos avisos y recibiendo el aplauso unánime de la famosa «minoría social», que casi llenaba la Plaza, en una clamorosa vuelta al ruedo de ley.
El sexto, Adulador, número 234, fue a manos de Fandi por hallarse Valadez en la enfermería. Es otro toro muy serio de excelente presentación, que mete bien la cabeza en el peto y que no da problemas a los banderilleros, galopando con presteza. En la muleta reiteraremos lo que se ha dicho de Fandila en sus dos toros anteriores: temple y muñeca, falta de colocación y poco quebranto al toro, lo que redunda en que el animal dure más en sus embestidas y no se ponga receloso al ser citado con la franela, sin que el resultado artístico de su propuesta sea capaz de conectar con el sentir del tendido.
Hubo algunos aficionados, como A., que se quedaron a aplaudir al mayoral, pero el bueno de Alfonso Vázquez ni siquiera se había venido vestido de corto y se conoce que no le apeteció salir a recoger los aplausos en traje y corbata, lo cual es bastante comprensible.
La tarde más completa de Román en Madrid
ANDREW MOORE
La flema de un David Niven en barrera
LO DE VALADEZ
LO DE FANDILA
LO DE ROMÁN
...Y EL MAYORAL
FIN
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