"..Para vérselas con las prendas toledanas seleccionadas por el veedor, habían contratado a Daniel Luque y a Víctor Hernández, y como se cayó del cartel Manzanares, que no me extraña visto lo visto el pasado 16 de mayo, se trajeron a David Galván con lo que el cartel ganaba en interés.."
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy se dio un interesante dilema en Las Ventas. Fue durante la lidia del segundo de la tarde, Afanosito, número 15, colorado, bragado, meano, girón y manso como un palomo. El bicho, atendiendo a sus inclinaciones no tenía mucho interés en los capotes en general y en ninguno de los estímulos que se le ofrecían, en particular. Su tendencia era hacia los chiqueros de donde había salido y por donde, acaso, él pensaba que podría retornar a los añorados predios de Urda, de donde le habían sacado a base de trácalas unos días antes. Se para el toro plantado en el tercio y ve evolucionar ante él a un hombre subido en un caballo que le invita a acudir al cite, pero él no tiene interés en ese cite y mira aquello desde la cautelosa distancia que su prudencia le dicta. Entonces el hombre, que se llama Javier García y a quién apodan «Jabato hijo», «Jabato», hijo de «Jabato», mete la espuela en su cabalgadura e ignorando esos dos círculos de tiza que hay pintados en la tierra se va a la jurisdicción del toro, a buscarle donde más pesan los toros, abandonando el confort de la proximidad a los tableros. El toro, al ver invadido su espacio, se abalanza, ahora sí, hacia la caballería, mientras «Jabato hijo» le coloca la acerada puya en el espaldar y el toro se la trata de quitar echando la cara arriba cobarde y violentamente y casi echando de su montura al picador, que se agarrra y consigue mantenerse en su posición, tratando de tapar la salida al cabestro. Y luego, por segunda vez, vuelve el picador a partir desde el habitual guarecimiento hacia la zona menos confortable, pasando de nuevo por encima de las rayas blancas para colocar el número dos de sus resueltos puyazos. Bravo por «Jabato», que nos trae la evocación de Charpa, los Trigo, Badila… de los grandes piqueros que salieron de la cobarde protección de las tablas a buscar al toro donde pesa, con el pecho del caballo por delante y la fe en la fuerza de su brazo manejando la vara de detener. Como es natural al pobre «Jabato» le llamaron de todo y le entonaron de manera harto injusta ese «¡qué malo eres!» los muchos ignorantes que confunden la Plaza de Toros con un campo de balompié, donde las rayas delimitan cosas realmente importantes para aquel juego. Vaya desde aquí un aplauso para el valiente picador.
Nos hace notar el inteligente aficionado J., al hilo de la suerte de varas, en cómo la ejecución de dicha suerte se va desplazando poco a poco de su lugar natural, que sería la divisoria entre los tendidos 7 y 8, la contraquerencia frente a chiqueros, hacia el 9, llegándose a picar, como hoy ha pasado, a la altura del burladero del 9, sin que se observe el más mínimo gesto por parte del alguacilillo ni de la alguacililla por corregir ese desafuero. Verdaderamente se ignora para qué están por allí esos dos «Felipes segundos pintados por Velázquez» (Foxá) en el callejón, porque ya sólo se les ve de utilidad en lo de entregar las orejas y en su tristísimo, lánguido paseo a caballo anterior al inicio del festejo.
El manso Afanosito y los otros cinco mansos que le acompañaron esta tarde en su particular exhibición del patente fracaso de sus ganaderos llevaban marcados a fuego en la nalga derecha los hierros de El Cortijillo (el primero y el segundo) y de Alcurrucén (el resto) La manifiesta condición blanda y cenagosa del primer Cortijillo le granjeó el honor de contemplar el pañuelo verde, que sirvió para que saliese un sobrero atanasio de Juan Manuel Criado, que derribó a base de riñones y de manera muy espectacular a Israel de Pedro, que quedó atrapado bajo el peso del penco y sus múltiples arreos durante unos segundos que se hicieron eternos, con el toro rondando muy cerca del hombre, dando lugar a un quite a cuerpo limpio de Juan Carlos Rey. Mansedumbre y descaste serían las principales notas del encierro que mandaron a Madrid los señores Lozano, que llevan ya más tiempo del deseable sin dar una, y eso que parecía que tenían la ganadería en la mano, pero la experiencia de los últimos años apunta más bien a que la cosa se les ha ido de madre y sin embargo no cesamos de verla anunciada en La Monumental. He ahí otra vacada que debería ser puesta en cuarentena por un tiempo.
Para vérselas con las prendas toledanas seleccionadas por el veedor, habían contratado a Daniel Luque y a Víctor Hernández, y como se cayó del cartel Manzanares, que no me extraña visto lo visto el pasado 16 de mayo, se trajeron a David Galván con lo que el cartel ganaba en interés, aunque imaginamos que a Hernández le habría hecho más ilusión que la alternativa se la diera Manzanares mejor que Luque, que a fin de cuentas si él estaba en ese cartel era para que Manzanares no tuviera que matar el primero de la tarde.
Por orden de antigüedad hablaremos primeramente de Luque, de verde hoja de cafeto y oro, que vino a interpretar su enésima función de «La ciudad no es para mí», Pedro Lazaga, 1966, y donde pone ciudad léase Madrid, que este hombre es víctima del síndrome de Emilio (Temple) Muñoz, que consiste en irse de Las Ventas con las manos vacías una y otra vez, año tras año, como dice el aficionado A. No pasa nada, porque los mercenarios de la pluma nos lo volverán a colocar como figura emergente otra vez más o las que haga falta, y aquí volverá a estar el año próximo, que cumplirá 15 años de alternativa, o acaso en la Feria de Otoño.
De su encuentro con su primero nada hay reseñable, salvo que tras su catálogo de ventajillas y descoloque optó por un final de arrimón que llegó al corazón de los más impresionables y que Luque exprimió ese arrimón todo lo que pudo y lo mismo, si llega a matar bien, hasta le hubieran pedido una orejilla de esas muy baratas que se piden ahora. A su segundo le picó «Jabato», que estaba haciendo de puerta, o sea que se picó los dos del lote. La verdad es que con el semoviente llamado Herrerito, número 27, la mejor opción hubiera sido la de salir con el estoque de verdad, haberse doblado con él y haberle despenado ipso-facto. Luque intentó echar a andar su tauromaquia luquesina y en seguida se dio cuenta de que nada había que rascar allí, por lo que tras pinchar al bicho, le dejó una estocada cualquiera que puso punto final al paso del de Gerena por la Feria.
David Galván compuso en su primer manso una faena de altibajos en la que se explaya en unos naturales y se recrea en pases de trinchera muy estéticos y poncinas de largo trazo en el epílogo de la faena. El toro no tenía cuajo ni presencia para Madrid y Galván trató de sacar de él lo que buenamente pudo. Hubo gentes que estimaron que aquello merecía una oreja y la pidieron, pero don José María Fernández Egea se puso del lado del prestigio de la Plaza y, con buen criterio, la denegó. Mejor la vuelta al ruedo que una oreja protestada.
Su segundo fue Catalino, número 206, más incierto que el primero, con el que Galván se creció no queriendo que se le escapase la ocasión de dejar su buena impronta en Madrid y dejó unos momentos de muy buen son en los naturales sacados de uno en uno. Su buena colocación y su mando hacen ver que Galván está en un óptimo momento. Con esos mimbres labra ante el manso una faena de mérito, con los consiguientes altibajos otra vez, hasta que éste se raja. El conjunto de su actuación es positivo y Galván no pierde cartel tras esta tarde tan desabrida.
Y Hernández, que se las vio con el cinqueño de Criado Holgado que tenía sus dificultades, sobre todo lo que le costaba arrancarse, y ante el cual dio una impresión de madurez, dejando algunos naturales de buen trazo y la sensación de tener la cabeza amueblada. Pongamos el defecto de lo largo del trasteo, de no ver cuándo es el momento de acabar y terminar recibiendo un aviso cuando ya todo el pescado estaba vendido y el toro ya había dicho que con él ya no contasen más para nada.
Su segundo tenía menos teclas que tocar y por eso brilló más la excelente disposición del torero, de nuevo su mano izquierda vuelve a relucir, así como la estocada hasta los gavilanes que tiró al toro sin puntilla y puso punto final a la faena que, de nuevo volvió a ser más larga de lo que dictaba la prudencia, como lo prueba el aviso que recibió, y a la corrida.
El birlibirloque de cada día
ANDREW MOORE
FIN
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