A sus 76 años el maestro Curro Montenegro se encierra con tres vacas en la finca Monte Abajo de los hermanos Núñez del término de Alcalá de los Gazules, dictando una lección de torería, al cumplirse las bodas de oro de su alternativa.
Luis Rivas.-
Para los toreros retirados del profesionalismo activo, la nostalgia y el paso del tiempo no han erosionado ese “veneno” que tienen metido en el cuerpo, desde que por vez primera tomaron un capote, una muleta y se pusieron delante de una becerra. Es un punto tan emocional, tan fuerte, que sólo ellos sienten y tratan de expresar toreando. Otros, casi a diario en la soledad de su hogar, llena de recuerdos, cogen una toalla o cualquier trapichuelo y dibujan verónicas y derechazos a ese toro imaginario. Cuando acuden a presenciar alguna faena de campo, bien sea un tentadero, se les ven ansiosos de salir a la arena de la reducida plaza de tienta. Es una fuerza interior que empuja. La casta de los toreros no admite dudas.
Para la gran mayoría, la edad no cuenta. Este es el caso del maestro Francisco Martín de los Ríos, apodado Curro Montenegro. Torero de dinastía que dejó huella en las décadas de los 50 y 60 y principio de la siguiente del pasado siglo. Triunfó en las importante plazas de España y Portugal. Tomó la alternativa en su Granada natal un 28 de septiembre de 1963, de mano de Pedro Martínez "Pedrés" y de testigo Manuel Benítez “El Cordobés" ante toros de Carlos Urquijo. Tras su retirada a mediados de los años 70 fijó su residencia en la población gaditana de Alcalá de los Gazules. Allí formó una familia, dedicándose a las labores de campo y ganado. Los ganaderos de bravo de la comarca han tenido en el maestro uno de los profesionales más experimentado, en una de las operaciones camperas más fundamentales como es el tentadero. Sabe colocar la becerra al caballo y enseñarla a embestir de manera magistral.
A sus 76 años y conmemorando sus bodas de oro de matador, se ha encerrado con tres becerras de los ganaderos Marcos y Beltrán Núñez Coronel, que dieron un juego extraordinario. En la finca Monte Abajo ha demostrado su sereno dominio en el toreo clásico, con sabor añejo. Citando en la distancia corta, dibujó en esa mañana otoñal, series de naturales lentos, con hondura, llenos de plasticidad, abrochados con interminables pases de pecho de pitón a rabo, provocando un ¡ole!, del reducido grupo de amigos que tuvieron el privilegio de presenciarlos.
A caballo se encontraba su hijo Alejandro. Buen jinete y excelente piquero. Las vacas se arrancaban galopando con acometividad, bravura, nobleza y fijeza. Después lo demostraron en los vuelos de la muleta de Curro Montenegro, quien hizo realidad aquello de que “cuando el arte se tiene, se siente el toreo de verdad”. Funcionó a la perfección ese binomio tan esencial, como es el corazón y la cabeza del maestro. Con ese autosatisfacción de saberse querido, respetado y admirado, se llevó en su corazón un día para la memoria, que no olvidará mientras viva. Hay momentos que justifican una vida dedicada al toreo. Felicidades maestro.
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