Hace unos años, en la Plaza de Toros Monumental, estuvo a punto de suceder un incidente fatal. El toro Navegante de la ganadería De Santiago propinó una cornada al matador José Tomás que estuvo a punto de causarle la muerte. El desorden generalizado, la falta de instrumental en la enfermería, la carencia de suero y sangre adecuados y suficientes, la aglomeración en el patio de cuadrillas y en el estacionamiento, agravada por el descenso inopinado del helicóptero de la policía en la explanada de acceso a la Plaza, que en vez de colaborar, sirvió para estorbar, ya que la policía impidió el desahogo de la plaza y complicó que la ambulancia pudiera salir fácilmente. Motociclistas de la policía pudieron acudir al Hospital Hidalgo y a la Clínica Guadalupe, que facilitaron instrumental y material de atención de urgencia porque la gravedad del torero no permitía su traslado sin estabilizarlo previamente. La destreza y habilidad del personal médico, así como el valor de un cirujano discreto y sencillo, cuyo nombre se mantiene en el anonimato, hicieron la diferencia entre una posible tragedia y una gravísima cornada que, una vez estabilizada, permitió el traslado y la atención subsecuente en el Hospital Hidalgo, que completó el milagro.
Yo estuve en la plaza y experimenté lo que narro, pero luego los noticieros y las grabaciones profesionales y de aficionados mostraron una serie de incidencias graves, y la información vertida y filtrada, así como las declaraciones del propio cuerpo médico, añadieron datos que acentuaron la preocupación y la certeza de que solo una conjunción afortunada de circunstancias favoreció al torero.
Existe una creencia generalizada de que introducir los dedos o un pañuelo en la herida puede detener el sangrado. Sin embargo, después de conversar con varios médicos, especialmente especialistas en trauma, parece que esta acción es de poca efectividad. El corazón funciona como una bomba, y si no se cierra el vaso sanguíneo, la fuerza del bombeo hace que la sangre siga fluyendo, especialmente en el caso de las venas, que debido a su elasticidad, se retraen. El personal de plaza, monosabios o paramédicos podrían estar equipados con un torniquete que se pueda aplicar rápidamente y que sí ayude a detener la hemorragia en caso de ruptura de un vaso mayor.
En un sangrado abundante, la hipovolemia (falta de presión que hace que el corazón bombee en falso) o la anemia aguda (falta de oxígeno suficiente para los órganos vitales) pueden causar la muerte. Ese día, al levantar al herido para trasladarlo a la enfermería, se encontraron con que el encargado abrió una puerta de la barrera en sentido contrario, lo que provocó un retraso mientras se abría la puerta correcta. La multitud que ya se apreciaba en el callejón se trasladó al patio de cuadrillas y al acceso a la enfermería, e incluso dentro de ella, donde había personal ajeno a los servicios médicos. El patio y el estacionamiento estaban literalmente abarrotados.
Cabe mencionar especialmente la falta de instrumental, pues no había ni siquiera suficientes pinzas. Según me informaron, la razón es que era muy poco común que se requirieran más de un equipo. Uno podría pensar que en seis toros y con tanto personal actuante, la posibilidad de más de una cornada es bastante alta. La enfermería carecía, aunque desconozco si ya lo tiene, de equipo de resucitación y de otros dispositivos para la atención urgente en trauma. Aun así, para un pequeño documental que se realizó posteriormente, se mostró equipo prestado como si fuera parte del equipo normal de la enfermería.
Durante un tiempo, parece ser que los toreros debían informar de su tipo de sangre y solicitar a los bancos de sangre el préstamo de unidades para tenerlas disponibles durante la corrida. José Tomás tiene un tipo raro, pero factible de conseguir. El día de la cornada, por el altavoz, se solicitaron donadores y la afluencia, aunque inútil en ese momento (ya que no se podían realizar pruebas cruzadas ni se disponía de elementos para la transfusión), agudizó el caos. La fortuna trabajó horas extras.
El lunes pasado, en una corrida accidentada hubo un incidente cuando Joselito Adame, en un exceso de confianza se descuidó ante un toro que ya le había mostrado que por el derecho se vencía y sufrió una espeluznante embestida que lo elevó tres metros. Al caer, recibió un fuerte golpe y una cornada leve, así como una conmoción cerebral. Quedó inconsciente sobre el ruedo.
Con la mejor voluntad, saltaron peones, apoderados y personal de plaza, quienes levantaron al torero sin la más mínima precaución ante una posible lesión cervical o cerebral. Ingresó a la enfermería y a los pocos minutos, sostenido por dos camilleros, salió al tercio semiinconsciente.
¿Cómo le permitieron salir de la enfermería? ¿Por qué abrieron la puerta de cuadrillas para que el torero y un grupo pasaran al ruedo? ¿Por qué abrieron la puerta del ruedo? ¿Dónde estaba la autoridad en el callejón? ¿Por qué otra vez la aglomeración y el desorden?
El colmo fue el parte médico, que mintiendo señalaba que se recibió en la enfermería con el protocolo de conmoción, pero que estaba consciente y por esa razón le pidieron no salir.
¿Cómo le permitieron incorporarse? ¿Cómo salió sin siquiera el collarín? ¿Cómo dejaron que los camilleros le llevaran? ¿Por qué no se prepara al personal de plaza y se aplican los protocolos? ¿Por qué no tenía una vía venosa permeable correctamente? ¿Cómo, sin haber descartado un diagnóstico presuntivo grave, dejaron que pasara todo eso? Los estudios confirmaron un edema cerebral.
El torero puede mandar en el ruedo, pero en la enfermería lo debe de hacer el jefe de los servicios médicos y en la plaza, el juez.
¿Para qué esperar una tragedia?
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