Miguel Báez Spínola recibió la alternativa de su padre con el toro “Albariza”, primero de la tarde. Rafael Camino Sanz del suyo, al cederle los trastos para que despachara al segundo, “Doliente”, de 530 kilos. Ambos de la ganadería de Jandilla, encaste Domecq.
Como acontecimiento sin antecedentes ni sucedáneos, la corrida del 26 de septiembre de 1987 en el anfiteatro romano de Nimes no tiene desperdicio. La idea era digna de Simón Casas en su etapa de mayor extravagancia creativa y consistía en algo tan insólito como esto: hacer que don Miguel Báez Espuny “Litri” y don Francisco Camino Sánchez, dos ilustres maestros en retiro desde hacía bastantes años, se volvieran a enfundar en el terno de luces para apadrinar las alternativas de sus hijos Mike “Litri” y Rafi Camino –así los anunció el cartel de la corrida--, como culminación de una etapa novilleril en pareja escrupulosamente cuidada, antes que nadie, por sus propios y ya mencionados progenitores; los respaldaba una escalada de éxitos como para colmar de atractivos la cita, pues no sólo de trataba de revivir fugazmente al toreo a dos veteranos de alcurnia, sino de asistir el trascendental cambio de estatus de dos probables futuros ases.
Como era natural, y más allá del resultado estrictamente taurino, estamos hablando de un suceso mediático prácticamente sin precedentes. Televisado hasta a países no taurinos, movilizó a la mayoría de los críticos que habitualmente sólo se ocupaban en las ferias mayores pero que esa vez no dudaron en desplazarse hasta Nimes para dar fe de los detalles de un festejo de por sí histórico, que entre otras cosas significaba ver por última vez vestidos de luces a dos añorados maestros de los años 60.
Ambiente ideal.
Ocupado por completo el vetusto graderío y entorilada sin novedad una terciada pero muy fina corrida de Jandilla partieron plaza las cuadrillas, verde botella el áureo terno del viejo Miguel Báez y añil oscuro el de quien fuera Niño Sabio y Mozart del Toreo, mientras los chicos coincidían en el estreno de sendos blanco y oro, fieles a los detalles escénicos según manda la tradición. Ambiente de ansiedad y esperanza, tensión y excitación al mismo tiempo.
Todo auguraba una perfecta tarde de toros, pero con ese toque especial de lo nunca visto, de lo que muy difícilmente se volvería a ver.
Y sucedió que…
Entre olés lanzados sin reservas y silencios de expectación, la jornada transcurrió amena aunque sin grandes hazañas que relatar. Se cumplió con el orden convenido: un único toro para los padres y dos para cada hijo. La tarde abrió con la alternativa del joven Litri, otorgada por el viejo Miguel Báez, el del litrazo y la faz impasible a lo Buster Keaton, que una hora y pico después romperá en llanto después de cuajar la faena del día, expulsando a saber cuántos años –uno por gaonera, otro por cada muletazo--, con el estoicismo de antaño suavizado por la sabiduría serena de la antesala de la vejez. Faena tan valiente como torera, imponiéndose a la revoltosa condición del castaño de Jandilla con reciedumbre, seguridad y mando. Y entregado volapié que sepultó el estoque en lo alto. Y para subrayarlo, la oreja más cabal de la tarde ¿Habría sido capaz el Litri explosivo de los años 50 de torear la mitad de bien que éste de tres decenios después?
Tarde más litrista que caminista. La oreja que asimismo premió la última faena del ex Niño Sabio de Camas –última de últimas—fue sobre todo de agradecimiento por haber estado ahí con toda su clase y gallardía legendarias. Le correspondió el peor bicho del reparto, calamochero y de viaje corto, y no digo que negado para el toreo porque a Camino se le habían visto hacer cosas increíbles con animales teóricamente imposibles –los berrendos de Santo Domingo, el toro del Jaral por San Isidro, el de las banderillas negras en Barcelona…--. Pero tanto tiempo transcurrido sin la presión de los machos de una taleguilla vaya que pesan. Paco lo intentó sin descomponerse y atizó una estocada eficaz. No poca cosa. Lejos, eso sí, del recuerdo del Mozart sinfónico. De lo real maravilloso.
Los noveles.
Los padrinos ocuparon la parte media de la corrida –toros tercero y cuarto—, mientras sus ahijados se encargaban de abrirla y cerrarla. Y la amistosa contienda entre los nuevos matadores se decantó por el Litri juvenil, más dispuesto y dramático en comparación con un Rafi Camino limpiamente inexpresivo, propenso además a abusar del pico de la muleta. Tal vez por eso Miguelito Báez, espectacular en su ensayo del litrazo, arriesgado en las manoletinas de rodillas, terminó por desorejar a sus dos adversarios, mientras que su colega, que ligó con finura y temple los redondos al sexto del festejo, el de mejor y más duradera embestida, se tuvo que conformar con una vuelta al ruedo luego de pinchar esa faena, buena sin más. Y que sirvió de antesala a la cuádruple salida en hombros, incluida sin duda en el libreto feliz de la corrida.
Miguel Báez Spínola recibió la alternativa de su padre con el toro “Albariza”, primero de la tarde. Rafael Camino Sanz del suyo, al cederle los trastos para que despachara al segundo, “Doliente”, de 530 kilos. Ambos de la ganadería de Jandilla, encaste Domecq.
Como quiera que sea, lo del milenario anfiteatro de Nimes aquel 26 de septiembre de 1987 supone hoy material arqueológico de primer orden.
Sumaria revista a la prensa.
Salvador Pascual haría para el semanario Aplausos este breve juicio del encierro llevado desde Jerez hasta la Occitania francesa:
“Corrida terciada de Jandilla, pero con respeto en las cabezas. Corrida apropiada para una tarde tan singular. Dieron juego desigual, destacando con mucho el sexto. Noblotes tercero y quinto, y con problemas los dos primeros y el cuarto. Cumplieron en varas y los tres últimos se ovacionaron en el arrastre”. (Aplausos, 30 de septiembre de 1987)
- Por su parte, Ángel Cebrián (El País) recreó de manera sintética lo sucedido, aunque discrepemos de su elección de la faena de la tarde, que para él fue la de Rafi al sexto.
“Pudieron los toreros sentirse como en su casa, aunque el anfiteatro romano estuviera lleno de público. Allí cabía todo, incluso la benevolencia, la tolerancia, la nostalgia, el pretérito recuerdo a los viejos maestros. Todas las circunstancias tenían acoplo en esta plaza de Nimes que hizo en definitiva suya esta alternativa millonaria. Todos a una se propusieron pasar una tarde agradable, sin que las cotas estrictas de la tauromaquia se tambalearan, al menos en exceso. De muchos toros de Jandilla se escogieron seis. El público, que estaba por la vena emotiva, aplaudió y se divirtió. Mejor debió pasarlo el presidente que alegre y contento regalaba orejas, sin ton ni son. Litri padre ofreció los trastos a su hijo y Paco Camino hizo lo propio con el suyo.
Un manso sin fuerza fue para Litri hijo. Porfió con valentía y aguantó el corto recorrido de la res a la que extrajo ceñidos derechazos y consintió en naturales. Sobrado de ganas y ahogando la embestida de su segundo, acabó con manoletinas espectaculares. Pseó dos orejas, una de cada toro (...) Lo mejor de la tarde lo hizo Rafi Camino al que cerraba plaza. Arqueando la pierna en bellos pases de castigo se fue a los medios y allí construyó con derechazos una faena con empaque y ligazón. (…) Falló con la espada y quedó todo en simple promesa.
A Litri padre le brotó el entusiasmo, el oficio, la ilusión y no se sabe cuántas cosas más, y a sus 57 años encandiló a toda una plaza, que puso boca abajo. El viejo Litri fue a tablas a pegarle al toro tres estatuarios y el de pecho. El guirigai era pleno y se adivinaba algo más que hubiese venido de no rajarse el toro. Litri insistía, citaba, aguantaba y a pesar de todo inventó algún derechazo adornado al final con pases por alto mirando al tendido (…) Paco Camino sin acoplarse de capa ante su toro, terciado y manso, dedicó por contra en un quite dos chicuelinas de cartel. Fue corta su faena y con enganches y roces al torear al natural; salvó su actuación al ejecutar con vistosidad tres derechazos con sabor torero.” (El País, 27 de septiembre de 1987)
Lo que vino después. El resultado de la famosa corrida de padres e hijos fue como una premonición de lo que el tiempo revelaría. Rafi Camino, estoqueador fácil y seguro, manifestó pronto falta de afición y fue desapareciendo del escalafón dejando muy poco para el recuerdo incluso en plazas de segunda, pues por las de primera pasó de puntitas.
Algo más duradera fue la carrera de Miguelito Báez; durante algunos años pugnó con figuras más experimentadas que él empleando las armas del valor y la decisión, no exentas de buena pasta torera aunque sin un sello que lo destacara. Pero al cabo se decantó por la prensa rosa y los carteles ídem, preferentemente al lado de Manolo Díaz y Jesulín de Ubrique. Su última corrida la toreó en la Plaza México como padrino de confirmación de Jerónimo y se le vio muy puesto y torero, con la oreja cortada a “Pescador” de Xajay como muestra. El toro de su adiós se llamó “Guateles” (12.12.99).
Carlos Horacio Reyes Ibarra, "Alcalino"
México, Sptbre, 2024
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