"..Se nos llena la boca, con razón, hablando de la importancia del rito y de la dignidad que se le otorga a un toro bravo, que muere defendiendo su vida en la plaza y no a escondidas en el desolladero. Pero el rito no solo lleva consigo esa digna muerte del toro, sino la forma de llevarla a cabo y toda la liturgia que lleva consigo, empezando por la noble actitud del torero en el cumplimiento de las normas.."
De ritos y de reglas
LOPE MORALES
Diario Jaén/13 sep 2024
La creciente polarización social, alimentada desde el poder, nos induce a creer que si uno no es de los unos tienen que ser obligatoriamente de los otros. Se es progre o facha, de izquierdas o de derechas, taurino o antitaurino. La autocrítica interna puede costar cara. Está también a la orden del día cuestionar, desautorizar o descalificar a las personas y las instituciones que tienen —porque así se lo hemos encargado— la misión de evaluar y juzgar. Da igual que hablemos de jueces, magistrados o peritos en los juzgados, que de presidentes, veterinarios o delegados gubernativos en las plazas de toros. Y da lo mismo que, para hacerlo, se manipule el relato de los hechos o se esconda lo criminal de la intención. Lo de la amnistía catalanista pasará a la historia de la ignominia.
Recordemos a Ortega y Gasset, cuando decía aquello de que quien quiera conocer en cada momento la historia de España debería asomarse a una plaza de toros. A la de Linares, por ejemplo. Lo sucedido la tarde del aniversario de la muerte de Manolete es un claro ejemplo del panorama sociológico en el que andamos. Dos toreros —no sabemos aún la verdad del porqué— dan la espantada dejando tirados a miles de aficionados que pagaron por verlos; y los estacazos mediáticos.
Le llueven precisamente a los encargados de ejercer la autoridad, y por ejercerla en base a un reglamento ¡ojo! consensuado con toreros y ganaderos, picadores y banderilleros.
Tanto es así, que la crítica taurina especializada, salvo puntuales y honrosas excepciones, se ceba con el presidente y los veterinarios, vigilantes de la norma, dejando a salvo de crítica a los que descaradamente la incumplen. Las razones reales de la negativa de los toreros algún día se conocerán, porque lo cierto es que el follón que se ha montado ha servido precisamente para ocultarlas. Pero el lucimiento en un artículo periodístico, como en una faena o en un discurso político, no debería hacerse nunca a costa de la verdad. Lo más cómodo es echarle la culpa al que no puede replicar. Sean presidentes, delegados o jueces de todo tipo y en general. Los árbitros de fútbol, han ganado mucho en ese aspecto con el VAR.
Se nos llena la boca, con razón, hablando de la importancia del rito y de la dignidad que se le otorga a un toro bravo, que muere defendiendo su vida en la plaza y no a escondidas en el desolladero. Pero el rito no solo lleva consigo esa digna muerte del toro, sino la forma de llevarla a cabo y toda la liturgia que lleva consigo, empezando por la noble actitud del torero en el cumplimiento de las normas.
La primera la de pensar en el público que además es quien paga. Todo rito tiene sus reglas, de tal forma que cuando se pierde el respeto a las mismas o a los encargados de hacerlas cumplir, el rito deja de serlo para convertirse en parodia. Igual se pretende que no haya presidentes, ni veterinarios, ni jueces, ni magistrados. O ponerlos bajo el control de los que deberían ser controlados. Total, el pobre Montesquieu ya está más que liquidado. Pero mientras tanto, al menos en las plazas de toros, que aguanten lo que tengan que aguantar presidentes, delegados y veterinarios, que para eso están nombrados. “Del pulso de la autoridad, que en la Fiesta de los toros ha tenido siempre un papel rector y moderador, depende el porvenir de la fiesta”. José María de Cossío lo tenía claro.
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