
'..Albert Serra cierra tanto el plano sobre el combate del hombre con el toro y la zozobra de la que se hace objeto sin que nadie le obligue, que vacía la escena del trazo de lo delicado y la caricia del toreo..'

“Las voces de la cuadrilla, retratan la perfecta soledad en la que vive el ser humano sus victorias”
Chapu Apaolaza
El Premio Nacional de Tauromaquia alternativo al que quitó el ministro que llaman Ultrasun se lo han concedido a Albert Serra, director de la película ‘Tardes de Soledad’. La vi en las Azores -ese Rapa Nui cantábrico y torero-, en el Foro Mundial de la Tauromaquia de la Isla Tercera y hubo gente que se salía del cine. ¡Se salían los taurinos! Otros se quedaban dentro fascinados, como yo mismo. A mí que la gente se salga del cine me parece buena señal para ver una película porque el arte tiene que llevarte a algún sitio aunque sea a la calle.
A mí me trajo de vuelta al día en el que, siendo niño y estando con mi padre en un un patio de caballos, conocí el hielo como recordaba Aureliano Buendía ante el pelotón de fusilamiento. No recuerdo la plaza, ni el torero, pero sí que guardo el tacto del traje de luces que raspaba tanto la mano del niño que yo era, y casi me hería inesperadamente como la piel de un tiburón, como el asfalto cuando te caes de la moto, como el adoquín de la cuesta de Santo Domingo. Como la vida, que de lejos se despliega en sedas, dorados y alamares, y de cerca raspa que no veas.
Albert Serra cierra tanto el plano sobre el combate del hombre con el toro y la zozobra de la que se hace objeto sin que nadie le obligue, que vacía la escena del trazo de lo delicado y la caricia del toreo. Esta reducción visual, que está cerca de la ofensa para algunos aficionados, supone la cima de la obra pues despeja todas las incógnitas que no sean la principal: un héroe se sublima frente a la desdicha y transita hacia una gloria que nunca se alcanza del todo. La muerte toma posiciones conforme las sombras ocupan el ruedo. Y la suerte, siempre sorprendente y milagrosa de salir vivos. Sucede entre jadeos, pisadas, pitones que queman los capotes, gritos de los aficionados y toros que mueren con los ojos en blanco, la boca abierta y la lengua echada sobre un albero que no puede con tanta sangre, agua y sudor, como en las fotos de ‘Toros muertos’ de Lucien Clergue. Las voces de la cuadrilla, cuando animan al torero, retratan la perfecta soledad en la que vive el ser humano sus mayores victorias.
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