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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 17 de agosto de 2025

Toreros buenos, empresarios malos / por José Carlos Arévalo

Foto: Philippe Gil Mir.

'..¿Qué está pasando? Además de convenir que si hay toros y toreros buenos, nuestro tiempo es el de los peores taurinos desde que se inventó la lidia, no basta con la queja y meter a todas las empresas en el mismo saco. Primero habrá que preguntarse cómo es el sector y cuál debe ser su reforma..'

EN CORTO Y POR DERECHO
Toreros buenos, empresarios malos

Por José Carlos Arévalo
Apelamos a la sensatez para justificar el título de estas líneas. El torero tiene su toro y el empresario el suyo. El torero debe ganarse el toro que embiste con su arte, su destreza y su entrega. El empresario debe ganarse al público que llena las plazas por la calidad de sus carteles, en toreros y toros.

Analicemos primero la gestión de este último. Así es el toro que debe lidiar:

Un contexto negativo. Desde hace años, posiblemente desde comienzos de siglo, la información ha encerrado a la Fiesta en un gueto. Los grandes medios audiovisuales de masas han expulsado a la tauromaquia contraviniendo una indiscutible realidad: la Fiesta es el segundo espectáculo de masas en España, con un resultado previsible: la opinión pública desconoce el escalafón torero, los triunfos no trascienden, los diestros (matadores y novilleros) que antes tenían la fuerza taquillera conseguida por ser “toreros novedad” y ahora son triunfadores desconocidos, incapacitados para rentabilizar sus éxitos. En consecuencia, solo a fuerza de años los toreros “hacen marca” aunque, salvo gloriosas excepciones -Morante, claro-, estén más vistos que la Tana.

Una lidia ventajista y sin futuro. ¿Cómo torea el empresario el toro de la programación? Con un ventajismo que medio garantiza el presente y cercena el futuro. Cierra sus ferias en invierno, acartelando a los toreros que suenan al gran público -generalmente los suelen administrar ellos-, asegurándoles la temporada a cambio de sueldos más módicos y, por supuesto, desactivando la competitividad como resorte que reanima la vitalidad de la Fiesta y garantiza su continuidad. Entre la desinformación y la programación inmovilista, la temporada taurina ha perdido la intriga de gran “tour” de la tauromaquia que los aficionados y el gran público seguía con pasión.

Pero el toreo es más fuerte que las precarias estructuras de la Fiesta. En este año, dos nuevos factores dan al traste con la deriva conformista del empresariado taurino a la par que han revitalizado las taquillas.

Uno es de orden sociopolítico: La gente ha manifestado su hartazgo ante el ataque global a la Fiesta. No soporta que al hombre ibérico, creador de juegos taurinos (algunos milenarios) hoy conservados en los festejos populares, y al pueblo español, autor de la corrida de toros, un género escénico bravío y deslumbrante, legitimado por sus valores éticos y estéticos, animalistas y ecológicos, conservador del descendiente más puro del Uro primordial, extinguido en el resto de Europa, lo tachen de bárbaro y cruel otros pueblos, autores de la vida más corta y semi o totalmente estabulada del bovino en las explotaciones intensivas, con el correspondiente sacrificio industrial de la muerte masiva en cadena. Ojo, a la que nada tenemos que oponer, pero que no nos vengan luego con gaitas.

Al respecto, hay que reconocer la positiva política a favorable a la Tauromaquia de la derecha española, a pesar de que el origen de la corrida de toros y su ordenamiento sean estrictamente democráticos, pero ni de derechas ni de izquierdas. En especial, la política emprendida por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, es digna de reconocimiento por todos los amantes de la Fiesta, más allá del signo que tengan las ideas políticas de cada uno. Si alguien merece un Premio Nacional de Tauromaquia es esta Señora.

El otro es de orden estrictamente taurino: Contra todo pronóstico, hay toreros buenos. Buenísimos. Con un proceso lento de aceptación, por culpa del sistema programador del empresariado y por el explicable desconocimiento público de lo que pasa en los ruedos. Detrás de la primera fila están toreros de muy superior calidad y regularidad: Juan Ortega, Daniel Luque, Fortes, Pablo Aguado, David Galván, Ginés Marín, David de Miranda. 

Postergados se encuentran veteranos magníficos: Uceda Leal, Curro Díaz. Mexicanos discriminados: El Payo, Diego Sanromán. Un francés con mensaje, Clemente, en una España taurina de oídos sordos. Un español con el don del temple, Álvaro Lorenzo, que está sentado en su casa. Y me paro para no cansar, aunque la lista es muy incompleta. 
Claro que peor lo tienen los novilleros. ¿Qué fue de Mario Navas o de Jorge Martínez, dos valores indiscutibles? ¿Por qué al maño Aarón Palacios, el mejor torero de su escalafón, no está puesto en todas las novilladas punteras? ¿Por qué no trasciende a la opinión pública taurina la oleada de novilleros ilusionantes que hoy apenas torean? Pero si los toreros (matadores y novilleros) tienen muchas razones para desmoralizarse, la situación del campo bravo es más amarga: la clase media ganadera, que hace años complementaba y enriquecía hasta las ferias más importantes, ya apenas lidia a pesar de que el toro, en trapío y bravura, es el más importante de la historia.

¿Qué está pasando? Además de convenir que si hay toros y toreros buenos, nuestro tiempo es el de los peores taurinos desde que se inventó la lidia, no basta con la queja y meter a todas las empresas en el mismo saco. Primero habrá que preguntarse cómo es el sector y cuál debe ser su reforma. El próximo viernes, el artículo se titula “La Tauromaquia, propiedad pública, gestión privada”.

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