Cossío, Alberti, Sánchez Mejías…
Joaquín Albaicín
Fue en 1940 cuando mi abuelo, por mediación de Zuloaga, que acababa de retratarlo al óleo y vestido de luces, conoció a José María de Cossío en la tertulia taurina y literaria congregada en torno a él en el Lyon D´Or, donde ahora hay un Nebraska (enfrente, en el emplazamiento del mítico Fornos, abre hoy sus puertas un Starbuck´s). Ni mucho menos imaginaba Rafael Albaicín, rápidamente incorporado como contertulio fijo a aquel cenáculo frecuentado por Camba, Cañabate, Belmonte, Sebastián Miranda, Neville, Pepe Luis, Conchita Montes, Domingo Ortega… que Cossío iba a sacar de pila a la hija que todavía le faltaban dos años para tener, ni que ésta se convertiría en una renombrada bailaora.
Me he acercado a la Correspondencia a José María de Cossío de Rafael Alberti, publicada por Pre-Textos, movido sobre todo por aquella amistad de mi abuelo con el autor de la magna enciclopedia Los toros, alma también de poderosa influencia sobre la poesía y entre los rapsodas de aquel tiempo. Puesto que Alberti se fue de España en 1939, no hay en su epistolario con Cossío la menor alusión a aquella reunión de artistas, surgida justamente después de la guerra y a la que Antonio Díaz Cañabate dedicara su Historia de una tertulia.
Por supuesto, en el libro -que incluye algunos poemas inéditos, así como Auto de fe, una brevísima pieza teatral destinada a satirizar la Revista de Occidente de Ortega y que Alberti repartió en Pombo el mismo día en que Ramiro Ledesma esgrimió ante los congregados una pistola- sí aparece, si bien brevemente, otro torero: Ignacio Sánchez Mejías, pues, además de los dibujos originales de 1934 para la primera edición facsímil del Llanto de Lorca por Ignacio, que no vería la luz de la imprenta hasta 1980, el epistolario incorpora la carta enviada a Cossío por Rafael nada más saber de la muerte, una semana atrás, en Manzanares, del torero del 27. Aturdido por el dolor, escribe a Cossío, quien los había presentado en el Palace: “Yo siempre esperé algo malo de esta vuelta de Ignacio al toreo”…
Sin embargo, sólo siete días antes de la mortal cogida, Cossío había sido testigo de una enorme faena suya en Santander en compañía de Jorge Guillén (como da fe la Correspondencia Jorge Guillén-José María de Cossío, también en el catálogo de Pre-Textos). La carta de Alberti desde Moscú, escribe Cossío a Guillén, “vale por el mejor poema”. Volvió al recuerdo de Alberti, sin duda, aquel 22 de julio de 1927 en que hizo el paseíllo en Pontevedra, como peón de Ignacio, con un terno “naranja y negro” (butano y azabache, diríamos ahora: tal vez entonces aún no existían las bombonas y el término no había sido incorporado al arcoiris de la sastrería taurina). Por cierto que también otro escritor, Juan Benet, rompería varios lustros después filas en Vista Alegre, como integrante de las cuadrillas en un festival organizado por los Dominguín.
El libro de correspondencia e inéditos de Alberti es una joya tanto por sus contenidos como por su cuidada edición. Leyéndolo, revivimos los días en que Alberti escribió en la casona de Cossío en Tudanca, rodeado por la niebla, gran parte de Sobre los ángeles. Sabemos de su proyecto, en 1927, de un libro de poesía taurina nunca aparecido, finalmente, como tal. De sus cuitas de escritor que pide al amigo rico que le busque conferencias. Del ataque de hígado sufrido durante un banquete de agasajo a Azorín. Y nos topamos con un impagable poema albertiano que pretende ser una historia en verso de la casa Domecq a modo de “himno a Baco, Mercurio, Dios y la Virgen”, y que acaba: “¡Oh Fundador! ¿Qué estrella te ha igualado/ en el presente cielo y el pasado?” Parece, pues, que el ateísmo de Alberti, o el desplazamiento de Dios, en su conciencia, a un estante inferior empezó por el coñac.
Hemos señalado el enorme ascendente de Cossío sobre el universo poético de su época. Es algo que dejan muy claro Rafael Gómez de Tudanca y Eladio Mateos Miera en su estudio introductorio, así como la gran cantidad de originales e inéditos de Alberti y muchos otros poetas que han sobrevivido en sus archivos personales. Pero, sobre todo, esta afirmación de Alberti: “Toda mi última renovación temática te la debo a ti” (carta del 25 de junio de 1927). O el testimonio de Jorge Guillén sobre los denodados esfuerzos del autor de Los toros por salvar la vida a Miguel Hernández, que le sitúan en el centro del ruedo poético, y no sólo en el de las bambalinas líricas. Terrible -el adjetivo es de Guillén- y, probablemente, muy lúcido, el consejo que dio al amigo encarcelado:
-Confiesa lo que quieras, pero no digas nunca que eres escritor.
Tengo ante mí, mientras escribo estas líneas, una foto de Cossío junto a mi madre, su ahijada, tomada en el Corral de la Morería en 1961 ó 1962, días de la ascensión de ella al estrellato flamenco. Cossío parece ya entonces, con su levita y su cuello duro, un hombre de otra época. Físicamente, un Azaña a quien se hubiera permitido adaptarse a las nuevas circunstancias.
Con Alberti coincidí una vez, cuando él andaba ya muy maltrecho, en un acto organizado en petit comité por Gonzalo Presa para el descubrimiento de su estatua en el Museo de Cera de Madrid. No tengo ninguna foto de aquel día y me hubiera gustado, no sólo por poder decir que fui retratado junto a un poeta de leyenda, sino también -y, quizá, sobre todo- junto a un banderillero de Ignacio Sánchez Mejías.
La cosa, claro, ya no tiene remedio. Aunque… ¡está el PhotoShop!
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