Los viajes de los torero
«Hay algo que admiramos en los toreros tanto como su comportamiento en las Plazas frente a las reses; y es su capacidad viajera. Dudamos que exista peor tortura, y desde luego cabe asegurar que no la padecen artistas de cualquier otro género. Los desplazamientos de los futbolistas, aun en las más importantes competiciones, suelen producirse cada semana; los actores, aun los modestos cómicos de la legua, no se trasladas de una plaza a otra cada día. Los maquinistas y los revisores de los trenes y los conductores de autobuses de líneas regulares se benefician al dejar el servicio de sus turnos libres.
Los toreros, no. Los toreros tienen que aprovechar avariciosamente parte del día y generalmente todas las noches para llegar a tiempo a la ciudad en que están anunciados y sonreír al fotógrafo de la ocasión en el momento de formar en el patio de cuadrillas. Terminar de torear una tarde en Vitoria para hacerlo a la otra en Tánger y a la siguiente vestirse de luces en La Coruña, o recorrer en coche la distancia entre San Sebastián a Málaga y desde Málaga a San Sebastián en fechas consecutivas, o ir, contando los minutos, desde Bilbao a La Línea de la Concepción representa un suplicio en el que no pudieron pensar los dioses del Olimpo cuando condenaron a Tántalo.
¡Servidumbre tremenda esta de los viajes sin otro descanso que dar alguna cabezada que otra en una almohada o en el hombro de algún amigo! Y no para llegar a reponerse, sino para vestirse de prisa y salir a enfrentarse con una lidia en cualquier caso llena de riesgos y de nerviosidad explicable. A veces ni para eso da tiempo. Y entonces hay que cambiar de ropa a medio camino. En algún parador de carretera o en la vivienda de algún amigo situada estratégicamente en el trayecto.
No cuenta esto, ni debe contar, lógicamente, para el espectador de cualquier Plaza que cuando adquiere su entrada no piensa si el torero va a llegar hasta allí cansado o no. El espectador está en su derecho de exigir el máximo rendimiento. Ni esto supone una disculpa, sino el comentario a un hecho que se produce casi a diario a lo largo de los meses de una temporada taurina. Pero el lector que lee tranquilamente su diario bien acomodado mientras toma su desayuno y ve como los toreros saltan cada día increiblemente de un punto a otro de España, y ya de Portugal y de Francia, no puede a veces reprimir un movimiento sorpresa como si no diera crédito a la noticia que está ante sus ojos.
Es cierta, sin embargo. Evidentemente los medios de locomoción han mejorado; pero la resistencia física de los humanos sigue siendo la misma, y ella se pone a buena prueba en los tiempos en que vivimos. Una cosa es que nos conformemos o no con el hecho y otra que dejemos de reconocerlo. Y el hecho está ahí: en que a veces los toreros para estar a punto tienen que vestir de luces al aire libre.
¡Y menos mal si, como en alguna mala oportunidad ha ocurrido, en vez de vestirse en la carretera lo que han tenido que hacer es denudarse, porque algún público indignado no les consintió realizarlo en el hotel!…».
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