Era a finales del 2003 cuando, como se sabe, Silveti decidió acabar con su vida para no hacer sufrir a los suyos y, ese mismo año, sin apenas fuerzas, en los albores del mismo, en la plaza México, en dos corridas consecutivas y sin que su cuerpo le respondiera como era preceptivo, Silveti firmó dos actuaciones memorables que, si ya era grandiosa su fama como torero excelso, en las tardes referidas rubricó para siempre el certificado que le acreditaba como uno de los toreros más magnánimos de México en los últimos cincuenta años. MAR DE NUBES será uno de los toros que siempre le recordaremos por haberle llevado a cabo una faena sublime.
Si de mala suerte hablamos, Silveti, al respecto, sufrió dicho maleficio con saña por parte de la propia vida. Como decía, su existencia se basó entre los ruedos y hospitales puesto que, decenas de lesiones y cornadas impedían que el Rey siguiera triunfando como era preceptivo en todas sus actuaciones. No es menos cierto que, la fuerza que demostró para salir victorioso de tanto atolladero ha sido la lección más hermosa que el mexicano nos dejó como un legado apasionante.
Pudimos ver por televisión aquellas corridas antes citadas en La México y, en las mismas nos dejaron una huella inenarrable. Decían en el país azteca que Silveti gozaba de “buena prensa” pero, en realidad, no podía ser de otro modo tratándose de un torero singular como pocos que, de haber tenido más fortuna hasta hubiera eclipsado a sus contemporáneos Miguel Espinosa Armillita, Manolo Arruza, Jorge Gutiérrez, Manolo Martínez, Curro Rivera, Eloy Cavazos, el mismo Alejandro Silveti….y todo el gran elenco de toreros que había en aquellos momentos en el país hermano.
Pese al poco tiempo que la vida le permitió al diestro gozar en los ruedos, digamos que le bastó y sobró para inmortalizarse. Más de quinientas corridas de toros certifican la grandeza de un hombre que, por momentos, incluso desesperó al ver que el destino estaba siendo feroz con él, digamos que con una crueldad extrema que para nada merecía aquel diestro que veneraba a la Virgen de Guadalupe. Son, como digo, esas situaciones inexplicables pero que no queda otra opción que aceptar con callada resignación, lo que hizo Silveti rindiéndole honores a su propia existencia, hasta el punto de entregarle su alma a Dios motu propio.
Como digo, mueren los que no han dejado estela alguna en el mundo pero, personajes como David Silveti, aunque no gocemos de su presencia física, su recuerdo, su obra, su misterio y su leyenda son los argumentos que le dejan vivo puesto que, tras casi cuatro lustros sin el maestro, los aficionados le seguimos recordando como si estuviera entre nosotros que, como se comprueba, lo está. ¿Necesitamos más pruebas?
Se marchó Silveti hacia donde iremos todos puesto que, un día de la vida, allí nos encontraremos con él que, en definitiva, será el día de nuestra muerte, pero como quiera que él nunca quiso dejarnos solos al respecto de su arte, por dicha razón nos dejó, además de su obra, un último legado, su hijo Diego Silveti que sigue impartiendo su torería por los ruedos de México, algo que desde su estrado celestial, El Rey seguirá disfrutando con la misma pasión con la que vivió y la que embriagó a los suyos. Diego Silveti, su vástago, es el ejemplo de lo que digo y para que la saga continúe unida, es su tío, Alejandro Silveti el que le apodera, otro diestro que fue grande en México y, de forma muy especial en toda Hispanoamérica.
En España, respecto a la muerte, existe un axioma muy particular que dice que, no hace falta nada más que morirte para que hablen bien de ti y resalten tus virtudes, no fue el caso de David Silveti que, como antes dije, en vida siempre gozó de buena prensa dada la calidad de su arte y, sin duda, de su grandeza como persona. ¿Verdad, Heriberto Murrieta? Dicho queda, sí señor.
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