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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 13 de mayo de 2025

Conciencia y sensibilidad del toro / por Antonio Cepedello


'..El ser humano que más se acerca a la divinidad, porque respeta al máximo las condiciones innatas del toro bravo, es el torero, cuando se encuentra con él cara a cara, con la defensa de su inteligencia, amparada por un capote o una muleta, frente a la fuerza y el poderío físico mucho mayor de otra especie que durante siglos también fue considerada como un dios..'

Conciencia y sensibilidad del toro

Antonio Cepedello
Los seres humanos intentamos ser dioses en cada momento. Por ello, imponemos al resto de animales lo que sentimos y concebimos, sin tener en cuenta ni respetar que su conciencia y sensibilidad son muy diferentes e incluso no tienen nada que ver con las nuestras.

Los antitaurinos se atreven a afirmar y asegurar lo que siente y concibe el toro en un ruedo, sin pararse en analizar ni su comportamiento, ni sus reacciones. Por ejemplo, dan por hecho que el dolor les supone rechazo y repulsa, como nos pasa a los humanos, pero los bureles bravos sienten el castigo cuando van al caballo, pero no huyen, sino que vuelven hasta con más ganas a ese encuentro con el picador. Y no van obligados ni mucho menos, porque podrían irse a cualquier otro lugar de la plaza, como hacen los mansos.

Estos 'animalistas de boquilla' piensan además, y lo imponen también, que los morlacos tienen conciencia de que la existencia tiene fin y la muerte es inevitable, como nos ocurre a los seres humanos, y que por ello sufren desde que nacen, como lo hacemos nosotros. Pero no se paran a observar que, por ejemplo, cuando se indulta a un toro en el ruedo, no quieren irse de donde en teoría ellos perciben que corre un gran riesgo su vida. Es decir, no son conscientes de dónde, cómo o cuándo puede producirse su fallecimiento, como sí lo percibimos nosotros.

Lo mismo nos ocurre con otros animales, a los que, además de nuestra sensibilidad y conciencia, también les imponemos nuestros hábitos y costumbres que nos convienen e interesan. Los metemos en nuestras casas, que no son su entorno natural ni mucho menos, o les obligamos a vivir, reproducirse, hacer sus necesidades fisiológicas, comer o comportarse como nos vienen bien a nosotros. No a ellos, ni mucho menos, que llegan hasta a reventar por no soltar su orina o excremento en nuestros pisos, para no manchar su suelo o pared.

Las mascotas al final no tienen más remedio que aceptar las órdenes y deseos contranatura de sus amos, después de ser domesticados con unos pocos palos cuando son cachorros. El dolor de esos golpes no lo consideran estos supuestos 'amantes de los animales' como tal, "porque es por su bien", según alegan con rotundidad. Esa frase y actitud nos suena a todos de leerla o escucharla a menudo de personajes de la Historia no considerados como demócratas, ni liberales, ni tolerantes, ni 'progres' y ni ecologistas ni mucho menos. Personajes que jugaron a ser más dioses que nadie con nosotros mismos.

El ser humano que más se acerca a la divinidad, porque respeta al máximo las condiciones innatas del toro bravo, es el torero, cuando se encuentra con él cara a cara, con la defensa de su inteligencia, amparada por un capote o una muleta, frente a la fuerza y el poderío físico mucho mayor de otra especie que durante siglos también fue considerada como un dios. La unión de ambos provoca el arte más real, pasional, excelso, sensible y bello, pero también doloroso, para los aficionados taurinos. Si nuestros 'antis' no pueden percibirlo así, ése ya es su problema. No el de todos, como ellos intentan imponernos.

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