“Corrida Goyesca”, amable kermesse pues, o también “Festival del Postureo y del No-Toro”, grata reunión social que agrupa en la ciudad serrana a un buen número de delectadores del arte y de sus misterios (con la palabra “misterios” en este caso particular se viene a significar aquí al catering de buena firma), ansiosos de postrarse ante sus ídolos a la mínima que les den una oportunidad.
José Ramón Márquez
¿Qué tendrá Ronda, que tanto enhechiza? Lo mismo que Rilke se buscó el refugio del Hotel Reina Victoria y Orson Welles el de la casa de Ordóñez, donde se llenaba la andorga, las personalidades sensibles encuentran en la ciudad del tajo un aire que excita las plumas y echa a volar los adjetivos.
El otro día se celebró allí la tradicional “Corrida Goyesca”, que como todo el mundo sabe es una corrida normal y corriente, en la que no hay absolutamente nada de lo que Goya vio en una Plaza de Toros, y que se distingue de la corrida no goyesca en que los actuantes van disfrazados de pastorcillos del Portal de Belén -y aquí permítasenos la digresión de recordar una vez más al impagable Niño de Santa Rita, que es el torero al que con más gracia hemos visto vestido de “goyesco”.
Todo el mundo sabe que Goya fue testigo de cómo el toro Barbudo, de Peñaranda de Bracamonte, metió el cuerno por el bandullo al pobre Joseph Delgado poniendo punto final a su vida y, con ello, a su largueza, marchosería y galantería, acreditadas virtudes del finado Hillo en su vida terrenal. En Ronda, en la época de Goya, también murió un torero, Curro Guillén, al que dieron sepultura en la misma plaza, justo en el sitio donde el toro le cogió. Lo de la cogida sí que tiene aire bastante goyesco, incluso la del Alcalde de Torrejón en el tendido de la Plaza, pero lo cierto es que nadie la quiere en la Corrida Goyesca ni en ninguna otra, por pura humanidad. En Ronda este asunto tan delicado lo arreglan buscando en el campo el ganado menos propenso a cornear, ganado buenista y amable que no estropee la fiesta, que bastantes sinsabores tiene la vida en su día a día como para echarse más penitas encima y que un desafortunado accidente nos agüe la fiesta.
Aunque es ocioso decirlo, pues todo aficionado tiene permanentemente presente que la primera reseña de una corrida de la que se tiene noticia es de una celebrada en Madrid a finales del siglo XVIII en la que participaron los Romero, toreros rondeños pintados por Goya, eso hace que la presencia de la santa horda periodística en la patria chica de los nietos del inventor de la muleta sea imprescindible. Ronda y los Romero y a su vera el primer revistero. Y en nuestros días, allí, la necesaria presencia de la prensa libre, de los revistosos que acuden al panal de Ronda con los ojillos como bolitas de alcanfor a coger al vuelo esas formas de arte que son la verónica soñada y el jamón cortado a cuchillo de forma óptima.
“Corrida Goyesca”, amable kermesse pues, o también “Festival del Postureo y del No-Toro”, grata reunión social que agrupa en la ciudad serrana a un buen número de delectadores del arte y de sus misterios (con la palabra “misterios” en este caso particular se viene a significar aquí al catering de buena firma), ansiosos de postrarse ante sus ídolos a la mínima que les den una oportunidad.
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Es difícil hacerse con una entrada para Ronda, que la Plaza es chica y los compromisos, muchos, pero quien quiera tener una experiencia similar a la de Ronda en cuanto a nula exigencia en cuanto al ganado, ambiente festivo y proclive al triunfo y arte a raudales ahí tiene a la vuelta de la esquina a “The Maestros”, que se las van a ver en Carabanchel, en el palacio taurino en cuyos sótanos está El Corte Inglés, con una terrorífica corrida en la que lo que menos pinta son los toros, pues no en vano se comenta que Curro Vázquez anda ocupándose de ese aspecto tan secundario en este caso. No vayamos a ponernos exquisitos pensando en las alimañas de Coruche que se lidiaron en esta Plaza, ni en el terrorífico debut en ella de los de Carreros; no nos pongamos tristes pensando que en la vieja Chata carabanchelera murieron en un plazo de quince días, sin pena ni gloria, Alfarerito y Marinero, ambos vestidos de azul con cabos negros; congratulémonos en cambio pensando que en ella dictó Rafael El Gallo su obra maestra a un toro de Olea, o que, años más tarde, Rafael de Paula firmó allí la faena de “La música callada del toreo”, y soñemos con que alguno de “The Maestros”, pues así se hacen llamar los tres tenores que se anuncian en la antigua Chata, sea capaz de superar la épica hazaña de Fandila del otro día, sentado en el Zalduendo y dejar un imborrable recuerdo en los espectadores, que los tiempos cambian y no hay que anquilosarse ni estar atado a rancios dogmas y antiguallas.
“The Maestros” son July, rematando la peor temporada que se le recuerda, Morante, mofletudo artista del pingüi taurino con legión de seguidores, y Talavante, cuya cotización está como la de las acciones de Gowex. Tres tenorzuelos que han pasado por Madrid de puntillas se han buscado el alivio de la ex-Chata -en eso imitan a Rafael El Gallo, sin saberlo- para tener un triunfo de esos del olor de las multitudes en Madrid, aunque sea al otro lado del río, y lo mismo que le dice el Julián a la Susana en la famosa zarzuela, se van a los toros a Carabanchel, pero en este caso acompañados de una orquesta y... de un catering, que ya se sabe que el condumio es la gasolina que hace moverse a los de la prensa libre. Y habiendo condumio de por medio esperemos que el acto sea adecuadamente cubierto por Telemadrid cuyo crítico taurino, el gourmand Moncholi, es fama que no pudo acercarse a Ronda a hacer la retransmisión, y bien que lo sentiría el hombre, con lo que le gusta a él mover el bigote.
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