-Raimundo en Las Ventas con el toro "Baratero" de Victorino Martín-
Artículo de opinión firmado por Antonio Purroy, Santiago Martín “El Viti”, Antonio Miura, Venancio Blanco, Rafael Cabrera Bonet y François Zumbiehl.
Remitido por Antonio Purroy
¿Por qué no se hace bien la suerte de varas? se preguntan muchos aficionados a los toros. ¿Desde cuándo no se hace bien? Posiblemente, haya que remontarse a cuando no existía el peto, es decir, antes de 1928 -en realidad 1930, que es cuando se incorporó por primera vez a un reglamento taurino nacional-. Y si se hacía bien es porque no quedaba más remedio que frenar con la vara -la “vara de detener”, como se llamaba antiguamente- la acometida del toro para que no llegara a alcanzar el caballo, herirlo de muerte y el picador diera con sus huesos en la arena. Por ello, en épocas pretéritas, los picadores tenían ganada tal fama que llegaban a eclipsar a los propios matadores.
La suerte de varas es absolutamente necesaria en una corrida de toros y aún lo es más en el momento de la tienta en el campo, sean hembras o machos, para elegir a los futuros progenitores de la ganadería. Aunque puede parecer baladí tener que explicar a estas alturas qué es la suerte de varas y para qué sirve, no está de más recordarlo.
Picar en el morrillo
La suerte de varas sirve para medir la bravura del animal y comprobar si se crece o no ante el castigo. Tiene que entrar al menos dos veces al caballo porque la primera no sabe con qué se va a encontrar. El caballo y el peto tienen que ser ligeros. Se deberá dosificar el castigo, que se tiene que aplicar de forma medida y en varias veces. Dice el reglamento nacional de 1996 que el picador ejecutará la suerte obligando a la res por derecho -y por la derecha-, quedando prohibido barrenar, tapar la salida de la res, girar alrededor de la misma, insistir o mantener el castigo incorrectamente aplicado. El picador debe lanzar la puya, que debe caer en el morrillo –en la parte final del mismo- y no en la cruz y, menos aún, en la parte dorsal y caída de la espalda, ya que la proximidad de la piel a las vértebras de la columna, le ocasionaría un gran daño muscular y en los nervios de la zona. Se trata de frenar con el palo la acometida del animal y no dañar con la puya los músculos de las paletillas y de la espalda, así como las terminaciones nerviosas de la columna. Al contrario, se pretende ahormar y acondicionar la embestida del toro, hacer que se descuelgue del cuello, evitar el cabeceo a un lado y a otro, rebajar el poder del animal para la faena de muleta y descongestionarlo con la liberación de una cantidad prudencial de sangre, no más allá de 2-3 litros, de un total de unos 40-50 litros que posee un toro de 500-600 kilogramos de peso.
¿Pero cuántos picadores son capaces de hacer la suerte de varas correctamente? ¿Cuántos quieren hacerla? Y lo que es más preocupante, ¿cuántos toros actuales pueden soportarla por falta de bravura y de pujanza? ¿Existen picadores y toros capaces de ofrecer una suerte de varas auténtica?
Picar en el morrillo y no en la cruz y, peor aún, más atrás y caído no es un capricho, es una necesidad, rayando en la obligación. El morrillo -los antiguos le llamaban cerviguillo- es un carácter sexual secundario de los machos bovinos enteros, donde se puede llegar a acumular una importante masa muscular (músculos trapecio y romboides cervicales, principalmente) y hasta varios centímetros de grasa subcutánea.
Reglamentos taurinos
En uno de los primeros reglamentos taurinos, el elaborado por Melchor Ordóñez para Madrid (1852), se decía que había que picar “en el sitio que el arte exige” (Art. 18). Más tarde, en el reglamento de Ruiz Giménez (1917), promulgado para las plazas de 1ª categoría (Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Sevilla, Valencia y Zaragoza), se indica que hay que picar “en el sitio que el arte exige, esto es, en el morrillo” (Art. 52). Y eso que en aquella época aún se picaba sin peto. Una vez que llegan los reglamentos nacionales (1930, 1962 y 1996) no se dice en qué parte anatómica del animal debe caer la puya, lo mismo que en los reglamentos autonómicos de Navarra (1992), País Vasco (1996), Aragón (2004) y Castilla y León (2008); únicamente, en el de Andalucía (2006) se dice que hay que picar, preferentemente, en el morrillo (Art. 54.4). Curiosamente, el reglamento francés dice que “el picador deberá picar en lo alto del morrillo” (Art. 73.4).
Como se ha dicho más arriba, donde no hay que picar nunca es en la cruz que, para colmo, es donde se dice que hay que picar. Es un gran error. En el ganado vacuno la unión de las extremidades anteriores con el tronco –llamada sinsarcosis- se hace a través de las escápulas y de diferentes músculos y cartílagos y no de las clavículas como en los humanos. Ello hace que esta zona sea frágil y muy vulnerable a los efectos de la puya, ya que afecta a zonas musculares, vasculares y nerviosas, porque en ese lugar ya se ha acabado el morrillo. Pero aún es peor picar más atrás donde la distancia entre la piel y las apófisis espinosas de las vértebras dorsales es muy pequeña -sólo unos pocos centímetros-, pues afecta directamente a la columna vertebral. La acción de la puya hace que se puedan romper dichas apófisis y sobre todo afectar a las conexiones nerviosas que llegan y salen de la columna. Y lo que es absolutamente intolerable, además de picar atrás, es hacerlo caído, pues se afectarían las apófisis transversas, ramas neuronales e inserciones musculares, así como músculos de la espalda –longissimus y multífidus dorsalis, entre otros-, e incluso, se podrían perforar los pulmones. En este caso, el desaguisado es mayúsculo y no es extraño que los toros salgan de la suerte de varas trastabillándose y rodando por el suelo. Y además porque, cuando se pica atrás, se consigue el efecto contrario en uno de los objetivos fundamentales de la suerte de varas: el toro tiende a levantar la cabeza en vez de humillar en los siguientes tercios. Esto es necesario que lo sepan los toreros.
El mayor quebranto del toro actual es porque se pica en la cruz o más atrás y además caído, ¡hace muchos años que los picadores saben dónde se hace daño de verdad! Es admirable la resistencia de bastantes toros que, después de sufrir una suerte de varas criminal, aún son capaces de ofrecer 70-80 muletazos en el último tercio. Lamentablemente, muchos toros se siguen estropeando en la suerte de varas.
Sensibilidad de los espectadores
Dicen los detractores de la suerte de varas que la sensibilidad actual de los espectadores no la admite. Y lo más grave es que esto lo apoyan bastantes “taurinos” y algunos ganaderos que se creen influyentes. Cuando la suerte se hace correctamente, con caballos ligeros y “toreros” (los reglamentos actuales prohíben picar con caballos de
razas traccionadoras –Art. 60 del reglamento nacional de 1996- pero, ¿no habría que considerar como tal los cruces de estas razas con el caballo español o el lusitano, por ejemplo?), picando delantero y dosificando el castigo, ante un toro con casta y poder, la gente disfruta, se levanta de los asientos, proporciona una ovación de gala e, incluso, obliga a dar la vuelta al ruedo al picador, generalmente acompañado de los subalternos que justo después, contagiados por el momento, realizan una gran suerte de banderillas. Hace falta la generosidad del matador que permite el lucimiento del toro y de su cuadrilla, aunque ello le robe pases a su faena de muleta.
Es verdad que habrá que educar al público que acude a las plazas de toros y hacerle ver que la suerte de varas es uno de los pasajes más importantes de la lidia, incluso de la tauromaquia, que es tan necesaria como bella cuando se hace bien. Lo que hay que desterrar sin compasión es el monopuyazo, que es la antítesis de la esencia de dicha suerte, así como la suerte de la “carioca”, inventada en su día para impedir la salida de los toros mansos que huyen de la suerte. Y tampoco es necesario rebajar el “castigo” de la puya actual si se hace correctamente la suerte. Lo que sí habría que hacer es acortar la longitud del faldón del peto, como se indica en los reglamentos autonómicos de Navarra y Aragón, en los que se dice que deberá quedar a una altura no inferior a 65 cm. del suelo (Arts. 62 y 50.2, respectivamente). De esta manera, los toros que humillan y con poder tienen la posibilidad de levantar el caballo del suelo y sentir que pueden vencer a su enemigo. En los reglamentos de Andalucía y de Castilla y León se dice que el faldoncillo delantero no estará a menos de 30 cm. del suelo, que es una distancia claramente insuficiente.
En Francia por ejemplo, en veinte o treinta años lo han conseguido, especialmente, en media docena de plazas relevantes. Y no es que el público francés sea menos sensible que el español. Los espectadores entienden que la suerte de varas es necesaria, pero exigen al mismo tiempo que se haga bien, protestando aquello que se hace mal y, por supuesto, no permiten que el picador rectifique el puyazo por su mala pericia. No hay cosa más bonita que contemplar a toda una plaza entusiasmada viendo cómo se arranca un toro al caballo, de un extremo otro del ruedo, en un tercer o cuarto puyazo, aunque haya que picar con el regatón. En ese momento, el público no ve la sangre ni el posible sufrimiento del toro, especialmente, si el toro es bravo, con trapío y con poder. Porque este es el quid de la cuestión.
Toro noble y soso, sin fuerza
Los ganaderos, forzados por los “taurinos” influyentes, se han visto abocados a lo largo del siglo pasado y, especialmente, en las últimas décadas de éste, a seleccionar un toro más noble que bravo, con la consiguiente pérdida de fiereza y de fuerza, un toro bonancible y previsible que no aporta emoción a la Fiesta.
El arte sin emoción en el toreo no es arte (“nos ahoga la estética” decía Unamuno). Cuando el público acude a una plaza de toros quiere sentir emoción y autenticidad, de lo contrario, le costará volver al tendido. Y cuando ese público, que no hace falta que sea aficionado, comprueba por sus propios ojos que la lucha entre el toro y el caballo es equilibrada, que el toro tiene “casta, poder y pies” -en palabras de Ortega y Gasset-, que se viene arriba a partir del primer puyazo, que no se deprime porque intuye que puede vencer a su enemigo, que incluso parece que disfruta en el combate, ese toro no da pena al espectador. Si además se hace bien la suerte entonces se puede llegar al delirio colectivo… Para todo ello, hace falta conocimiento, valentía y generosidad de todos los protagonistas presentes en el ruedo.
Otra cosa bien distinta es cuando el enemigo al que se enfrenta el picador es un toro con sospecha de manipulación, sin acometividad y con poca fuerza, incapaz de acudir dos o tres veces al caballo. Entonces, además de no poder hacer la suerte correctamente, da pena a los espectadores. Es absolutamente indispensable volver a la senda del toro bravo que sea capaz de enfrentarse con éxito a esta suerte, picar con caballos ligeros y de gran movilidad y hacer la suerte correctamente. Cuando estos factores se conjuguen, la suerte de varas volverá a tomar el protagonismo que nunca debió perder y será un puntal para seguir sosteniendo la Fiesta de los toros y, con ella, la Tauromaquia. Porque una cosa es segura: la desaparición de la suerte de varas sería el fin de la Tauromaquia.
Se trata en definitiva, de que los espectadores vuelvan a respetar y admirar a los picadores, porque hacen bien la suerte de varas: citar de lejos, tirar el palo, picar delantero y arriba, no barrenar, dosificar el castigo en varios encuentros y no tapar la salida del toro, ¿tan difícil es picar así?
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