La media de Curro fue inconfundible. ARJONA
"..Parafraseando aquella afirmación sobre Lola Flores, otra de las grandes leyendas de este país, de la que un crítico neoyorkino llegó a decir aquello de ni canta ni baila pero no se la pierda, Curro no mataba, no era poderoso, no lidiaba, pero no había que perdérselo.."
Curro Romero:
perfiles valencianos del mito sevillano
El llamado Faraón de Camas cumple noventa años sin que su leyenda deje de crecer
José Luis Benlloch
AplausoS/10 Diciembre 2023
Curro (Camas, 1933) ha cumplido noventa años y el mundo ha reanimado su leyenda de Faraón. Ha sido como si se estremeciese su gloria dormida. Ni qué decir que en el toreo y en el mundo no hay más Curro que Romero, el amor de Sevilla a quien santificó Madrid. Un genio que anduvo suelto y libre en el complicado entramado empresarial del toreo en el que en su génesis formó pareja de baile con otro personaje de perfil igualmente genialoide, el empresario Diodoro Canorea, un manchego enraizado en Sevilla.
Dando por sentado de que en su carrera no existieron los grises, se puede asegurar que entre el esperpento de sus tardes negras, que fueron muchas, y los gozos de la santa inspiración, que no necesitaban de ser más, España, diría que el mundo, edificó su gloria. Una hermosa leyenda en la que los enemigos eran entrañables y también circunstanciales, como aquel aficionado que sumido en la decepción de una tarde negada le gritó iracundo mientras abandonaba su localidad “Curro, la próxima vez va a venir a verte tu p… madre” -y tras una breve pausa, añadió-: ¡Y yo!”.
La Maestranza y Las Ventas fueron sus templos pontificales, aunque no los únicos en los que se ejercía la devoción currista. No fue Curro el mejor torero, vaya eso por delante. Tampoco necesitó serlo. En su mismo pueblo natal, Camas, hubo otro objetivamente mucho mejor, Paco Camino, más lidiador, más poderoso, más sabio, en la realidad nada que menoscabase ni restase quilates de devoción popular por Curro. Su gloria se erigió y ahí sigue veintitrés años después de su retirada, sólida y tersa, abierta a nuevos y deliciosos pasajes que sus devotos le añadirán fruto de la realidad o seguramente de su imaginación que es privilegio reservado para los elegidos.
Parafraseando aquella afirmación sobre Lola Flores, otra de las grandes leyendas de este país, de la que un crítico neoyorkino llegó a decir aquello de ni canta ni baila pero no se la pierda, Curro no mataba, no era poderoso, no lidiaba, pero no había que perdérselo. Su misterio, su magia, su empaque, su sentido de la despaciosidad, su sinceridad delante del toro, su ubicuidad artística que le permitía saltar de los agrestes territorios del escándalo a la más ampulosa de las glorias, le convirtió en el protagonista de un mito, en realidad en mito propiamente dicho, que casi un cuarto de siglo después de su retirada en la placita de La Algaba, aún persiste.
El amor de Sevilla a quien santificó Madrid, tomó la alternativa en las Fallas de 1959
Sevilla, en cuya feria fue la base de los carteles, fuese quien fuese la figura del momento y fueron muchas con las que coincidió en su larga trayectoria -desde Ordóñez, Camino y El Cordobés hasta el mismísimo Paco Ojeda- y Madrid fueron sus plazas.
Cinco veces salió por la Puerta del Príncipe y siete por la puerta grande de Las Ventas, punto que marcaba un simbólico linde de su reinado, de tal manera que de la capital para arriba se hacía difícil contratarle incluso imposible.
Postura que se resumía en una de las múltiples frases o sentencias que se le atribuían y eran celebradas como dogmas de fe: “Donde hay trompetas y tambores -se refería a las fanfarrias callejeras-, no me gusta torear”; o como aquella otra, esta sí la dijo, que aseguraba que el público que más le gustaba era el del tenis, que solo se pronunciaba al final de cada tanto.
El Faraón y Valencia
El Faraón tuvo sólidos lazos con Valencia, unos familiares por su matrimonio con Conchita Márquez Piquer, hija de doña Concha, otra leyenda; otros que se podían calificar de administrativos por extraño que pueda parecer dado su carácter, que surgieron cuando el empresario de la plaza de Valencia, Alejandro Sáez, le nombró algo así como asesor áulico para su gestión, cargo que le traía las tardes de feria hasta el coso de la calle Xàtiva; pero sus lazos fueron principalmente artísticos, desde sus éxitos novilleriles que le condujeron a tomar la alternativa en las Fallas de 1959, a una última tarde triunfal con Espartaco y Manuel Caballero el 18 de marzo de 1999, a la postre su último paseíllo en Valencia y su última oreja en esta plaza tras una tarde tan evocadora –se conmemoraba su XL aniversario de alternativa- como inspirada.
El debut novilleril, recuerda Vicente Sobrino en su libro Memoria de Luces, tuvo lugar en septiembre de 1958, alternando con Miguelín, que también debutaba, y el malogrado Cobijano. Aunque no cortó orejas no debió estar mal el camero, que vio cómo le repetían en el octubre inmediato, en tarde en la que estaba previsto que torease Ginés Parra, al que finalmente intereses de empresa le apearon del cartel para que entrase Osuna. Y ahora sí cortó la oreja y animó a los empresarios a ofrecerle la alternativa en las Fallas siguientes con un cartel que pasados años no cuadra con la leyenda final del Faraón y no solo por la lejanía en tan simbólica tarde de su Sevilla del alma. Toros del Conde de la Corte, ahora prácticamente desaparecidos, pero siempre con fama de muy cornalones y mucha bravura, y unos compañeros de los considerados muy valientes y menos artísticos, Gregorio Sánchez y Jaime Ostos. La tarde fue dura y no hubo gracia ni éxito.
Una noche detenido
Acento valenciano también acabó teniendo su mítica doble tarde de Madrid en el San Isidro de 1967. En la primera se negó a matar un toro que pensó que estaba toreado y le llevaron detenido en medio de un gran escándalo hasta los calabozos de la dirección general de Seguridad de la Puerta del Sol. Aquello levantó una tormenta mediática en los periódicos de la época que alentó al periodista valenciano Julián García Candau a hacerse pasar por camarero y llevarle una cena del Lhardy que el detenido degustó en la celda, circunstancia que aprovechó el ingenioso y atrevido periodista para entrevistarle. El día siguiente, ya en libertad, Curro, en tarde memorable, salió en hombros por la puerta grande junto a los también sevillanos Diego Puerta y Paco Camino. Eran las cosas de Curro, que nunca se apeó de su trono en la memoria colectiva de los españoles: de El Gallo a Curro todo siempre fue posible y si había que esperar, se esperaba.
El gran libro de Curro Romero
Con motivo de su nonagésimo aniversario, la familia Arjona ha presentado en Sevilla el libro “Aroma de Romero”, una antología gráfica de Curro Romero con 150 imágenes míticas, obra de la saga de fotógrafos Arjona, como homenaje al Faraón de Camas.
La obra está basada principalmente en el legado fotográfico del añorado Pepe Arjona, segundo eslabón de la dinastía. El libro recopila una selección de las mejores fotografías que posee el archivo Arjona de Curro Romero, desde su debut de becerrista en 1954 hasta la retirada del Faraón de los ruedos en el año 2000.
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