Las de 2008 y 2012 no eran las primeras Eurocopas de España, que en 1964 ya ganó una venciendo a la Unión Soviética gracias al legendario gol de Marcelino tras «centro de Pereda constituido en extremo».
Siempre fue la Selección un instrumento de propaganda y no iba a ser menos en el actual régimen y con el actual gobierno, que encuentra en Lamine Yamal su Manolo Santana, su Urtain, su Tigre de Chamberí.
Ni la antisoviética furia, ni Butragueño goleador de la Movida, ni el rondo como forma última de la cultura española, la España definitiva es la de Nico Williams y Lamine Yamal, a los que tratan y de los que hablan como si fueran la Quinta de los Cayucos.
Lamine es un jugador nacido en España, pero quedarse ahí sería muy simplista. Puede ser muchas otras cosas. En Yamal encuentran un conglomerado de demagogias, pues es de barrio, aunque sea de un barrio donde Vox sale segunda fuerza, y es hijo de inmigrantes, con padre marroquí, de modo que su historia puede ser contada como una historia de huida (de la tríada guerra-hambre-violencia) y de encuentro y epifanía en España, tierra prometida y Sociedad Abierta donde además de poder escuchar la SER, su talento superior podrá desarrollarse en beneficio propio y de todos haciéndonos mejores.
Lo mismo sucede con Nico Williams. No es de origen marroquí, lo que permite menos uso político, pero por lo menos es claramente negro (o sea, está lo suficientemente «racializado»).
Esto ya sería bastante para ir tirando de propaganda, se podría hacer mucho con esto, pero son insaciables y le añaden los toppings del antirracismo y el antifascismo. La nueva selección de Nico y Lamine también lucha contra el odio y el rechazo de los racistas, de «ya sabemos quiénes», un problema que nunca tuvo la España de Marcos Senna, de Donato, de los triples de Chicho Sibilio, incluso, hace nada, la que intentó Luis Enrique con Ansu Fati y Adama Traoré en las bandas, ante la más absoluta indiferencia general.
La Selección de los Cayucos, para adaptarse de todo a la «narrativa», ha de ser una historia de éxito y también una historia de odio, como cuando Jesse Owens ganó las medallas en la Olimpiada de Berlín ante la mirada iracunda de Adolf Hitler. El Jesse Owens del sanchismo es Lamine Yamal, que con cada regate demuestra a la vez que la raza no importa y sí importa.
La selección servirá finalmente para vender la idea de robusta unidad nacional y feliz patriotismo federal, recompuestos tras la Ley de Amnistía como demuestra el hecho, sin duda heroico, de que en los «territorios históricos» habiliten unas pantallas donde ver la final. Es una España tan grande que en ella caben muchas culturas, muchas racializaciones y unas cuantas naciones.
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