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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 23 de julio de 2024

¡Esta no es mi Fiesta! / por Paco Cañamero

 
"..Ahora, el toreo, se está convirtiendo en un espectáculo para elites que van en busca de un nombre, dejando a un lado al aficionado de verdad, que ya no interesa a este sistema que camina, erróneamente, en busca del triunfalismo, que es el peor de los caminos.."

¡Esta no es mi Fiesta! 

Nada que ver con aquella que disfruté plenamente y ya me reclutó en la gloriosa década de los 80. Por eso escribo esta crónica con la tinta de la nostalgia. También aferrado al tópi.co de cualquier tiempo pasado fue mejor. En 35 años nada que ver. Ni la variedad de encastes, ni la competencia entre las figuras, ni aquel público exigente y entendido, lejos del actual, aplaudidor y al servicio del triunfalismo. Hoy, el sistema y preferentemente la empresa de Madrid (¡cuánto nos acordamos de Manuel Chopera!), no busca más que se consuma mucho alcohol en los bares y el espectador se enfervorice aplaudiendo para pedir orejas. No se cuida el espectáculo con su pureza y verdad, además de afeitarse como si no hubiera mañana.

Las ferias se repiten una y otra vez con los mismos nombres. El habitual sota, caballo y rey, sin que exista ninguna sorpresa. Sin la necesaria emoción que te levante del asiento. 

Sin ser capaces de darle sitio de grandes figuras a esa pareja formada por Borja Jiménez y Fernando Adrián que llegan con la emoción en su bandera y literalmente reventaron Madrid el pasado San Isidro. O a David Galván, quien en el ferial madrileño firmó una de las faenas más puras, sentidas y emotivas realizadas en esa plaza en mucho tiempo. Es doloroso ver a toreros con magnificas cualidades en el andén de espera de un tren que, en muchos casos, nunca llegará. Toreros que antes tenían en Madrid la posibilidad de redimir su olvido y ganar un sitio en los carteles de postín. Ahí están los casos de Andrés Vázquez, José Ortega Cano, José Luis Palomar, Paco Ojeda… y tantos otros salidos del estío madrileño para ser figuras; uno de ellos -Andrés Vázquez- tras perder el tren de las ferias y volverlo a recobrar cuando se encontró en su camino a aquel Baratero, de Victorino Martín que, desde entonces, cambió desde la historia de Las Ventas. Aquellos domingos de Madrid con El Inclusero, que se dejó tantas puertas grandes con el acero, con Manolo Cortés, con Sánchez Bejarano, con el valiente Raúl Sánchez, con Juan José… Y desde hace unos años, durante los domingos de julio, Las Ventas, no abre sus puertas. ¡Lamentable! Y otra estocada en lo alto a la Fiesta.

Ahora, el toreo, se está convirtiendo en un espectáculo para elites que van en busca de un nombre, dejando a un lado al aficionado de verdad, que ya no interesa a este sistema que camina, erróneamente, en busca del triunfalismo, que es el peor de los caminos. Las orejas fáciles y las puertas grandes con la terna incluida, además de tantas veces el mayoral por mor de esta indultitis que no se ha regulado y, en tantas ocasiones, es un abuso, a pesar que en esta época embisten un gran número de toros. Pero falta variedad de encastes, de ganaderías cada una con su identidad. Los Santa Coloma, los Saltillo, los Murube, los Atanasios… prácticamente desaparecidos y dando sitio casi siempre a la procedencia Domecq. O ojo, que nadie se equivoque, en esa sangre hay magnificas ganaderías y lidian con frecuencia toros extraordinarios, pero es necesaria más variedad. Y más rivalidad entre los toreros, muchos de los cuales se juegan la vida cada tarde que se visten de luces, sin tener recompensa. Y otros, que llevan años dormidos en los laureles, ejemplo de Manzanares, siguen en los mejores carteles.

A esta Fiesta la falta imaginación. Los llenos de Madrid y Sevilla no son la solución, porque hay un público sujetado con chinchetas que va a la Fiesta alrededor del esnobismo de una tarde de toros, pero esa moda pasará para ellos. ¡Al tiempo! Sobra el triunfalismo y también una parte de prensa portalera dedicada a cantar únicamente grandezas, casi siempre fruto de la ignorancia al no haber conocido una tauromaquia, no muy lejana, pero que en nada tenía que ver con la actual. Esa ignorancia que proclama a voz en grito la inmensa sandez que hoy se torea mejor que nunca. Hoy se puede torear más bonito y con menos enganchones por la nobleza del toro actual, pero sin la emoción de un toro bravísimo al que se debe poder con 15 muletazos antes de entrar a matar. 
En la actualidad, las faenas son interminables, con decenas y decenas de muletazos donde, tantas veces, dan un aviso sin haber rematado aún y con la gente más pendiente del cubata y de comer pipas que de lo que ocurre en el ruedo, amaestrada para sacar el pañuelo en cuanto ruede la res.

Que nadie me venga con cuentos. Pero aquella Fiesta de finales de los 70 y la llega después de la retirada de los colosos Camino y El Viti fue infinitamente mejor que la actual. Aquellos 80 con Manzanares, El Niño de la Capea, Dámaso González, Julio Robles, Ortega Cano, Ruiz Miguel, Curro Vázquez, Roberto Domínguez, José Antonio Campuzano, Galloso… junto a los anteriores Ángel Teruel, Paquirri, Palomo Linares…que comparten protagonismo, a la que enriquecieron dos gloriosas reapariciones –Antoñete y Manolo Vázquez- estaba a años luz por la rivalidad en el ruedo y la variedad ganadera, además de tener una sabia afición. Afición con personalidad y cada una diferente, con su nivel de exigencia, otra más agradable… pero todas ellas conocedoras del toreo. Ah, y entonces para que nadie se aburriese había un cartel de banderillero, en terna que, habitualmente, surgía entre Luis Francisco Esplá, Mendes, El Soro y Morenito de Maracay que eran un espectáculo, la gente se lo pasaba genial, llenaban todas las tardes y llamaban el salvaferias.

Nadie puede negar que, en la actualidad, hay grandiosos toreros (alguno como Morante de leyenda), es evidente; pero siempre son los mismos. Por eso, tampoco podemos olvidar a otros que no están en la agenda de las grandes empresas y son lujo, ejemplo palpable el de Curro Díaz, que debía ser el espejo de las nuevas generaciones, junto a otros chavales, que atesoran en don de la torería y están completamente olvidados desde que se perdió esa tabla de salvación que era la llamada canícula madrileña. O las domingueras de verano, con tanto sabor en Las Ventas y una afición sabia sentada en sus tendidos.

El triunfalismo, las salidas en hombros colectivas y la infinidad de premios que se conceden en cada feria no son el camino, cuando la realidad es que la tauromaquia de ahora tiene un grave problema interno de organización, al mirar para otro lado mientras no dejan de zaherirla las actuales políticas que, cada poco tiempo, la podan un poco más. Y, aviso a navegantes, ahí está el reciente ejemplo de Colombia. O no más lejos, aquí en España, el de Cataluña.

Por eso escribo esta crónica con la tinta de la nostalgia. Nostalgia de alguien disfrutó en la gloriosa década de los 80 y ahora, cuando vienen con el relato de que se torea mejor que nunca, no puedo menos que reírme con ironía ante tanta ignorancia.

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