Pese a su apellido itálico, Bruno viene de una reata muy taurina, los Hernández de Rancho Seco. La familia de Aarón, en cambio, carece de antecedentes taurinos. Son sin duda las dos revelaciones del año. Y han despertado entre la afición entusiasmos dormidos.
Dos novilleros, dos promesas, dos esperanzas
Carlos Horacio Reyes Ibarra "Alcalino"
México, 1 de Septiembre de 2024
Se llaman Bruno Aloi y Aarón Palacio. Mexicano y español. Con la yerba en la boca y el genio del toreo dentro. Pese a su apellido itálico, Bruno viene de una reata muy taurina, los Hernández de Rancho Seco. La familia de Aarón, en cambio, carece de antecedentes taurinos. Son sin duda las dos revelaciones del año. Y han despertado entre la afición entusiasmos dormidos.
Se ha repetido hasta la saciedad que sin novilladas –y por lo tanto sin novilleros--, la fiestano tendría porvenir. En nuestro país, la empresa que ocupó la Plaza México durante casitres decenios cercenó aplicadamente la temporada chica hasta borrarla prácticamente de nuestras costumbres. Y ahora, al consorcio que heredó el timón de la Monumental le ha dado por revivirla a la española, con una especie de feria de festejos dominicales de cartelería anunciada de antemano, nada que ver con aquellas campañas que metían público al coso y hacían afición con base en la constante repetición de triunfadores para calar sus alcances con reses de casta bien acreditada. El resultado de tan incomprensible desviación han sido esas entradas de unos pocos curiosos resignados a verles hacer lo mismo a un debutante tras otro en grisáceo y tedioso rosario.
Así hasta que, el domingo 18 de agosto llegó Bruno Aloi, con algo más de público –toreaba también el hijo de Manuel Caballero, cuya templada muleta seguramente recordarán los memoriosos--. Y a la altura del quinto novillo de Campo Hermoso, cárdeno claro bautizado como “Ya Merito”, la gente saltaba de gusto, loca de aclamar al espigado joven y saborear su cadencioso toreo antes de verlo salir en hombros de la plaza. Sin duda habría registrado mucho movimiento la taquilla si, con el sentido común de toda la vida, se hubiera anunciado la repetición de Aloi para el domingo siguiente. Pero las cosas son como son y están como están. Exactamente donde un taurinismo sin brújula las ha situado.
Bruno Aloi. ¿Qué cómo torea? Con cadencia mexicana, para empezar. Y con un temple que sabe conducir largo y suave a los utreros. Y con entrega sin límites. Y con sello propio, ese tesoro extraviado entre la ingente multitud de alumnos egresados de las escuelas técnicas al uso. Estas escuelas –en España debe haber docenas, en México si acaso un par— reciben año con año a un puñado de aspirantes procedentes de este lado del Atlántico que, con el porvenir clausurado en el país, deciden jugarse el presupuesto familiar al albur de unas enseñanzas que, si llegasen a concluir con buena nota, probablemente puedan entreabrirles las puertas de algunos certámenes novilleriles en España, a cambio de cerrárselas a cal y canto una vez convertidos en matadores. La meta de muchos que sólo un pequeño porcentaje coronará, los que cuenten con los recursos taurinos y económicos indispensables.
Aarón Palacio. Aunque en España ha florecido últimamente un muy interesante elenco de novilleros, con algunos que parecen haber evadido la atosigante uniformidad programada, el caso de Aarón Palacio presenta aristas muy especiales. Para empezar su lugar de nacimiento (21.01.05), la población de Cinco Villas, al ladito de Zaragoza. La tradición dice que los toreros baturros, incluso los mejores –Nicanor Villalta, Fermín Murillo, “El Tato”…--, sobresalieron por su recio carácter y unos modos de torear secos y exentos de florituras, ninguno por la finura y gracia que distinguen a este joven cuyo aprendizaje básico se cumplió en una escuela taurina de su tierra denominada Mar de Nubes en recuerdo y homenaje, asómbrese usted, de aquel cárdeno de Fernando de la Mora inmortalizado por David Silveti en su penúltima salida al ruedo de la México (12.01.2003).
Pero además de solera y clase, Aarón Palacio posee una rara intuición para adaptar su incipiente técnica a las exigencias de cada astado. Y valor para recibirlos de rodillas a casi todos, y entereza para sobreponerse a los contratiempos de la lidia (en Bilbao, en el primer quite, una fea voltereta le produjo un fuerte esguince de tobillo, pero él continuó como si nada hasta desorejar a un utrero nada fácil). Y siendo el menos toreado es el más prometedor de la magnífica baraja actual de novilleros españoles –Marco Pérez, Javier Zulueta y otros tan cuajados como Samuel Navalón, Mario Navas, Jarocho, Chicharro… alguno de ellos ya matador a estas horas—, Palacio es sin duda el más tocado por una musa personal, con ese algo diferente que ninguna escuela puede proporcionar.
Aarón no duda en mencionar como su máximo inspirador a Morante de la Puebla, pero viéndolo torear me recordó vivamente la estética de Paco Camino. Por finura y profundidad, por rotundidad y aroma. Así que habrá que seguir con atención los pasos de este joven aragonés, con el deseo de que pueda desarrollar a fondo sus propios valores y estilo, una vez comprobada su filiación a tan insuperable par de modelos artísticos.
Flojeó Bilbao. Prometían mucho pero se quedaron cortas las famosas corridas generales, de tanta prosapia a lo largo de la historia y con tan poco público en su edición más reciente. Por faltar, hasta el trapío de algunos encierros flaqueó esta vez. La desolación de los tendidos en la despedida bilbaína de Pablo Hermoso de Mendoza fue como una síntesis de esta feria en la que el único corte de dos orejas llegó precisamente para premiar la última faena del centauro estellés con “Bondadoso”, magistral en todo con un templado ejemplar de San Pelayo. Feria ésta donde por obra del virtuoso pañuelo o la milimétrica lupa de don Matías González lo mismo vimos cortar apéndices por medias faenas que perderse en el vacío peticiones mayoritarias.
En este sentido, el principal damnificado resultó ser Roca Rey. El peruano fue el único anunciado para dos corridas y el único que llevó gente a la plaza. Pero una rácana oreja parece poco premio para su desempeño, que como es usual estuvo por encima de toros y alternantes, pésele a quien le pese. Y dicho sea sin desconocer como triunfador neto de la serie a Borja Jiménez, que conquistó a los bilbaínos con su entrega –tres portagayolas para empezar—y desorejó a cada uno de los estupendos toros de Fuente Ymbro que gracias a su buena suerte le correspondieron. Como Pablo Hermoso, Borja también abrió la puerta grande, y sólo habría que lamentar que cortara prematuramente su tercera faena de ese día 20 porque “Tramposo” iba a ser el toro de la feria y el rubio de Espartinas lo estoqueó cuando más temple y ritmo habían adquirido sus embestidas y más a gusto lo estaba toreando. Sus dos faenas anteriores, la segunda con un “Histérico” extraordinariamente
bravo y encastado, aunque valerosas y de buen tono, estuvieron lastradas por un exceso de rapidez al mover los engaños. Esa tarde Daniel Luque topó con el lote malo del reparto, abrió el improcedente mano a mano con una faena de genuino mérito y eso fue todo.
Otro toro bueno sería, al día siguiente, “Postinero” de Núñez del Cuvillo, y Emilio de Justo le cuajó la faena más clásica y redonda de la semana, premiada con una oreja muy justa y cara, especialmente si se la compara con las de “Marchante” de Victoriano del Río, otorgada a José María Manzanares por discreto quehacer derechista, o “Zarandillo” de la Ventana del Puerto, con la que los bilbaínos saludaron con excesivo entusiasmo la sedosa tauromaquia de Juan Ortega, autor de preciosos apuntes aislados en el transcurso de un trasteo bastante desigual. Nada que objetar, en cambio, a la oreja que premió la heroica entrega del salmantino Damián Castaño ante “Argelón”, un torazo sobrero de Dolores Aguirre, no sólo el más pesado de la feria (633 kilos) sino uno de los más poderosos y geniudos del imponente encierro que clausuró este año las corridas generales.
Imposible omitir la gustosa sensación dejada en la novillada de apertura por Aarón Palacio –vuelta al ruedo y oreja fue su balance—, por encima del auricular cobrado por un Jarocho a las puertas de la alternativa y la indudable clase del sevillano Javier Zulueta. Y sobresalió asimismo la espontánea despedida que un público legítimamente conmovido –dos vueltas al ruedo bajo cálida e incesante ovación—le dedicó a Enrique Ponce el viernes 23. Por desgracia, el de Chiva había elegido para la ocasión un pajuno encierro de Daniel Ruiz del que solamente Roca Rey, que llenó la plaza por segunda ocasión, consiguió sacar algún partido, solo para que volvieran a regatearle la oreja que la gente pedía. Tal vez Ponce, en su habitual rol de enfermero, habría conseguido alborotar con lo poquísimo que logró a suvillamelonaje adicto de la México, pero Bilbao es otra cosa y otro también el nivel de las numerosas gestas toreras de Enrique en una plaza que hizo suya a lo largo de treinta años, 63 paseíllos y seis puertas grandes de las de verdad.
Y como con los toros nunca se sabe lo que puede ocurrir, resulta que las dos cogidas registradas, muy aparatosas ambas, las causaron dos animales prácticamente muertos. La primera, el día 21, le costó a Castella una cornada no grave en el muslo y un puntazo en el glúteo cuando Sebastián intentaba descabellar a un cuvillo, “Farforillo”, que había sido protestado de salida (el galo sólo se dejó intervenir una vez que despachó a su siguiente adversario). La otra voltereta, más espectacular si cabe pero sin mayores consecuencias, se la llevaría al día siguiente el subalterno sevillano Antonio Manuel Punta cuando “Soleares”, el toro de Victoriano del Río desorejado por Roca Rey estaba a punto de doblar.
Pero más allá de nombres propios y eventos coyunturales, el bajón de una plaza tan vital como el Bocho es un serio llamado de atención. No puede estar Roca en todos los carteles para salvarles la papeleta a los empresarios.
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