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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 9 de diciembre de 2025

Derribado el toro y el respeto / por Carlos Bueno


'..Conviene recordar que el toro de Osborne no es simplemente una valla publicitaria. En 1994, el Congreso de los Diputados lo declaró “patrimonio cultural y artístico de los pueblos de España”, y tres años después, el Tribunal Supremo avaló su mantenimiento al reconocerle “interés estético y cultural”..'

Derribado el toro y el respeto

Carlos Bueno
El pasado 4 de diciembre, en la localidad alavesa de Rivabellosa, cayó el último toro de Osborne que permanecía en Euskadi derribado por la organización juvenil de la izquierda abertzale Ernai. El gesto, lejos de representar la defensa de los animales, responde a una estrategia política calculada, donde la tauromaquia y los símbolos culturales se utilizan para alimentar la división entre españoles.

Porque no se trata del toro en sí, sino del uso interesado de nuestra identidad para erosionar la convivencia. En un momento en que los debates que realmente condicionan la vida de los ciudadanos deberían ocupar la agenda pública, estos actos buscan desviar la atención, generar ruido y avivar polarizaciones que poco aportan al bienestar social.

Conviene recordar que el toro de Osborne no es simplemente una valla publicitaria. En 1994, el Congreso de los Diputados lo declaró “patrimonio cultural y artístico de los pueblos de España”, y tres años después, el Tribunal Supremo avaló su mantenimiento al reconocerle “interés estético y cultural”. Pese a ello, hay quienes continúan intentando imponer su voluntad sin respetar leyes, sensibilidades ni símbolos que forman parte de la memoria colectiva.

Este tipo de gestos entroncan con una tendencia preocupante, la de quienes se sienten en posesión de una superioridad moral que les permite despreciar al prójimo, desacreditar opiniones ajenas y atacar a lo que no simpatizan. La confrontación se convierte así en un fin en sí mismo, una herramienta para “pescar en río revuelto” a costa de dividir a la ciudadanía.

También desde altas esferas políticas se han producido dinámicas incomprensibles. El Ministerio de Cultura llegó a plantear el veto al torero Ignacio Sánchez Mejías en los actos de conmemoración de la Generación del 27, pasando por alto que fue escritor y dramaturgo, pero, sobre todo, mecenas indispensable para aquel grupo de intelectuales. Fue él quien, en 1927, impulsó en el Ateneo de Sevilla el homenaje a Góngora que terminó dando nombre a una de las generaciones culturales más decisivas de España. Sólo la presión social ha logrado rectificar la postura del ministro, cuya actitud injusta, sectaria y dictadora amenazaba con amputar una parte fundamental de la historia cultural del país.

Ni los partidos ni las asociaciones políticas pueden olvidar que su papel consiste en servir al pueblo, no en imponerse a él. Y la ciudadanía desea vivir en paz, en armonía y con respeto. Los últimos datos de celebraciones taurinas populares en Valencia reflejan la voluntad del pueblo: entre enero y noviembre de este año, en la Comunidad Valenciana se han celebrado 9.470 festejos taurinos populares, con la exhibición de 989 toros cerriles. Esa cifra habla de una realidad social viva, arraigada y plenamente vigente.

Por eso desconcierta que un puñado de intolerantes derribe un símbolo considerado patrimonio cultural, o que un ministro pretenda borrar de un plumazo a un personaje crucial de nuestra cultura por el simple hecho de haber sido torero. Lo grave no es sólo que estas decisiones se produzcan, sino que haya quien las aplauda sin cuestionar su trasfondo, facilitando que la sociedad se polarice y se enfrente.

España merece respeto por la diversidad y un mínimo de responsabilidad por parte de quienes influyen en la opinión pública. Ni los toros de Osborne ni Sánchez Mejías son el problema. El problema es la tentación de manipular símbolos y capítulos culturales para dividir, cuando precisamente deberían servir para unir.

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