Pese a la experiencia de tanto tiempo, al parecer, es preciso tropezar una y otra vez, si no en la misma piedra, sí en todas las que vayan apareciendo en el camino. No es el humo lo que nos ciega, sino las ideas preconcebidas, la soberbia y, sobre todo, la ignorancia.
Pitigrilli lo explicaba con humor y maestría en su novela La maravillosa aventura. Cuando el protagonista moría le pedía a Dios que le permitiese volver a la vida para enmendar sus yerros, pero cada vez que le era concedida la gracia, cometía otros distintos. ¿Es nuestro sino y condena? Algo de eso debe haber, porque ya en la mitología griega Sísifo estaba condenado a subir eternamente a lo alto de una montaña un pedrusco que al llegar a la cima rodaba de nuevo hacia la base del monte.
Y aquí estamos, volviendo a meter los pies en otro charco. La Comisión Estatal para Patrimonio Natural y la Biodiversidad, dependiente del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, toma rimbombancia, ha decidido incluir al lobo ibérico en el listado de especies protegidas, prohibiendo su persecución y caza, ante lo que los representantes de asociaciones de ganaderos y del mundo rural ponen el grito en el cielo ante lo que supone esta medida: el más que evidente peligro para la supervivencia de los rebaños de ovino y bovino del norte y centro de España.
Hace ya unos años se hizo algo parecido y la consecuencia fue un continuo ataque de un depredador al que no se ponía coto alguno, tal como la propia Naturaleza exige, acabando con miles de cabeza de ganado. Pero, ya se sabe, somos mas papistas que el papa y mas listos que Rodríguez de la Fuente.
En la Comunidad Valenciana no se permite ayudar a los ganaderos de bravo, dejando que se pierda la raza autóctona, y ahora se deja sin limitar la acción de lobo sobre el ganado. Tantas veces se ha dicho que viene el lobo, que al final viene y se nos come. Eso está más claro que el agua.
Pero si somos honestos, y sobre todo lo somos con nosotros mismos, el mundo taurino parece aquel Pedro al que pese a que se le avisó, por activa y por pasiva, de la llegada del lobo, hizo caso omiso y se desentendió del asunto… hasta que, naturalmente, llegó el lobo y le dejó sin ovejas.
Ya el año pasado la pandemia y sus consecuencias pillaron al sector totalmente desprevenido y distraído, sin capacidad de respuesta y dejando ver unas muy graves carencias y deficiencias en sus estructuras.
Sin embargo, no parece que aquel desastre haya servido para que se tomen medidas, se busquen soluciones y se establezcan sistemas que sirvan para reducir el impacto de una calamidad que no amaina ni remite. Seguimos fiándolo todo a la improvisación y, desde luego, a la providencia, incapaces de tomar decisiones que sirvan para impedir que lo sucedido en 2020 -y parece que también en 2021- vuelva a repetirse: dejar que la temporada pase en blanco.
Y, mientras, los grandes perjudicados siguen siendo los ganaderos, que ven horrorizados, cómo tienen que ir mandando sus toros al matadero ante la ausencia de ferias y festejos, los profesionales, muchos de los cuáles llevan más de un año sin percibir sueldo alguno y ven como son excluidos de las ayudas a las que legalmente tienen derecho por mera y simple cuestión ideológica, y, pese que no son pocas las veces que son olvidados o ignorados, los aficionados, a quienes se está privando de su espectáculo preferido y que a fuerza de desprecios, desatención y falta de servicio, puede que acaben por desertar definitivamente muchos de ellos. Dios no lo quiera, porque, aunque se diesen corridas sin público, si tampoco vuelven ya ni a ver toros en televisión, sea cual sea la modalidad de retransmisión, entonces sí que habremos llegado al final de esta historia.
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