Pese a la experiencia de tanto tiempo, al parecer, es preciso tropezar una y otra vez, si no en la misma piedra, sí en todas las que vayan apareciendo en el camino. No es el humo lo que nos ciega, sino las ideas preconcebidas, la soberbia y, sobre todo, la ignorancia.
Recuerdo que de pequeño esperaba ansioso que instalaran un circo cerca de mi localidad para que mis padres me llevaran a ver a los payasos. Era la actuación estrella para los niños. Ahora apenas quedan payasos porque ya no los solicitan. Los chavales están en otras cosas. Se distraen con diversiones diferentes, algunas de dudosa idoneidad para su edad. El mundo cambia y engulle el ayer a pasos agigantados.
Renovarse o morir. En todo caso espabilarse. Los gerifaltes del toreo se resisten a creer que la tauromaquia está pasando de moda, pero las estadísticas les quitan la razón. Cada vez se celebran menos festejos taurinos y los toros son un espejismo en las televisiones en abierto. Hay quien se consuela con su aparición en canales de pago, pero eso no le augura la pervivencia porque los suscriptores son aficionados, y de lo que se trata es de atraer nuevos adeptos.
Hace sólo unos días Juan del Val decía en una entrevista que los jóvenes ya no están en eso de los toros. Y tiene razón. Entre sus variopintas ocupaciones -y hasta que se casó con Nuria Roca- Juan del Val fue crítico taurino de Radio Nacional de España. Por eso sabía de lo que hablaba cuando aseguraba que la tauromaquia languidece y, además, apostillaba que los profesionales no han estado casi nunca a la altura de las circunstancias y que parecía que los antitaurinos son más los que están dentro que los que están fuera.
Si se estudia el caso, se convendrá que la continuidad de la tauromaquia en las últimas décadas ha sido casi cuestión de milagro a tenor de los gestores que la dirigen, que la han mantenido anclada en el siglo XIX con un inmovilismo desesperante, sin apenas intención de modernizar su funcionamiento ni capacidad para ponerla en valor. Se desestimó la influencia de los grupos antitaurinos, se pagaron cánones de arrendamiento abusivos, se cotizaron impuestos discriminatorios y se perdió la batalla de la televisión sin una reacción determinante. Ahora, la situación sanitaria impuesta por el coronavirus ahoga más si cabe a un sector que ya agonizaba antes de la pandemia, y la estrategia parece ser la misma de siempre, es decir, estatismo, esperar a que pase el problema y seguir en el punto en el que todo se dejó.
Pero eso jamás volverá a ser así. Por eso hay que pasar a la acción y promover campañas que muestren la riqueza medioambiental, cultural y económica que significa el toro. Se deben desmontar las mentiras de los antis y arrojar luz sobre la verdad del toreo. Toca enseñar al que no sabe pero habla por boca de quienes de forma hábil y partidista influyen en los demás. Es momento de volver a la televisión estatal porque así lo reflejan sus estatutos. Porque si no se emprenden actuaciones ya, los jóvenes dejaran de estar en “esto” totalmente, como un día los niños dejaron de estar en eso de los payasos.
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