Escribo estas letras con toda la pena del mundo porque, si alguien admira a Manuel Escribano, ese soy yo, sin el menor género de duda porque, como el mundo sabe se trata de uno de los toreros más honrados que hemos conocido en los últimos cincuenta años. Para colmo, esa honradez que aludimos se traduce en la lidia de sus toros que, desde siempre, Escribano se ha enfrentado a divisas míticas que, por supuesto, las figuras del toreo huyen sin el menor remilgo.
Es de agradecer todo lo que haga un torero para satisfacer al público que ha pagado una entrada pero, como digo, recibir al toro a porta gayola tiene un riesgo elevadísimo que, si a fin de cuentas puntuara para el triunfo final del diestro se podría entender el gesto pero, conforme está el toreo en la actualidad, la poca memoria que tiene el aficionado y mucho menos la gente que acude a los toros de forma casual, jugarse la vida en el primer lance es una barbaridad sin recompensa alguna.
Es cierto que, Escribano, con toda seguridad, hace lo que le dicta el corazón, algo hermoso por otra parte, como es el hecho de jugarse las femorales en el recibo indicado cuando sale el toro por toriles pero, la pregunta es obligada, ¿merece la pena tanto riesgo a cambio de nada? ¡Seguro que no! Para mayor desdicha, en dicha suerte –nunca mejor empleada la frase- Escribano ha corrido serios riesgos al ser cogido por sus enemigos, razón por la que desde nuestro corazón de aficionados le suplicamos que prescinda de semejante riesgo que, lo único que puede lograr es una fuerte cornada, algo que nadie le agradecerá.
Cierto es que, si de riesgo hablamos, Manolo Escribano se juega la vida en todos los tercios, de forma arriesgadísima en el lance citado pero, tras la suerte de varas, empuña los palos para que no quede el menor atisbo de duda sobre el diestro. Como digo, un caso casi único en la historia actual del toreo en que, un torero es capaz de darlo todo, absolutamente todo, y muchas veces a cabio de nada.
Por supuesto que no hay el menor atisbo de crítica hacia este espada que, ante todo, está cosido a cornadas y, una vez repuesto, como hace a diario, es capaz de darlo todo por aquello de conseguir un éxito que, en muchas ocasiones por culpa de los toros, se torna inalcanzable. Yo diría que es un consejo el que quiero darle a tan admirable matador que, sin remilgo alguno, pone su vida al servicio de su arte, de profesión y, por encima de todo, para satisfacción de todos los aficionados que acuden a verle. Buscando un paralelismo que pueda definir todo lo que digo ante el riesgo asumido por el diestro sabedor que no tendrá premio, digamos que podríamos equipararlo en aquel futbolista que, -a excepción del riesgo de jugarse la vida- sabedor de que está en fuera de juego, mete el gol con la esperanza de que se lo validen, tarea complicada por otra parte y mucho más con los medios que ahora gozamos en todos los órdenes.
Manolo Escribano, portador de una grandeza fuera de lo común, como digo, debe de olvidarse de esos riesgos inútiles e innecesarios y, a poder ser, seguir firmando tardes apoteósicas como la que logró en El Puerto de Santa María con los toros de Adolfo Martín que, como nos contaron testigos presenciales, hizo una de las grandes faenas de su historia, solo comparada a la del toro Cobradiezmos que indultó en Sevilla, justamente, con otro toro de Albaserrada.
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