Los actuales promotores de la ley de memoria democrática son los sucesores y herederos políticos de los asesinos del 36. Y pretenden cambiar la historia.
Cuando los milicianos asesinaron a los benedictinos de El Pueyo y los enterraron en cal viva
En la investigación que he llevado cabo, me ha llamado la atención la coincidencia de varios testigos al describir cómo se llevaron a cabo estos crímenes. Veamos una de estas declaraciones, la de José Lacamba Lejarreta, como muestra de lo que quiero exponer. Este hombre era un empleado y vecino de Barbastro, que tenía dos hermanas: Jesusa y Juliana. A estas dos mujeres las asesinaron porque en uno de los registros les encontraron en su casa propaganda política de Pilar Primo de Rivera.
Pues bien, José Lacamba Lejarreta, tras comentar la detención y encarcelamiento de sus hermanas, declara que fueron asesinadas “en el llamado cementerio nuevo, en la madrugada del 21 de septiembre [1936], donde hubo una aglomeración de izquierdas, que consideraban un mérito rojo intervenir y contemplar los asesinatos de estos días”.
Y exactamente en esto consiste la llamada Ley de Memoria Democrática, impulsada por los sucesores y herederos políticos de los asesinos de Barbastro, en obligarnos a decir, bajo gravísimas amenazas de multas y hasta de cárcel, que las acciones criminales del Frente Popular durante la Segunda República y la Guerra Civil fueron actos con un contenido democrático, tolerante y ético.
La Ley de Memoria Democrática nos obliga a decir, bajo gravísimas amenazas de multas y hasta de cárcel, que las acciones criminales del Frente Popular durante la Segunda República y la Guerra Civil fueron actos con un contenido democrático, tolerante y ético.
Cada año, en la primera clase que daba a mis alumnos de Alcalá, les decía que si bien el programa de la asignatura tenía treinta temas, en realidad a lo largo del curso solo explicaba una cosa, y que además se la podía expresar a continuación con una frase bien corta, aprovechando que el primer día lectivo siempre hay pleno en el aula. Y en ese momento, cuando todos ponían sus bolígrafos en prevengan, por mi parte dramatizaba la situación, hacía un silencio largo para recibir con importancia a la frasecita y a continuación proclamaba:
“Si, con el correr de los años, alguna vez les preguntan a ustedes qué les enseñó el profesor Paredes, pueden decir que solo una cosa y es esta: 'Las cosas son lo que son'. Eso es todo y lo más importante, lo que además de servir para estudiar Historia, resulta muy útil tenerlo en cuenta para no ir dándose trompicones por la vida".
Las caras de asombro que ponían mis alumnos, yo no sabría decir si era de no entender nada, de pensar que les estaba tomando el pelo o de las dos cosas a la vez. Por eso les explicaba con un ejemplo que las situaciones más graves en la historia de la Humanidad se han producido cuando no se ha respetado la máxima de que “las cosas son lo que son”. Y para ilustrar mi sentencia les recordaba la escena de la película La lista de Schindler, en la que el jefe nazi del campo de concentración se divierte matando judíos con su rifle desde el balcón de su residencia, para a continuación dirigirse con ojos de cordero degollado a su bella criada, una judía guapísima de la que está enamorado, a la que le dice: “Pero tú no eres una cucaracha”.
En efecto, ese fue el origen del problema de los judíos, que en lugar de verlos como personas —“las cosas son lo que son”—, los nazis les definieron como cucarachas, y partir de esa consideración se justifica el exterminio de tan repugnante insecto. Y, repito, esto es exactamente lo que sucede con la Ley de Memoria Democrática. Y desgraciadamente de esta misma tergiversación del lenguaje adolece la denominación oficial “de mártires del siglo XX o de la década de los treinta” para referirse a los católicos asesinados por los comunistas, los socialistas y los anarquistas durante la Segunda República y la Guerra Civil. Y estoy convencido que los señores obispos si abandonan estrategias que ni les dan credibilidad, ni tampoco les sirven para hacerse amigos del PSOE y llaman a las cosas por su nombre, verán incrementado su prestigio, no solo entre los católicos, sino hasta entre los mismísimos socialistas.
El santuario de Nuestra Señora de El Pueyo, situado en las afueras de Barbastro (Huesca), tiene una antigüedad centenaria, pues fue erigido en el siglo XII, poco después de reconquistar estas tierras a los moros. A finales del siglo XIX se instaló allí una comunidad de benedictinos, que fue exterminada durante la Guerra Civil.
Desde el pucherazo de febrero de 1936, que aupó al Frente Popular al poder, los benedictinos de El Pueyo ya se sintieron acosados
Pocos días después de estallar la Guerra Civil, detuvieron a los monjes con el pretexto de que el monasterio era un almacén de armas, por más que en los registros practicados no se encontró ni un tirachinas.
Lo cierto es que desde el pucherazo de febrero de 1936, que aupó al Frente Popular al poder, los benedictinos de El Pueyo ya se sintieron acosados. Como muestra de lo que digo sirva la carta de la hermana de uno de los monjes, Honorato Suárez Ríus, informándole de la visita que hizo el día de San José de 1936 a su familia en su pueblecito, Torres del Obispo, perteneciente al municipio de Graus.
Este texto, como los que transcribiré a continuación se los tomo prestados a Martín Ibarra Benlloch, máximo experto en la persecución religiosa en Barbastro, que en los próximos días publicará un libro en la editorial San Román con el título Barbastro una diócesis mártir, del que cuando aparezca les tendré informados. Esto es lo que escribía la hermana de fray Honorato al padre Alejandro Pérez en una carta, que se incorporó como documentación para el proceso de beatificación:
“Respetable padre acabo de recibir su atenta carta, y en contestación a ella debo decirle que cuando dijo mi hermano que venía a despedirse de la familia, supuesto que pronto los matarían a todos, fue el día de San José, y sí estaba yo presente cuando mi madre le dijo: ‘márchate hijo mío al extranjero y quizá no te matarán’; y él dijo: 'no mamá porque será muy bonito morir por Dios y subir al Cielo'. Y entonces dijo que el médico de Albelda por mediación de su madrastra, o sea por la esposa de su padre, le había ofrecido su casa para ocultarlo y él no aceptó eso fue el año mil novecientos treinta y seis y ya no le vimos más”.
Sin duda que no eran infundadas las sospechas de fray Honorato. En la madrugada del día 28 de agosto de 1936 un grupo de milicianos entró en el colegio de los escolapios, donde estaban presos los benedictinos, les ataron con cuerdas de dos en dos y les subieron a un camión.
Lo sucedido a partir de ese momento lo cuenta la riquísima documentación aportada por Martín Ibarra Benlloch. El relato pertenece a una mujer que fue testigo, llamada Benjamina Valencia Gambarte:
“Que sobre la una o las dos de la mañana (no recuerda fecha) en que sacaron a matar a los de Pueyo, ella estaba en el balcón del convento, desde el cual presenció toda la escena desarrollada en la contigua plaza del Ayuntamiento, donde entonces había poquísima gente.
Que las víctimas salieron del colegio de los padres Escolapios. Que al montar en el camión, situado junto a la escalerilla de acceso a dicha plaza, los milicianos les pegaban con las armas, y vio como a uno de los conducidos dieron tan fuerte golpe en la cabeza, que ella misma notó saltar algo de la víctima, y al preguntar al día siguiente a un miliciano que estuvo presente en tan criminal acto, qué es lo que saltó, respondiéndola: ‘A aquel le saltaron los dientes’.
Que al ponerse en marcha el camión comenzaron las víctimas a gritar ¡Viva Cristo Rey! en un tono valiente y fervoroso.
Que en el camión montaron los presos sacados de aquella noche del colegio de los padres Escolapios, en cuanto a nadie vio de ellos que caminara a pie. Con ellos montó también la guardia”.
Y los últimos momentos de este crimen los narra Plácido María Gil:
“Uno de los enterradores cuenta un caso excepcional. Habla exactamente de catorce ejecutados, que él ignoraba fueran los frailes de El Pueyo. Estaban desnudándolos del todo (caso también raro) cuando se sorprendió al ver que uno, que era joven, pero no de los más jóvenes de aspecto bello y buen tipo y que se hallaba ya desnudo del todo trataba de incorporarse, consiguiendo arrodillarse ante él. Tenía el pelo moreno y alguna entrada. Bien estudiados uno por uno, esta bella figura martirial solamente podía corresponder entre los catorce al padre Anselmo Palau. He llegado a esa conclusión después de muchas cavilaciones. ¡Imaginemos, si es que estuvo consciente lo que sufrió este monje! ¡Pero él era capaz de la heroicidad! Además de piadoso era de ánimo fuerte. Nos costa por el testigo que los desnudaba que al ver M. A. C. cómo trataba de incorporarse el monje, lo remató con dos disparos de pistola en la cabeza. Cubiertos los cadáveres con una fuerte cantidad de cal viva, echaron sobre ellos unos cuarenta cubos de agua”.
Y concluye Martín Ibarra Benlloch, en su detallada y contrastada investigación: el enterrador al que se refiere es José Soria García, que intervino en desatar las cuerdas, desnudar los cadáveres y darles sepultura.
Javier ParedesCatedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.
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