En medio de la calma del verano, se ha desatado una tormenta en Francia. Se ha publicado un libro (Pio Moa, Les mythes de la guerre d'Espagne, publicado por L'Artilleur / Toucan, con prólogo de Arnaud Imatz). Se ha publicado una entrevista con el autor en Figaro Histoire, seguida de un vídeo de la periodista Isabelle Schmitz que ya ha conseguido 1,2 millones de visitas en Twitter. Y L'Humanité, seguida por el Huffington Post, ha reaccionado de forma estruendosa.
Las revelaciones de Moa han sacudido, evidentemente, sobre todo a la Francia de izquierdas (también a la otra, que lo sospechaba un poco, pero nunca se había atrevido a creerlo en serio). La conmoción es comprensible:
ha quedado claro que es falso de arriba abajo lo que siempre se había creído, desde hace más de ochenta años, sobre las razones profundas de la Guerra Civil española.
Más grave. Quien aporta las pruebas no es un miserable "fascista" que vomita su odio antidemocrático contra el pueblo. Por el contrario, Pío Moa había sido en su juventud un decidido luchador antifranquista que ahora abraza plenamente las ideas liberal-democráticas.
¿Qué dice este historiador, cuyos libros originan en España tanto un éxito clamoroso (300.000 ejemplares vendidos) como un odio feroz?
Dice que Franco y los suyos no se levantaron contra la democracia de la República establecida en 1931. Y ello por la más sencilla de las razones: esa democracia simplemente no existía. ¿Cómo podría haber existido después de las elecciones que el Frente Popular (está probado blanco sobre negro) ganó en 1936 mediante el más fraudulento de los pucherazos? ¿De qué democracia cabe hablar cuando los socialistas se habían levantado dos años antes para hacer triunfar la revolución bolchevique (pero fracasó y sólo se impuso brevemente en Asturias)? ¿Qué intenciones democráticas podían albergar unos dirigentes socialistas que no paraban de proclamar sus objetivos revolucionarios? Como Largo Caballero, conocido como el Lenin español, que en febrero de 1936 declaraba: «En cuanto caiga el gobierno de Azaña, habrá una República Soviética en España».
No cabe la menor duda: en vísperas de la Guerra Civil, la revolución (sea cual sea el nombre que se le dé: soviética, socialista, comunista...) estaba a punto de hacer caer su yugo sobre España. Sólo un alzamiento militar podría impedirlo, por más que significara una terrible guerra civil en la que, como en cualquier guerra entre hermanos, se cometieran crímenes en ambos bandos.
Pero nadie lo había dicho antes. ¿Nadie?... Sí, todos los historiadores franquistas siempre han afirmado que en esto consistió el alzamiento nacional. Pero nadie los creyó. Empezando por la derecha liberal española, que hizo dos cosas. Una de ellas fue tender la mano a los enemigos de ayer lanzando una Transición tendente a la reconciliación entre las dos Españas. Muy bien, pero el problema es que esto implicaba algo más: si así se hacía, ninguna de las dos partes podía asumir entonces la responsabilidad de la guerra civil y de sus fechorías. Ahora bien, la primera que se puso encantada el sayo de penitente fue la derecha liberal, que, siempre temerosa de ser juzgada «demasiado de derechas», fue capaz, entre otras cosas, de votar en el Parlamento una declaración condenando el alzamiento militar con el que se derrotó al comunismo.
¿Cómo no extrañar entonces que se abriera el camino para que los distintos gobiernos socialistas eliminaran todo rastro del espíritu de reconciliación que significó la Transición? Pronto (en cuanto entre en vigor la llamada Ley de Memoria «democrática») la persecución ideológica que la izquierda siempre ha emprendido para imponer sus ideas se verá duplicada por la persecución jurídica contra quienquiera se atreva a mencionar cualquier hecho relacionado con el régimen franquista sin cubrirlo de oprobio.
Mucho cuidado deberá tener entonces Pío Moa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario