El Madrid tuvo premio a su resistencia y su capacidad de competir cuando le superan. Rüdiger nos llevó al cielo con el penalti final en un ronda que supuso la consagración de Lunin como uno de los más grandes porteros de Europa. Qué bellísimo sería ganar la Champions con Lunin de portero. Estamos en camino.
1-1 (3-4): El Real Madrid es más grande que la vida
Jesús Bengoechea
La Galerna/Madrid, 18 abril, 2024
En un partido más grande que el mundo, frente a un rival más grande que la Vía Láctea, el Madrid ha vuelto a demostrar que es más grande que la vida y se ha clasificado en los penaltis.
Las alineaciones presagiaban los accidentes más rutilantes, de tráfico y cerebrales. La baja, muy inoportuna, de Tchouaméni resultaba cubierta por Nacho como había sido previsto, sin opción para un Militao demasiado renqueante. En los skyblues, el retorno de Walker se antojaba un obstáculo de consideración para Vinícius, mientras la vuelta de De Bruyne, recuperado de sus males estomacales, presagiaba un arma de doble filo. El despiadado arsenal ofensivo que reunía Guardiola con la presencia del belga tenía por fuerza que implicar una mayor debilidad defensiva y más opciones para las transiciones blancas. ¿O era sólo lo que los ingleses llaman wishful thinking, con envidiable sencillez expositiva?
Ambos equipos presentaron armas con una indisimulada intención de presionar arriba, lo que dibujaba trazas de un encuentro aún más infartante que el de ida. El Madrid sacaba de puerta en largo desacomplejadamente, como prueba de que la presión citizen le preocupaba. Poco a poco, sin embargo, el Madrid se soltó y comenzó a hacer circular el balón. A los diez minutos, una larga y sabia posesión de los blancos desembocó en un chut algo desmadejado de Camavinga. Era el aperitivo. Enseguida domó Bellingham un balón aéreo, lo jugó con maestría para Valverde, el uruguayo para Vinícius y el pase de la muerte del brasileño lo remató con suspense a la red su compatriota Rodrygo. Primero paró Ederson, pero el brasininho la rebañó para dentro. Árbitro, la hora.
El City lanzó unos ciento cincuenta córners como respuesta, y eso era sólo un anticipo. Haaland remató al larguero y Silva no pudo embocarla. El zafarrancho estaba escrito en las estrellas, pero en defensa el Madrid aguantó bien, con Lunin y Rüdiger al quite. No parecía dispuesto a descomponerse el cuadro vikingo, inequívocamente poseído por el espíritu de las grandes noches y sin renunciar a volver a sorprenderlos al contragolpe. En una de esas, una gran incursión de Vinícius acabó con el balón botando para que Carvajal rematase a bocajarro, rechazando Dias y lanzando Valverde a las nubes. Pero la cosa consistía en el intercambio de golpes vaticinado por los dioses, y Lunin rechazó espléndidamente un misil de De Bruyne, Vini metió un centro catedralicio que Valverde no pudo aprovechar y Grealish se internó con su dribbling letal creando una nueva ocasión. Se superaba la media hora y el trabajo colectivo del Madrid era sobresaliente. Como recomendó Ancelotti, valentía y carácter por parte de todos y en cada detalle.
Grealish volvió a ponernos el corazón en un puño, pero Rüdiger se adelantó como el titán que es para despejar a córner. De Bruyne había destapado el tarro, y poco se podía hacer al respecto salvo apretar los dientes como sólo el Madrid sabe hacer. Camavinga y Valverde se multiplicaban con tanto denuedo como clase, y la ayuda defensiva de Vinícius y Rodrygo se antojaba crucial.
Nos embotellaba el City, sacando córners cerradísimos que ponían a prueba a un Lunin magistral. Foden tiró fuera por poco al borde del descanso, al que se llegó con la sensación de orgullo en todo lo alto. 0-1, sangre, sudor y casta.
EN UN PARTIDO MÁS GRANDE QUE EL MUNDO, FRENTE A UN RIVAL MÁS GRANDE QUE LA VÍA LÁCTEA, EL MADRID HA VUELTO A DEMOSTRAR QUE ES MÁS GRANDE QUE LA VIDA
Comenzó el segundo tiempo. Árbitro, la hora.
El arranque del City fue tremendo. Lunin volvió a emplearse a fondo por tierra, mar y aire (en especial de nuevo ante Grealish) y el Madrid perdió un par de balones tontos que le habrían puesto nervioso de no ser porque no había tiempo ni para eso. Bellingham empezó a impartir lecciones y el Madrid volvió a amenazar. Pero el juego entre líneas de los de Guardiola aterrorizaba. Nacho la sacó a córner, rectificando su propia indecisión y la de Lunin, que volvió a blocarla ante Foden. Todo hacía indicar que, en una de estas, el City marcaría. Te echan atrás por aplastamiento. El Madrid necesitaba dormir un poco el partido. Su resistencia era numantina pero parecía imposible aguantar todo el partido así, y eso que estaba Carvajal, que en una arrancada racial forzó una tarjeta de Grealish que debería haber sido la segunda. Camavinga, Rüdiger y Valverde sostenían al Madrid de modo homérico, como dicen los fordianos. Embotellados, pedíamos a gritos a Modric para un mayor control de la bola. Al menos este cronista lo berreaba en su casa. Así no íbamos a aguantar. Lunin se la volvió a parar a un Grealish siempre inquietante. Descomunal el ucraniano, hasta el punto de coadyuvar en la sustitución del propio Grealish, quemado ante tanta grandeza.
El juego del City era excepcional, y el Madrid lo resistía excepcionalmente. Pero tenía que pasar lo que tenía que pasar. Rüdiger (quizá) se resbaló en el área pequeña y De Bruyne aprovechó el regalo para empatar. Media España rugió de alegría obscena.
No se conformó el City, renuente a la prórroga. El propio De Bruyne disparó fuera por muy poco. Ancelotti metió al final a Modric. Quedaban once minutos. De Bruyne, protagonista de todo, falló el gol de su vida, solo delante de puerta. Cundía el pesimismo. Ancelotti quitó a Rodrygo y metió a Brahim. No obstante, la sensación era que la apisonadora del City, que te minimiza poco a poco, lo tenía todo de cara. Al menos, Brahim forzó una amarilla de Rodri en una gran salida de contragolpe con un gran taconazo de Vinícius. Eran los últimos estertores del partido. Antes de la llegada de la prórroga asistimos a una tarjeta incalificable para Mendy.
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Rúben Dias metió un mandoble injustificado a Bellingham nada más comenzar el segundo tiempo. Orsato se desentendió. A estas alturas de la crónica, el cronista ya sólo tiene fuerzas para frases cortas, como se habrá observado. Lo mejor que podía decirse del Madrid es que no le perdía la cara al fútbol deslumbrante de los de Sampedor. Pero el acoso era total, y el Madrid no tenía recursos para contrarrestarlo. Estaba muy desdibujado el equipo, dando la sensación de que andaba en las últimas físicamente. Prueba: Walker frenó a Vinicius en una gran internada y el brasileño se quebró, siendo sustituido por Lucas Vázquez. El Madrid recuperó algunas buenas sensaciones antes del término del primer tiempo y, de hecho, un gran pase de Brahim lo remató Rüdiger fuera. ¿Sería el Hey Jude que sonó en el descanso de la prórroga un presagio?
Carvajal, siguiendo la estela de Vinícius, se declaró de baja muscular en el minuto 109. Salió Militao en su lugar. Había hecho un gran partido el canterano, y se retiró aplaudido por el público citizen. Las cosas eran deslavazadamente maravillosas a esta altura, con vaivenes entre lo aciago y lo edificante. El aficionado canónico del Madrid estaría enfadado viendo al Madrid tan encerrado, pero el aficionado al fútbol tendría que entenderlo. No obstante, visiblemente sin fuerzas, el Madrid trataba de estirarse en contragolpes conmovedores. Y con estas sensaciones llegamos a los penaltis. Vivos, o eso pensábamos.
El resto no hace falta que lo cuente este humilde cronista. El Madrid tuvo premio a su resistencia y su capacidad de competir cuando le superan. Rüdiger nos llevó al cielo con el penalti final en un ronda que supuso la consagración de Lunin como uno de los más grandes porteros de Europa. Qué bellísimo sería ganar la Champions con Lunin de portero. Estamos en camino.
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