"..Todo lo épico y verdadero llegó de las manos del toro encastado y fiero, algo que tardaremos en olvidar. Lo de las figuras es un mundo aparte con el que el gentío vulgar y corriente se emociona porque no conoce la otra cara de la moneda. Por eso sigo sosteniendo que, me cuesta mucho creer que el público de las figuras fuese el mismo que acude a contemplar al toro en todo su esplendor.."
En Sevilla triunfó el toro
Pla Ventura
Toros de Lidia/24 abril, 2024
Ya solo nos quedan ecos lejanos de lo que ha sido la feria de Sevilla pero, pese a todo, nadie podrá negar que el gran protagonista de la feria hispalense ha sido el toro y, a su vez, las figuras han naufragado con el todo adormilado, sin casta, sin fuerzas ni nada que se asemeje a la auténtica bravura de lo que entendemos como un toro de lidia.
Este logro nos emociona por completo porque, respecto a la parodia, nos la sabemos de memoria y, la mayoría de las crónicas que hemos escrito sobre Sevilla, las mismas podíamos haberlas hecho antes de empezar los festejos. Otra cosa muy distinta es cuando aparece ese toro bravo, fiero, encastado y con raza que, de forma lógica, pide credenciales a los toreros. Es ahí donde se fragua la gesta, en muchas ocasiones con tintes de heroicidad que, como sucedió con Manolo Escribano, La Maestranza vibró como pocas veces lo ha hecho a lo largo de la feria.
No hay nada más bello ni emocionante que poder comprobar que, el peligro que tiene el torero, el mismo, llega a los tendidos. Claro que, cualquier bobo diría que todos los toros tienen peligro, por supuesto, eso no lo niega nadie porque un bicorne, por aborregado que sea, solo por su fuerza ya le gana al torero. Pero una cosa es el peligro lógico de cada toro y otra muy distinta que todo lo que se haga en el ruedo cale hondamente en el corazón de los aficionados.
Y lo dicho ha ocurrido en varias ocasiones, siempre, gracias al toro auténtico que no regala nada y, a su vez, logra que el torero en cuestión sea capaz de darnos lo mejor de su ser para que vivamos su faena ahítos de emoción. ¿Hay que desdeñar por ello la faena bonita de cualquier torero llamado artista? Por supuesto que no. Pero las emociones que nos regaló Victorino Martin con su reata de toros bravos y encastados, eso no se puede cambiar por nada del mundo. Todavía retumban en mis oídos las sensaciones, vítores, aclamaciones y ovaciones que se llevaron los toreros en la tarde en que se lidiaron los toros de Galapagar. Borjita Jiménez no lo olvidará jamás y, mucho menos Manolo Escribano que, sin duda alguna firmó la página más emotiva de la feria, la reacción de los aficionados en dicha tarde lo dijeron todo.
Todo lo épico y verdadero llegó de las manos del toro encastado y fiero, algo que tardaremos en olvidar. Lo de las figuras es un mundo aparte con el que el gentío vulgar y corriente se emociona porque no conoce la otra cara de la moneda. Por eso sigo sosteniendo que, me cuesta mucho creer que el público de las figuras fuese el mismo que acude a contemplar al toro en todo su esplendor. Sea como fuere, en calidad de aficionado, me posiciono una vez más junto a la verdad de la fiesta que, como todo el mundo sabe, pasa por la grandeza y esplendor del toro que se lidie. Lo demás son sucedáneos que, por momentos nos pueden resultar bonitos, pero, ahí muere todo.
Fijémonos que, hasta la corrida de Miura, en otras ocasiones ha pecado de insulsa y aburrida, en esta feria ha dado una dimensión bárbara si de toros encastados hablamos. No son toros apropiados para hacer la faena soñada, pero, tampoco nos hace falta porque, amigos, con ver jugarse la vida de verdad a unos hombres apasionados, con ello nos basta y nos sobra. Barrunto que, el lleno absoluto en dicha tarde venía como consecuencia de la inclusión en el cartel, en contra de lo que opinaban los médicos, de Manolo Escribano que, herido ocho días antes con un toro de Victorino y, sabedores de todo lo que hizo en aquella fecha en el sexto toro de la tarde, en el que salió de la enfermería y, sin apenas anestesiarle, se enfrentó a su enemigo de una forma épica e inenarrable, hasta el punto de cortar las dos orejas más justas de la feria. Siendo así, con aquella proeza realizada, que reapareciera en tan poco tiempo para matar la de Miura y, su vez, mostrar la dimensión que ofreció, está claro que los aficionados cabales no quisieron perderse un espectáculo fantástico como fue la lidia de los toros de Zahariche.
Por lógica, por justicia, Manolo Escribano tras su apoteósica feria de Sevilla ya debería tener firmadas treinta corridas de toros, pero, eso ya es otro cantar. El sistema, como ellos definen a la podredumbre del mundo del toro, le hará pagar caro esos triunfos y, dicho tributo no será otro que tenerle aparcado no vaya a ser que repita muchas veces la épica de Sevilla y vaya por ahí estropeando pasodobles, ¿verdad?
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