JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy tocó la «Corrida de la Cultura», que vaya usted a saber qué es eso, y el que tenga dudas que se lo pregunte al chisgarabís del Ministro del ramo o de la rama, que el hombre desde la superioridad de su moral considera que la de los aficionados a la Tauromaquia es de menor valor que la suya propia, para que se vea en qué poco tiene ese pobre hombre a la verdadera Cultura. Por la mañana un grato almuerzo con los miembros del Club Taurino de Londres, del que es miembro señalado Andrew Moore, para homenajear a Uceda Leal, y por la tarde, a Las Ventas con la certeza, para esto no hay que tener una bola de cristal, de que hoy habría una bandada de orejas flotando sobre el coso de la calle de Alcalá, a ver quién era el que las agarraba, si Roca Rey o Borja Jiménez, porque dab
a la impresión de que la cotización de Emilio de Justo puntuaba a la baja en la quiniela orejera.
El ganado cultural que se eligió para esta tarde pertenecía a la Facultad ganadera de Victoriano del Río, que ya nos visitó el día 16 de mayo y, en vista del más que descriptible éxito que cosecharon, a los de Plaza 1 les pareció poco y decidieron repetir los productos de Medianillos Ganadera S.L. dieciséis días más tarde para darles otra oportunidad, como quien dice la convocatoria de septiembre. Es bien sabido que, de los tres tercios canónicos que componen la lidia y muerte de un toro, al señor ganadero sólo le importa el último de ellos, el del muleteo, y es a ese fin al que supedita todo su afán de criador de toros. Hay otros aspectos como la casta, el trapío o el poder, que en esta vacada resultan extraños por no decir desconocidos. A cambio de tantas renuncias, de vez en cuando suelta el ganadero un toro que es una máquina de embestir, un autómata que repite incesantemente sus embestidas y que sigue dócilmente los vuelos de la muleta. Ese toro hoy le correspondió a Borja Jiménez, fue el segundo de la tarde y atendía por el nombre de Dulce, número 70.
A este le recibió Jiménez de rodillas frente a chiqueros y, una vez de pie, con chicuelinas, delantales y una airosa media. El inicio de la faena, con la pata arqueada y ganando pasos al toro en cada muletazo hasta que se lo lleva al tercio tiene sabor y belleza. Y ahí termina el Borja Jiménez que entronca con la renombrada faena del año pasado, el Borja Jiménez de la rectitud, el que cruza al pitón contrario, el de la buena colocación, para aparecer el Frankenstein que ya están criando, cuyo toreo se nutre de la ventaja, de la mala colocación y del aire chocarrero: toreo televisivo 100%, para los que ven los toros desde sus casa (que ya hay que tener valor). Ni que decir tiene que la barata propuesta taurómaca de Borja Jiménez, acaso puntuada por tres derechazos de más enjundia, y por su gran gusto en los adornos, encontró un desenfrenado eco en los abarrotados tendidos, donde se oyeron rotundísimos oles. Las gentes vibraron con esos pases sin alma y sin cuajo del sevillano y cuando el toro, que estaba como el chiste de aquel borracho de «ahora me caigo, ahora me levanto», cayó a la de tres, se produjo la primera petición verdaderamente mayoritaria de oreja de todo lo que llevamos de Feria. El presidente, en uso de sus atribuciones y ante la masiva petición, otorgó el trofeo que concede el público, pero las insaciables gentes pedían una segunda oreja… ¿qué habrían visto? y el señor González González, decidió, con buen criterio y en uso de sus atribuciones, no dar la que es potestad del Presidente, lo que soliviantó sobremanera a las gentes, que obligaron a Jiménez a dar una segunda vuelta al ruedo.
Las concurrencia estaba herida en su amor propio por el desaire presidencial del que se creían víctimas y ya se venteaba que, a poco que hiciera Jiménez, se esforzarían por poner en su mano la llave que abre la puerta grande, así que Jiménez se va otra vez a porta gayola a recibir al quinto y cuando le echan por flojo ahí está de nuevo Jiménez de rodillas ante las puertas de los chiqueros en su tercer saludo que, una vez en pie, consta de verónicas, chicuelinas y media verónica de gusto, justamente jaleadas. Este quinto, Volandero, número 41, de la ganadería de Torrealta, no es el toro mecánico anterior y por eso a Borja le cuesta algo más ir sacándole la faena de uno en uno, quedando patente su descolocación cuando el toro no le repite el muletazo. Daba igual, porque los oles tronaron como si estuviéramos viendo algo grande y ni siquiera hizo falta matar a la primera, ¿qué más da?, si él ya tenía la oreja ganada desde que se hincó de rodillas frente a chiqueros. Cuando el toro rodó salieron los pañuelos, menos que antes, y le cayó la aurícula que le franqueaba el paso por la puerta grande. Menuda diferencia de sus dos puertas grandes, la rotundidad del toreo verdadero de 2023 que le puso en circulación y la triquiñuela ventajista de 2024 que nos hace quitarle un poco de crédito.
Roca Rey salió muy dispuesto en su primero con pases cambiados por la espalda y de rodillas, pero en seguida se dio cuenta de que el toro de la tarde ya había salido y que las simpatías de la Plaza estaban ya del lado de Borja Jiménez. Se le exigió, como primera figura que es, y ni quiso ni supo hacer otra cosa que sacar a pasear un catálogo de ventajas y de vulgaridad de muy corta dimensión. El sexto, Cóndor, número 124 (¿qué mejor para un peruano que un cóndor?), era un cóndor de vuelo bajo que huía de los capotes y que se echó con un fortísimo arreón sobre el penco, la guata y la persona de Sergio Molina, que a punto estuvo de echar todo aquello al suelo. La primera serie de derechazos dio la impresión de que el toro iba a servir a los propósitos de Roca, pero tras ella el bicho se desengañó y ya no hubo forma de hacer nada con él.
Emilio de Justo tuvo la oportunidad de enfrentar un toreo de verdad a las propuestas neotauromáquicas de los otros dos, pero en cambio se sumó a sus enunciados e hizo lo que todos, sin el más leve eco en los tendidos, porque ellos habían elegido quién era su paladín y, llegada la hora, una multitud de muchachos jóvenes como hacía mucho que no se veía se echaron al ruedo a sacar a hombros a Borja Jiménez. Que intentasen sacarle por la puerta de caballos da un toque de candor al relato. Posiblemente uno de cada veinte de esos jóvenes llegará a ser con el tiempo un buen aficionado, pero arribar a ese puerto les costará. Lo deseamos fervientemente.
La corrida de Victoriano del Río ha sido una gayumbada de mucho tronío, fea, blanda y mal presentada, pero habrá quien reivindique al tal Dulce como gran toro. No falla.
ANDREW MOORE
FIN
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