César Rincón nació torero y morirá torero. El maestro es un hombre y un ser humano virtuoso que jamás le ha hecho mal a nadie y sólo le ha agregado alegrías, emociones, cultura y gloria al nombre de Colombia por todo el mundo, como lo hicieron Botero, García Márquez, Cochise y todos los demás profesionales de talla mundial que ha parido nuestra tierra.
César viene del origen más humilde y necesitado de la más profunda Bogotá. Es el producto del sacrificio y el trabajo de toda una familia. Pasó una infancia llena de angustias y necesidades, perdió a su madre y su hermana en el incendio de la casa humilde donde vivían. Su padre se ganó la vida como fotógrafo taurino; y en medio de todas esas dificultades de niño, soñó con la gloria de ser torero y triunfar.
Recuerdo que empezamos al tiempo en la profesión. Lo conozco, lo admiro, lo estimo y respeto. Se merece todo lo que se ha ganado a pulso, lo que se le ha reconocido, y mucho más. Con sacrificio hizo una carrera de novillero y matador de toros sufrida con las limitaciones que el toro impone, pero él siempre llevó por dentro una profunda determinación de vencer la adversidad y alcanzar la gloria, que desborda todo lo imaginable.
Y fue a cuenta de esfuerzo y superación, que la vida y el toro le dieron una oportunidad ante la cual no dudó, porfió y brotó de su alma un rio de oficio y torería al que los tiempos de su destino premiaron, encendiendo un chispazo de artería en el centro del coso de Madrid, que lo llevó a colocarse en el lugar prohibido a los humanos, donde sólo se paran los grandes.
Siendo extranjero hizo algo tan inconmensurable como convertirse en la figura de Madrid. Allí donde a muy pocos se les contagia ese duende torero que vive escondido en su arena, César iluminado, se llenó de torería, superó todo lo acontecido en su vida y se transformó en uno de los pocos toreros de época que de verdad mandaron en Las Ventas, en los toros y en la tauromaquia.
Y es que, en toda la historia del toreo, la hazaña de César Rincón es única: tras cuatro lidias a cuatro bravos y nobles toros, salió cuatro veces por la puerta grande de la exigente capital del toreo, en un mismo año. Algo que ni los más grandes de todos los tiempos lograron conquistar. Una hazaña reservada sólo para él por dos velitas que están en el cielo.
Hay seres que llegan al mundo para conquistar la gloria y marcar un camino con grandeza, que vivirá eternamente entre los recuerdos más sentidos de los demás. Son los pocos valientes que vencen por mérito propio, sin engaño ni mentira, como el Maestro Rincón.
Desgraciadamente en la vida también existen seres, infelices y miserables llenos de envidia que sólo pueden hacerse notorios engañando y haciendo el mal a los demás. Seres mezquinos que jamás comprenderán toda la infinidad de cultura que emana de la tauromaquia y de esa liturgia de la representación más vivida de la vida y de la muerte a la que estamos abocados todos. Seres ajenos a la dimensión artística del toreo, pues nunca estará al alcance de su ignorancia, debido a su infinito resentimiento y a la violencia que representa su cobardía.
A un torero podrán quitarle la vida o una estatua, pero jamás podrán quitarle la gloria.
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