Es cierto que hemos visto algunos toros bravos, por supuesto. Pero aquello de aunar la bravura con la casta necesaria para que vibre Madrid sin necesidad de arrimones ni piruetas al uso, eso lo han tenido pocos toros y, el comentado de La Quinta ha sido el afortunado. No ha trascendido lo que debía la labor de Emilio de Justo por aquello de su inexplicable fallo a espadas pero, su faena ahí ha quedado, el que la quiera ver puede verla para su uso y disfrute.
Si analizamos nos encontramos ante una faena grande, junto al toro que todos soñamos pero que, ese tipo de animal rara vez sale en una plaza de toros y, De Justo, lo vivió y lo sintió en sus carnes. A la bravura del ejemplar citado habría que añadirle la casta, la fiereza, la ilusión por querer devorar al torero a menos que se equivocara en lo más mínimo, hasta el punto que, en un segundo, cuando mejor estaba toreando Emilio de Justo, el toro le prendió con tremenda saña propiciando una cogida realmente dramática de la que, por milagro divino, el diestro extremeño salió ileso.
Si antes de la cogida, sus tantas de derechazos alcanzaron un nivel épico, tras la cogida, con su mano izquierda dibujó los naturales más bellos de la feria, pese a la paliza que llevaba encima; si el toro tenía casta para dar y tomar, De Justo, sacó la suya para interpretar cuatro series de naturales en los que vibró Madrid con más intensidad que en ningún otro festejo. La belleza de lo que estaba ocurriendo en el ruedo era inenarrable; nunca el toreo fue tan bello, hubiera dicho Joaquín Vidal y todos los hubiéramos secundado.
No podemos olvidar a Dulce, el toro de Victoriano del Rio en el que, Borja Jiménez estuvo cumbre pero, insisto, me quedo con el toro antes citado que, para mí reunía todos los ingredientes para que, el torero, de ser capaz, hiciera la faena de su vida, cosa que hizo el mencionado Emilio de Justo que, si previamente, en Madrid, había hecho faenas memorables, la citada superó con creces todo lo acaecido antes por parte de este diestro tan singular como admirable.
Repito que, un yerro con la espada suele pagarse muy caro, en este caso, con el triste olvido por aquello de que no hubo puerta grande, pero si somos sinceros, si analizamos, muy pronto entenderemos la calidad de aquella faena por parte del diestro y sin duda, por el toro que, como se decía antaño llevaba colgados en sus pitones un par de cortijos. Por otro lado, que nadie se olvide, un toro tan bravo y fiero puede retirar del escalafón a la mayoría de los diestros actuales mientras que, De Justo, salió como rotundo triunfador, con orejas o sin ellas, pero dejando el regusto de haber hecho la faena de su vida precisamente en el ruedo de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario