'La Unión Europea sigue firme en su camino de mejorar nuestras vidas y esta vez le ha tocado a las patatas al jamón. Se ultima la trilogía reformista: las pajitas, el tapón y las patatas jamón'
Patatas al jamón
HUGHES
La Gaceta/2 de agosto de 2024
La Unión Europea sigue firme en su camino de mejorar nuestras vidas y esta vez le ha tocado a las patatas al jamón. Se ultima la trilogía reformista: las pajitas, el tapón y las patatas jamón.
Durante todo este tiempo pensábamos que la parte inocua del combinado cervecita-patatitas era la segunda, pero ahora sabemos (qué bonita es la ignorancia) que estábamos dañando el material genético de nuestras células. Después de los años 80 y 90 y sus respectivos hábitos, no sabemos qué quedaba de ese material genético, pero lo que hubiera tuvo que soportar, además, las patatas jamón, las deliciosas patatas al jamón.
Nunca y digo bien: nunca fui capaz de abrir una bolsa de esas patatas y no terminarla. Eran más fuertes que mi voluntad. Por eso las respetaba.
En mi tierra (Valencia) a las patatas snack se les llama «papas», no a las patatas en sí, como sucede en Andalucía, pero al aparecer el jamón la papa cogía otro estatus y pasaban a ser «patatas al jamón».
Fue siempre, respecto a la papa monda y lironda, un algo más, un adentrarse más profundamente en el aperitivo, un añadido… y ese «aditivo» era el problema.
Entre la patata al jamón y la patata clásica estaba el intermedio de la ondulada. La patata a la que mandaron ondular tenía el mismo sabor pero más cuerpo, más peso patatero, quizás demasiado y era lógico intensificarla, añadirle sabor para poner tubérculo y sensación a la misma altura, equilibrando lo crujiente y lo gustativo: esa perfección de fondo y forma, de esencia y sustancia fue la patata al jamón; la patata tenía cuerpo en boca (perdón por hablar así) y largo retrogusto.
Despertaban por ello un deseo vicioso en el consumidor, que mantenía una relación muy indirecta con el elemento jamón. El jamón nunca estuvo del todo ahí. Era una forma de objetivar las sensaciones. Ahora nos dicen que estábamos comiendo «concentrado de humo», como si hubieran expuesto la patata al humo de habano porcino.
La UE vela por nosotros y le pone un límite a los aditivos. Los alimentos, nos dicen, no pueden saber a cualquier cosa. Con ello, el tramo de snacks del supermercado ya no será el mismo, mucho menos si se ven afectados otros productos de la familia «barbacoa» (pienso en los «estúpidos y sensuales» fritos).
Esto puede tener ramificaciones que seguro se habrán visto. La UE, que ya estaba rendida al globalismo, ahora termina de rendirse al Islam. Ya no nos protege nada. El jamón es la penúltima frontera. Ceuta y Mellilla podrían rociarse de estos aditivos (hacer chemtrails de patatas al jamón) pero sería considerado guerra química, así que tampoco. Estamos inermes.
La nostalgia es muy mala y aun lo será más con estas patatas porque añoraremos un sabor extinguido. Un sabor abre proustianamente un recuerdo. Ahora tendremos recuerdos, pero sin el sabor. Iremos olvidando a qué sabían. ¿Había pasado esto antes? Sobrevivió el lince, pero no las patatas jamón.
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