Con un sobrero de 630 kilos el torero salmantino, Damián Castaño, de nuevo protagonista de una corrida muy emocionante
Bilbao. 8ª de las Corridas Generales. 3.000 almas. Soleado, templado. Dos horas y media de función.
Seis toros de Dolores Aguirre (María Isabel Lipperheide). El quinto, sobrero.
Fernando Robleño, ovación y palmas tras aviso. Damián Castaño, silencio y una oreja. José Garrido, silencio tras aviso y aplausos.
Brega muy acertada de Antonio Chacón. Notables los dos picadores de Castaño, Tito Sandoval y Javier Martín.
3.000 almas. Soleado, templado
Dos horas y media de función
Barquerito
Colpisa/25 Agosto 2024
LA CORRIDA DE Dolores Aguirre dio de promedio 598 kilos. Volvió a escena, por tanto, el toro de Bilbao que se venía reclamando un día y otro también. No solo fueron las apariencias: el cuajo, la seriedad y el volumen. Fue más que nada la casta. Con la casta vieja, la emoción, de grados diferentes porque no hubo dos toros iguales aunque todos, salvo el sexto, tuvieran un sello común.
Se daba por descontado que iba a ser la corrida de más seria conducta en varas de toda la semana. Lo fue. La diferencia con cualquiera de las corridas jugadas desde el martes fue abismal. Con la sola excepción de un cuarto que cobró corrido un primer puyazo en la puerta y manseó, todos los toros, prontos al caballo, apretaron y empujaron en puyazos en general medidos y certeros, y sangraron sin que el castigo fuera mayor quebranto. No fue corrida dura de manos ni agarrada al piso. No fue sencilla, porque la bravura no suele serlo, pero tampoco particularmente difícil.
La alzada formidable del larguísimo sobrero, quinto bis, 633 kilos, supuso una dificultad añadida, si acaso aliviada por su manera de meter por la mano derecha la cara con fiereza. Un toro de cuello elástico que había sido dejado de sobrero porque sería imposible de enlotar con equidad. De los 600 kilos pasaron tres toros de los sorteados pero este sobrero, más montado que sus pares, imponía por delante más que ninguno.
En la corrida entraron, además, dos toros de apenas 550 kilos, quinto y sexto, y la diferencia fue visible. Acalambrado o descaderado, el quinto, que se rehusó a un segundo puyazo del que acabó saliéndose suelto, fue devuelto. La devolución abrió paso al sobrero, un Argelón negro mulato chorreado que vino a ser el toro de más distinguida personalidad de la semana, el que no se pareció a ningún otro y el más ovacionado en el arrastre.
El toro que sembró la emoción en cada una de las embestidas de una faena tan breve como intensa de Damián Castaño. Emociones propiciadas, de un lado, por la diferencia de volúmenes. Damián, un enjuto peso pluma de talla media, y un toro casi tan alto como él, si no más, y diez veces más pesado. Versión taurina del bíblico combate de David contra Goliat. Solo que muleta en mano el rival menor. Planteada de partida fuera de las rayas, la muleta en la zurda sin siquiera probaturas, la faena solo tomó vuelo cuando Damián se cerró con el toro a las rayas y se cambió de mano. El toro, siempre levantado, en viajes trepidantes y solo con el recorrido imprescindible, metió la cara y repitió al toque.
Primero, en una tanda de solo tres y el cambiado por alto de remate apurado y angustioso. Luego, en otra tanda de cuatro ligados de formidable ajuste abrochadas con el molinete de escape. Ahí reventó del todo la emoción. Pasarse por la faja con tanta firmeza tanto toro encendió el ambiente con una pasión como no se había vivido en toda la semana. Una tercera y última tanda rematada con un muletazo de castigo con la zurda. Y a cuadrar antes de que el toro pudiera avisarse.
Un pinchazo y una estocada milagrosa. Estaba para rodar el toro cuando lo movieron los capotes de la rueda de peones. Al fin se echó aconchado en tablas. La oreja más difícil de la semana. Se oyeron vivas a Salamanca, a Dolores Aguirre y al toro de Bilbao.
Robleño firmó una inteligente, firme y precisa faena a un inmenso primer toro que descolgó y repitió a la voz, pero se fue yendo a tablas de pase en pase. Le supo andar con calma, soltura y seguridad Robleño, que lo mató por arriba. Al cuarto, negro berrendo, del cupo de los 600, la cara siempre por las nubes, a su aire siempre, lo trajo y llevó con elocuente suficiencia. Pinchó cinco veces.
El toro más claro fue el tercero. Por la manera de abrirse, por el tranco acompasado antes de rajarse. No terminó de cogerle el aire Garrido, que pinchó seis veces antes de enterrar la espada. Sí mató de estocada a un sexto artero, zapatillero y revoltoso que no paró de medirlo.
Damián tragó firme con el segundo, tardo y por eso incierto, violencia latente. Faena de seco valor y notoria entrega. La gesta, tres toros después.
Fotografía: Andrew Moore
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