Bilbao de toda la vida de Dios
Damián Castaño se las vio con un imponente sobrero, chorreado en morcillo, ante el que desarrolló su tauromaquia de valor y de poder. Una serie de impresionante cuajo y poder con la derecha puso a la Plaza en pie.
JOÉ RAMÓN MÁRQUEZ
De la nada al todo en 24 horas. Del Bilbao que huye del toro, del decadente Bilbao entregado a la deleznable demanda del taurineo, al Bilbao recio, eterno, del "toro de Bilbao". En dos días, las dos caras de la moneda: la de la mixtificación y la de la verdad.
I. La basura de los Fraile
Sale el primero, se da una vuelta al ruedo como cuando Mike Tyson peleó con Carl Williams en Atlantic City y se cae groggy al lado de la puerta de chiqueros. Muerte súbita, dice un lector de Barquerito que se sienta al lado, y el toro se queda lelo, echado en el suelo, esperando la amable puntilla que le libre de su insustancial, innecesaria, vida.
Sale el segundo, sardina escurrida y sin cuajo, y ahí se va Urdiales a ver si le enjareta unas verónicas, y de pronto ¡crack¡, se parte la mano. Son las siete menos cuarto y aún no ha comenzado la corrida.
Lo siguiente es la deleznable exhibición de ese vertedero ganadero de los Puerto de San Lorenzo y sus ventanucos, de las deplorables derivaciones, de esa deleznable estirpe taurómaca marcada por la mansedumbre y, sobre todo, por el descaste, inequívocos signos de la errática deriva ganadera de la casa.
En el cartel están anunciados Diego Urdiales y Juan Ortega. Urdiales tiene sus mimbres y su contrastada torería, es un hombre de 49 años que ha dejado escritas algunas páginas muy notables. Bilbao le recibe con una fuerte ovación. Juan Ortega, 33 años, tiene toda su leyenda por hacer. Cuenta con el apoyo de la prensa adicta y con las innatas condiciones de su elegante figura, y poco más.
Hace unos días le vimos en Azpeitia derrochando insolvencia técnica y falta de oficio y hoy en Bilbao, con su segundo, una yema de San Leandro, bendita negación de la casta y de la acometividad, ha dibujado unas desmayinas muy monfloritas que han emocionado a ciertos espíritus sensibles. Para no perder el tiempo en explicaciones diremos que sus followers han alabado el tema del detenimiento del tiempo, la cosa del escacharre de relojes y demás parafernalia cursi asociada a este tipo de toreritos. Eso con su segundo, que era la prima hermana de la Tonta del Bote, de feble embestida tontiboba y con las mismas malas intenciones que una monja Teatina, exaltación del amor. Con este torezno, que creo que se llamaba Nautico, número 77, hizo unos mohínes demayados de pura impostura y nulo toreo, imitando la suerte aquella del "borracho meando" de Pepe Arroyo, muy jaleadas por la claque, y ahí parece ser que es donde se detuvo el tiempo y demás sandeces de la crítica seria. No merece la pena detenerse en este torero tan frágil y con tal ausencia de oficio. Su elegante figura le sirve para ser perpetuado en instantáneas fotográficas que ornarán las parede de bares y restaurantes.
Urdiales sí que ha demostrado su irregular torería a lo largo de los años. Ayer no fue su día con su primero y con el segundo, que salió un poco rabiosete, no quiso ni plantear la ecuación. Mata cada vez peor, cuarteando en la reunión, y eso es cosa de la edad, que no debería ser censurada.
II. El apartado
La amabilidad del aficionado T. nos lleva al apartado de los toros de Dolores Aguirre, hermosa ceremonia casi íntima en la que coincidimos con los recalcitrantes perseguidores del toro. En las paredes está, para quien lo quiera leer, la historia del "Toro de Bilbao": Concha y Sierrra, Miura, Pablo Romero, Guardiola, Villamarta, Conde de la Corte, Juan Luis Fraile... a años luz de las bueyadas frailunas como la del día anterior, como las de los últimos años.
Ahí están, en justa lid con tantos otros imponentes toros que han pasado por ahí, seis galanes de impecable presencia, de cuajo y arrobas, de seriedad indiscutible dando honor a su divisa azul y amarilla: Bilbatero, Novelero, Burgalés, Carafea, Cigarrero, Argelón y Clavellino, números 41, 7, 17, 54, 57, 56 y 21, 598 kilos de promedio. Finaliza el apartado con una larga ovación a la presentación del ganado.
III. Los toros, al fin
Todos aplaudidos de salida, por cuajo y trapío. En el comportamiento, la imprevisibilidad, la personalidad. El toro no es una materia artística con la que modelar esculturas de barro, que son figuritas de Lladró. El toro es una incertidumbre en cuya imprevisibilidad está la cogida, el percance. He ahí la sublime belleza: la del hombre que armado de una tela desafía a la salvaje fuerza e intención de un animal indómito. Como el misterioso guerrero íbero de la Piedra de Clunia, que se aproxima al toro veleto que le espera, encampanado, con las pobres armas de un estoque y un escudo, así hoy Fernando Robleño, Damián Castaño y José Garrido se han enfrentado a la inmutable verdad del toro. Y a lo mejor habría que decir que si esto o que si aquello, pero la certeza de que esos tres toreros se las han visto con tan imponente encierro, pleno de incertidumbres y de celadas, debería eximirles de crítica alguna, si queremos ser justos frente a los que en los días precedentes se han dado importancia con las cabras que dan más pena que asco.
Robleño en su primero justificó su veteranía, su solvencia técnica y su decisión. Estuvo a la altura del toro con gran suficiencia, sacando lo que se pudo sacar y sin afligirse. En su segundo no lo vio tan claro o decidió que ya habia dado lo suyo y no le merecía la pena otro esfuerzo.
Damián Castaño se las vio con un imponente sobrero, chorreado en morcillo, ante el que desarrolló su tauromaquia de valor y de poder. Una serie de impresionante cuajo y poder con la derecha puso a la Plaza en pie. Quiere torear desmayado en pases aislados y, acaso, eso le saca del camino dominador y poderoso que había trazado. Pinchazo y estocada le valen una oreja pedida con fuerza, en reconocimiento a su entrega y su torería. En su primero, Carafea, no llegó a encontrar los argumentos adecuados.
Garrido es el que menos ha brillado. Con el toro más claro del encierro, Cigarrero, y entiéndase lo de "claro" en su justa medida, no consiguió echar a rodar su tauromaquia, acaso por abusar de cercanías, que no eran del gusto del toro. El sexto, el menos entero del sexteto, se defendió lo que pudo, sin dar muchas opciones a su matador. Este es el único de los seis que abrió la boca.
Seria corrida de Dolores Aguirre, de óptima presentación y cuajo. Los picadores, fatal; el peonaje, de todo a cien; la presidencia, acertada.
ANDREW MOORE
Castaño y su Oración a Lipperheide
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario