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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 7 de noviembre de 2025

Psicología y tauromaquia: la realidad imaginaria del toreo / por José Carlos Arévalo

Foto: Philippe Gil Mir.
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"..En el ruedo, el hecho es solo uno y muy simple: “toro bravo = hombre en peligro”, una ecuación que obtiene siempre la misma respuesta del público que la contempla: la identificación absoluta con su semejante en peligro. No es una ley sino una reacción atávica del ser humano, anterior a todas las doctrinas morales, inherente a nuestra especie.."

EN CORTO Y POR DERECHO
Psicología y tauromaquia: 
la realidad imaginaria del toreo

Por José Carlos Arévalo
1.La lidia del toro plantea una situación terminal. Un hombre y un toro dentro de un círculo cerrado. El hombre es un torero y el toro es bravo. Como torero, el hombre se compromete a no salir del círculo hasta dar muerte al toro, y el toro, si es bravo, no saldrá ni con todas las puertas del ruedo abiertas. Para el hombre el ruedo es el escenario de su compromiso. Pero el toro, como es un animal, ni elige, ni acepta o rechaza compromiso alguno, lo que hace al salir a la arena es encontrarse con el ruedo imaginario que se traza en el campo cuando un hombre traspasa la raya que marca el límite de lo que considera su territorio y entonces lo ataca, indefectiblemente lo ataca.

Conclusión: El toro vive con un ruedo constante en su frente.

2. El ruedo imaginario donde sucede la vida del toro bravo no siempre es el mismo. Se agranda cuando está solo, se empequeñece en manada, tolera la intromisión, hasta cierto punto, del hombre que conoce -el mayoral, el vaquero que lo alimenta-, se encampana cuando un intruso se acerca, y ataca si la traspasa.

En todo caso, la gratuidad de su ataque -el toro, como todo animal, no tiene móviles, tiene reacciones- es lo que fascina al hombre para retarlo y torearlo. Preguntarse si esa fascinación es buena o mala, si es ética o no, resulta una estupidez . Si la agresividad del toro es gratuita, ¿por qué cuestionar al hombre que lo torea?

Conclusión: Obvia, si el hombre torea es porque el toro embiste.

3. En el ruedo, el hecho es solo uno y muy simple: “toro bravo = hombre en peligro”, una ecuación que obtiene siempre la misma respuesta del público que la contempla: la identificación absoluta con su semejante en peligro. No es una ley sino una reacción atávica del ser humano, anterior a todas las doctrinas morales, inherente a nuestra especie.

Los anónimos autores de la lidia lo sabían muy bien. Por eso dictaminaron que toda suerte debe entrañar obligatoriamente que su autor se juegue la vida. Es más, así lo dispone el desarrollo de la lidia: a medida que el toro se atempera, las suertes son más reunidas, más peligrosas, siendo la última, la de matar al toro, la más potencialmente letal para el torero.
Ganaderías toro lidia

El público de las corridas de toros es muy estricto en esta cuestión. La ética del toreo prohíbe la impunidad. Como dijo Ortega y Gasset, “en el toreo lo ajustado es lo justo”.

Conclusión: Si el toro es, desde que sale al ruedo hasta que lo abandona el promotor de la violencia y el torero su receptor, irreprochable es la actitud solidaria del público con su semejante en peligro.

4. Pero la posición del público ante la situación “toro bravo = hombre en peligro” no es unidimensional. Porque en el ruedo, el torero y el toro son dos seres bipolares. El torero es hombre y artista; y el toro, animal y bravo. Consecuentemente, el público se solidariza con el hombre en peligro, pero juzga, aprueba o reprueba al artista. A la par, no se solidariza con el animal autor del peligro, pero admira su bravura o reprocha su mansedumbre. Por eso, el público puede pitar el torero y aplaudir al toro. O a la inversa. O aplaudir o pitar a los dos oponentes.

Conclusión: En la fiesta brava son bravos el toro, el torero y el público.

5. En la corrida de toros hay dos universos, uno real y otro imaginario. Cuando el hombre real se viste de luces deja de ser el hombre que es y se transforma en torero. El toro, por supuesto sin saberlo, hace lo mismo, pierde su identidad zootécnica y se convierte en lo que su bravura nos dice qué es. La relación del público con el torero es más compleja, juzga al torero pero no olvida al hombre. Del toro solo ve su bravura. Con razón, al margen de su bravura, la identidad del toro es irrelevante: no la tiene.

Conclusión: La tauromaquia confronta a dos seres reales que de hecho son dos seres imaginarios: el héroe humano y el héroe animal.

Y 6. La lidia del toro coloca al torero en una situación límite, de la que no puede ni debe evadirse. Su compromiso es hacer frente a un toro que en cada embestida lo quiere matar. Por tanto, su oponente es algo más, mucho más que un animal agresivo. Es, con todos sus atributos, la encarnación del destino, un destino fatal que el torero debe no solo burlar sino envolver su letal embestida con valor, destreza y arte. Y matarlo con la misma excelencia.

Conclusión: En esa situación límite que es la lidia, el torero no mata al toro, sino al destino fatal que dicho toro encarna en el universo imaginario de la corrida. Más claro, la tauromaquia es una realidad imaginaria en la que el arte vence a la muerte. Pura Fiesta.

Próximo artículo: El toreo y la tortura.
viernes, 7 de noviembre de 2025

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