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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 16 de noviembre de 2025

Sánchez y la Santa Cruz / por Rafael Nieto

Santa Cruz de la Basílica del Valle de los Caídos / LaLoma

'..Caerá la Santa Cruz y caerá luego lo demás. Porque un pueblo que permite que se viole impunemente lo más valioso que tiene, es un pueblo destinado a padecer las mayores injusticias y aberraciones. Por no levantarnos contra lo más grave, terminaremos tragando hasta lo más indigno, hasta lo más bajo y degradante..'

Sánchez y la Santa Cruz

Rafael Nieto
Para el Gobierno de una nación, lleno de poderes, obligaciones y dinero público, una cruz de piedra, por muy alta que sea, debería ser algo intrascendente y banal; los gobiernos tienen muchas cosas importantes de las que ocuparse como para dedicar grandes esfuerzos a un monumento. Y sin embargo, para Sánchez y sus acémilas la Santa Cruz del Valle de los Caídos se ha convertido en algo más que una ocupación constante; diríamos que es una obsesión. Diríamos que Sánchez necesita que ese lugar deje de existir para que él pueda seguir adelante con su proyecto político. ¿Por qué

Los ateos son en realidad creyentes. Creen en la inexistencia de Dios, o por decirlo mejor, odian la existencia de Dios. La Cruz más grande de la Cristiandad, que está en Cuelgamuros, recuerda a todos los hombres del mundo que Dios existe y que su poder es inmenso, infinito; que Dios no depende de los hombres, ni se somete a ellos. Esa Cruz no negocia, ni recibe órdenes, ni se somete a consensos vergonzantes. Es una Cruz soberana, como Aquel que le dio sentido. Esos ciento cincuenta metros de piedra enamorada de Cristo son un serio problema para todos los soberbios, porque les recuerda que su poder es humano, y por tanto, limitado.

Para un narciso como Sánchez, enamorado de su sombra desde antes de nacer, la Santa Cruz del Valle de los Caídos es como el crucifijo delante de los ojos de Satán: no la soporta. Como nos contó recientemente el bueno de Pablo Linares, presidente de la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos, fue Rodríguez Zapatero, padre putativo del actual PSOE sanchista, quién se refirió al majestuoso monumento como «esa puta cruz» durante un viaje cerca de Cuelgamuros. No falla. Todo servidor de Lucifer, sea cual sea su adscripción ideológica, sufre sudores de azufre cuando tiene delante el símbolo de la Redención universal; la señal de que Dios existe y de que hay vida eterna.

Por eso, el proyecto masónico para convertir ese lugar sagrado en un mercadillo, cambiando las imágenes religiosas y las obras de arte por cachivaches varios y chatarra barata, no es ni un capricho, ni una ocurrencia, sino el principal proyecto de su legislatura. Sánchez necesita reivindicar el pasado golpista y revolucionario de su partido, y ser visto como el Largo Caballero de nuestra época, porque de no hacerlo, sería recordado como un bulto sospechoso; el yerno de un presunto proxeneta, sin decencia, ni dignidad, ni valentía. Sánchez necesita que las paredes de Cuelgamuros muestren las mentiras izquierdistas del siglo XX que le permiten a él mandar en el XXI.

No fue suficiente profanar los restos del hombre al que su partido no pudo derrotar nunca; ni los de quien, asesinado por la barbarie roja, pidió que fuese suya la última sangre española que se vertiese en discordias civiles. Franco y José Antonio constituyeron el primer capítulo de un verdadero proyecto de gobierno basado en acabar con la Santa Cruz como símbolo universal de la verdad y del perdón. Tras ellos, vendría lo demás: había que meter como fuese a Lucifer allí donde han habitado la paz y la reconciliación durante décadas. Había que introducir al Mal donde el Bien había reinado desde la cima de la Santa Cruz.

La inacción de los católicos, contagiados en nuestra sangre de horchata original por la desidia y el aborregamiento generales, ha hecho lo demás. No eran cartas al Vaticano lo que demandaba la situación, siendo éstas sin duda una iniciativa plausible. No eran lamentos de plañidera, ni aspavientos teatrales. Era una acción firme en defensa de lo que más nos importa, de lo que da sentido a nuestras vidas y simboliza la salvación del mundo. Era una respuesta acorde a la magnitud del ataque sufrido. Pero esta banda criminal asentada en La Moncloa sabe muy bien que el pueblo pastorea; y ni sus más declarados enemigos se atreven a pasar del cántico futbolero sobre la madre del tirano.

Caerá la Santa Cruz y caerá luego lo demás. Porque un pueblo que permite que se viole impunemente lo más valioso que tiene, es un pueblo destinado a padecer las mayores injusticias y aberraciones. Por no levantarnos contra lo más grave, terminaremos tragando hasta lo más indigno, hasta lo más bajo y degradante. Si nadie lo remedia, y espero equivocarme, tendremos el justo castigo a la cobardía compartida de cruzarnos de brazos mientras nos robaban lo más preciado que hemos tenido desde siempre.

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