Morante reapareció, toreó como solo él sabe hacerlo, y una muchedumbre se lo rifó a hombros por las calles de Ronda.
Antonio Lorca / El País
Ronda, 7 Septiembre 2013.- .- Hubo triunfo grande. ¿Alguien lo dudaba? Después de 27 días en el dique seco, había hambre de Morante y necesidad de verlo vestido de luces para comprobar con los propios ojos que el arte sigue vivo, y superar la orfandad en que la cornada de Huesca sumió al toreo; porque pocas veces se ha echado tanto de menos a un torero durante una convalecencia.
Ronda ha sido la prueba empírica de que el empaque no ha huido por el agujero de una herida que simuló ser un largo y negro túnel oradado en Huesca y que ha visto la luz en esta plaza preñada de una enorme historia torera.
Hasta aquí ha venido el torero para cantar que sigue siendo aquel que un día nació artista y que quiere seguir siéndolo a pesar de que, a veces, sus pinceles empitonados se vuelvan lanzas hirientes. ¿Alguien dudaba de que habría triunfo? La reaparición de Morante era la vuelta del hijo pródigo y así se lo hizo sentir con su cariño la plaza entera, puesta en pie y arrebatada por el entusiasmo, cuando el torero, vestido a lo goyesco con un traje añil y azabache y ataviado con un pañuelo de encaje rosa y faja a juego..
Después, Morante hizo lo que nació con él: el toreo. Y fue el suyo el toreo purificado, destilado y alambicado. La quintaesencia de lo que se entiende por un arte que nace de un sentimiento y alcanza la cumbre en una emoción indescriptible e imposible de contar.
Esa y no otra es la razón de este largo circunloquio. Morante alcanzó la gloria en el tercer toro de la tarde, con capote, primero, y con la muleta, después; pero toda su actuación fue una sucesión de fogonazos de naturalidad y barroquismo a un tiempo: tres verónicas al recibir al segundo, y, después, ayudados por alto y un remate excelso; un par de naturales, una tanda de derechazos para el recuerdo, una trincherilla final. Y derechazos de auténtico ensueño ante el quinto, un toro que lo asustó en un arreón de miedo que le obligó a poner pies en polvorosa cuando trataba de cuadrarlo para la estocada final.
Recibió al sexto con una larga cambiada en el tercio, y ya inhiesto, lo veroniqueó con la gracia de un supremo artista. Con un quite por chicuelinas provocó el alboroto que se convirtió locura generalizada cuando tomó los palos y puso dos pares de banderillas como mandan los cánones. Después, pidió una silla, se sentó como los antiguos, cogió banderillas de las cortas y aún continúa la ovación.
Pero la faena grande, la cumbre, llegó en el tercero. Fue esa faena toda un prodigio de armonía e inspiración con capote y muleta. Recibió al toro con un manojo de verónicas que abrochó con una media de cartel. Se descalzó mientras el toro hacía una desigual pelea en el caballo, y citó para un quite que ha quedado ya para el recuerdo: tres verónicas templadísimas y lentísimas que cerró con una media de esas que se califican como eternas porque así de largo es el poso que dejan en las almas de los testigos.
Tardó la muleta en cantar la gloria. Se lucía, entonces, más la banda de música que el torero, hasta que Morante decidió competir consigo mismo, se asentó, fijó la mirada en el toro y dibujó una tanda larga, incansable, de naturales —ocho o diez fueron- largos, hondos, hermosos, luminosos…—. Repitió la historia con la derecha, y lo corroboró todo con unos naturales de frente a pies juntos que le abrieron las puertas de la cumbre torera.
Se lo llevaron a hombros, y en este ruedo histórico quedó la esencia del toreo alambicado, de ese que este hijo predilecto de los dioses es capaz de hacer realidad.
Reseña del festejo:
Plaza de Ronda, 7 de septiembre / Corrida Goyesca. Lleno.
DOMECQ / MORANTE DE LA PUEBLA, único espada
Toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados, blandos, nobles y sosos.
Morante de la Puebla: estocada (ovación); casi entera (oreja); casi entera (dos orejas); casi entera (silencio); —aviso— media estocada —2º aviso— (ovación); tres pinchazos y casi entera(gran ovación).
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