Gustaba por su arrojo, su buen uso de la muleta, sus quiebros y su conocimiento de los terrenos. Sin ser una figura cumbre, jugó un papel protagonista en la Fiesta en un período decadente por la ausencia de Guillén y la pérdida de facultades de Cándido hasta que apareció el gran Francisco Montes, con el que alternó en varias tardes y que le tenía gran respeto: «Pocos se ponían junto al señor Juan y ninguno delante».
TOREROS HISTÓRICOS EN LA PLAZA DE TOROS DE RONDA (I). JUAN LEÓN «LEONCILLO», EL TORERO LIBERAL
Cuando esa tarde se enganchó a los cuernos del toro de la legendaria ganadería de José Rafael Cabrera, lo hizo para salvar no solo a un compañero, sino a su protector y maestro, de quién había aprendido el toreo vistoso y ágil propio de la escuela sevillana. Se cuenta que, supersticioso, le había pedido a Guillén que aplazara la corrida para otro día porque le daba mal fario el guarismo de la fecha. “Día de cero, en la piel agujero”, decía.
Tenía un carácter difícil, altanero, frío con compañeros y público, con fama de valiente hasta la temeridad, echao palante, jaranero… Siendo un mozalbete asistía a la tertulia taurina de los «Sombrereros», formada por el padre de los toreros Antonio y Luis Ruiz, quizás por influencia de su padre, también oficial sombrerero. Comenzó a frecuentar festejos menores y visitaba el matadero de la ciudad, cátedra donde algunos maestros adiestraban a los muchachos que quería ser toreros. Como Curro Guillén, que le tomó aprecio por sus condiciones y voluntad de triunfo.
Le tocó vivir un período convulso. En primer lugar, la invasión francesa, que provocó que su mentor se exiliara a Portugal. Con 22 años se inició como peón y banderillero en plazas de segundo y tercer orden, y adquirió cartel en la provincia de Cádiz. Coincidió en una corrida con su conocido Antonio Ruiz «El Sombrerero», con quien más tarde entablaría una volcánica rivalidad con ingredientes políticos.
Terminada la Guerra de la Independencia, regresó Curro Guillén de su exilio y recuperó a su antiguo discípulo, al que había cobrado gran afecto, llevándolo a Madrid como sobresaliente, exhibiéndose en una corrida con el propio Guillén, José Cándido y «El Sombrerero». En carteles de Madrid de 1819 ya aparece como media espada con obligación de banderillear.
Mientras, tanto en Europa como en España soplaban vientos de renovación y revolución, los cimientos del Antiguo Régimen se cuarteaban, las Cortes de Cádiz ya habían proclamado la Constitución de 1812, que el general Riego enarboló en su levantamiento de enero de 1820 contra el absolutismo de Fernando VII. La marea se extendió por todo el país, hasta que una gran multitud rodeó el Palacio Real de Madrid. Obligado por las circunstancias, el Rey juró la Constitución en marzo. «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional», declaró sin mucho convencimiento.
Juan León, afincado en la Corte, se pronunció pronto como liberal en contra de la tendencia de los de su profesión, mayoritariamente realistas. Incluso se dice que se alistó en el Cuerpo Nacional de Milicianos de Caballería en apoyo de Riego. Esa adscripción le valió varias contratas durante lo que se dio en llamar luego el Trienio Liberal, y actuó en corridas en Sevilla en homenaje al general.
Justo antes de ir a Ronda, actuaron en Cádiz el maestro y su discípulo. Una parte de los tendidos se hundió y un toro que acababa de salir al ruedo sembró el pánico. La autoridad competente ordenó que se abatiera al morlaco a balazo limpio. La pericia de los agentes debió ser notable. Después de que 562 personas fueran heridas de diversa consideración, el toro seguía campando en medio del descontrol general. Tuvo que ser Juan León el que acabara con el animal de un estoconazo.
Después de la accidentada jornada gaditana, se desplazaron a Ronda, con la trágica consecuencia ya reseñada. Al año siguiente ya aparece Juan León en los carteles de Madrid como primer espada. La involución absolutista que puso fin a la breve etapa liberal le pasó factura. Entre 1822 y 1827 no se le contrató en la plaza de Madrid, y tuvo que arreglárselas en plazas andaluzas. En su ciudad tuvo problemas con los partidarios de su gran rival, Antonio Ruiz, en una corrida el día de San Antonio de 1824. Al saber que «El Sombrerero» iba a estrenar un vistoso traje de blanco y oro, él se vistió de luto, exhibiendo su posición política de negro, como se les llamaba a los liberales. Como era costumbre llegó a la plaza andando y salió de la misma manera, a punto de ser linchado pero «resuelto a morir matando», como refirió varios años más tarde.
De regreso a Madrid, pudo volver a torear a partir de 1827. Gustaba por su arrojo, su buen uso de la muleta, sus quiebros y su conocimiento de los terrenos. Sin ser una figura cumbre, jugó un papel protagonista en la Fiesta en un período decadente por la ausencia de Guillén y la pérdida de facultades de Cándido hasta que apareció el gran Francisco Montes, con el que alternó en varias tardes y que le tenía gran respeto: «Pocos se ponían junto al señor Juan y ninguno delante».
En la década de los 30 toreó mucho. Llevó de peones un año a Cúchares y Juan Yust, alumnos de Pedro Romero en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla. En 1836 volvió a torear en Ronda. Después de retirarse en 1847 tuvo que volver en 1850 porque estaba sin blanca, hasta que un toro en Aranjuez le dio una paliza al año siguiente. Manirroto, juerguista, llevó siempre lo que se cataloga como muy mala vida.
Retirado en Sevilla, y ante el miedo a una epidemia de cólera, se refugió en Utrera, en casa de su gran amigo y piquero Juan Pinto. Allí falleció en 1854. «El torero gana su fortuna entre dos cuernos: en uno está la bolsa y en otro la vida», decía. Una bolsa que dilapidó a manos llenas, bebiéndose las noches entre flamencos y amoríos. Así lo cantaba una copla:
«Más flamenco no lo había, en la villa de Madrid, cuando fue de Andalucía, a la corte a presumir. Y con Cúchares y El Tato, en el Café de la Unión, se ufanaba de arrogancia, el torero Juan León. Como reluce, como reluce, la gran calle de Alcalá, como reluce, como reluce, cuando suben y bajan, los andaluces, los andaluces, y reluce más que el sol, cuando con su traje corto, la pasea Juan León».
Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.
Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.
Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).
Simán, Biografía del espada Juan León. Imprenta de Operarios, Madrid, 1851.
Cabrera Bonet. Algunas fechas para la pequeña y gran historia taurina. Papeles de toros, Unión de Bibliófilos Taurinos, n.º 2. Madrid, 1992.
Tapia. Historia del toreo, vol. I. Alianza Editorial, Madrid, 1992.
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