El de toros digo, no el general, del cual apenas es parte atípica, dispar y no siempre bien considerada. Comunidad heterogénea, cosmopolita, que asiste a corridas, comulga con sus valores, comparte su lenguaje, su tradición, su liturgia, su estética o se ocupa de una u otra manera del culto. Esa feligresía diversa, integrada por creyentes, escépticos, devotos, irreverentes, habituales, ocasionales, aficionados, legos, entusiastas, abúlicos... Conjunto heterogéneo, voluble, maleable y libre de pensamientos únicos o fijos. “Dos aficionados, tres opiniones”.
Entonces. Quién consulta su momento. Quién conoce la justa suma, resta, multiplicación y división de sus tendencias. Quién sus afanes. Quién sus percepciones del presente, sus visiones del futuro. Quién la galantea. Quién la seduce. Quién la influye. Quien la encausa. Quién la equivoca. Quién habla por ella. Quien la suplanta. Quién la representa.
Muchos. Abundan las vocerías oficiosas. Los: “Yo, a nombre de la afición, bla, bla, bla...” Pero sobran, pues ella habla por sí misma, en la taquilla, el tendido, la tertulia, la calle… Individual o colectivamente, mediante sus propias organizaciones; porras, peñas, uniones, clubs, federaciones. Y de una forma u otra, si no a través de los grandes medios, espontáneamente a través de las redes. No son pocos los que mantienen chats, blogs y hasta páginas web personales.
Coro babélico, polifónico; de parecer tan cambiante como el de Borges: “Quizás haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, también puedo ser enemigo de las mías”. ¿Cuántas veces va la concurrencia de un extremo a otro en la misma corrida?
Así es “La voz del público”, como el hombre de Montaigne; vana, variable y ondeante. No puede haber exégeta cierto para ella. Quién lo pretende miente. Algo busca. Ojo. A menudo lo consigue. Ahí están la publicidad y la política prosperando.
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