Al tiempo con el tiempo, en Europa toros, toreros y públicos aprestan la retoma de ruedos, graderíos y pantallas. Terminan dos años y medio en que la fiesta sobrevive con su metabolismo al mínimo, sostenido por un puñado de resilientes, usando la televisión como tubo de respiración asistida, contra el ahogo del distanciamiento social y las restricciones de concurrencia.
El invierno de nuestra amargura
Deshielo, reverdecer, floración, reactivación… Las especies hibernantes comienzan su lento despertar, el intensificar la brega por la vida, el apareamiento y la continuidad de la especie. No así la humana, que ha convertido la matanza propia en actividad primordial, en partera de su historia, y ahora, en su posible sepulturera total. Dado el monstruoso poder destructivo puesto a disposición de sus competitivos machos alfa...
Al tiempo con el tiempo, en Europa toros, toreros y públicos aprestan la retoma de ruedos, graderíos y pantallas. Terminan dos años y medio en que la fiesta sobrevive con su metabolismo al mínimo, sostenido por un puñado de resilientes, usando la televisión como tubo de respiración asistida, contra el ahogo del distanciamiento social y las restricciones de concurrencia.
Cuando las plazas quedaron desoladas, bastantes desertaron, se retiraron o se recogieron en sus cuarteles. Quizá esperando que el clima mejorara. Era su derecho. Pero cómo ignorar hoy a los aguerridos que le pusieron el pecho a la gélida tormenta, jugándosela para sostener el hálito del culto. Empresarios, ganaderos valientes cuyos nombres quedan para el recuerdo, y los matadores, que liderados por Ponce 2020 y Morante 2021, dieron la cara en estos años de gesta. ¿Cómo olvidarlos, por qué olvidarlos, por qué negarles reconocimiento y honor, si ahí estaban las cámaras atestiguando?
Bienvenidos los que ahora se levantan, vuelven y se suman a ellos. Claro que sí, los extrañábamos mucho. Su concurso será definitivo para la resurrección. Enriquecerá los carteles, alimentará las taquillas, fortalecerá el sistema…, lucrarán justamente. Sin embargo, en medio de la euforia es imposible obviar algunas incomprensiones.
El esperado Alejandro Talavante, por ejemplo, quien se negó a reaparecer en Sevilla por no dejarse televisar y luego arremetió en Madrid contra las transmisiones acusándolas como “elitistas”. Equivocado desdén a la que ha mostrado ser no solo la manera más barata y popular de acceder al rito desde cualquier latitud, sino el vehículo más eficaz de su indispensable difusión. Sin ella, este invierno de nuestra amargura hubiese sido final, no tendríamos otra primavera, ni esperaríamos que el sol del verano trajera dulzura.
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