El padre y el hijo se abrazan en privado antes de rubricar su reencuentro en público.
El reencuentro de Manuel Benítez y Manuel Díaz sirve para refrescar la historia taurina y humana de un hijo que siempre supo quién fue su padre. Dos imágenes separadas por más de 40 años sirven para vertebrar la historia
Álvaro R. del Moral
El Correo/Sevilla, 15 Febero 2023
La noticia no tardó en rebasar el ámbito taurino. Las redes sociales aventaban una imagen que se había demorado casi 55 años. La fotografía, entonada en blanco y negro, retrataba a un padre y a un hijo en distintos puntos de una trayectoria vital. Manuel Benítez Pérez y Manuel Díaz González –ambos han paseado por las plazas de toros el apodo de El Cordobés- se estrechaban en un expansivo abrazo. Junto a ellos, en una mesita, dos copas altas denotaban que había mucho que celebrar; también demasiado tiempo que recuperar. Sin solución de continuidad ese mismo abrazo se iba a repetir en el homenaje que le habían preparado al Benítez en el rectorado de la Universidad de Córdoba para conmemorar el vigésimo aniversario de su elevación al califato. De testigos, todo un presidente de la Junta de la Andalucía, el alcalde de la ciudad...
En uno de los salones de Cerro Negro –el hogar campero de Manuel Díaz y su prole– se conserva como oro en paño otra vieja fotografía. También está entonada en blanco y negro. Manuel Benítez ‘El Cordobés’ estrecha la mano de un incipiente torerillo de inmenso flequillo rubio llamado Manolo... Se tomó en un acto celebrado en el Círculo Taurino de Córdoba, hace más de cuarenta años. En la foto aparece, además del padre y el hijo, otro torero de la ciudad de la Mezquita, ya fallecido: José María Martorell. La imagen fue una especie de tesoro o secreto familiar durante muchos años. Delataba que la historia de Manuel Díaz González no siempre había caminado tan separada de su progenitor, aunque tuvo que esperar 48 años a que el viejo Renco, con 80 tacos en la talega y liberado de otras mordazas personales, proclamara a quien quisiera oírlo que el penúltimo Cordobés llevaba la sangre del quinto califa del toreo, la suya propia. Aún quedaba un largo camino para que se pudiera tomar la segunda imagen que este martes volaba por los móviles...
El cronista que firma esta líneas pudo conocer esa fotografía en el transcurso de una larga y reveladora entrevista celebrada en Cerro Negro, hace ya trece años. El torero pedía entonces sigilo sobre aquella imagen enmarcada en plata. No quería que saliera de su intimidad. Seis años después, el propio Manuel Díaz rompió el tabú enseñando la fotografía a Bertín Osborne en el transcurso del célebre programa En tu casa o en la mía. Entonces sólo quedaban unos pocos meses para que un juzgado de Córdoba sentenciara lo que todos sabían. En ese punto se iban a desatar los acontecimientos. Mucho...
Manuel Benítez estrecha la mano de un jovencísimo Manuel Díaz en el transcurso de un acto celebrado en el Círculo Taurino de Córdoba. Foto: Archivo A.R.M.
El penúltimo capítulo de esa cascada de noticias fue el reencuentro de Julio Benítez con su hermano Manuel. Son los dos hijos toreros de El Cordobés. Se vieron las caras el 11 de marzo de 2017 en la plaza de Morón en un mano a mano rodeado de una enorme expectación mediática. Manuel y su hermano Julio Benítez Freysse compartieron otras tardes juntos y a plaza llena en un proyecto que no pudo reafirmarse por el accidente de tráfico de Julio primero y por la lesión de cadera de Manuel después. Ambos hermanos iniciaron una fluida relación pero se seguía demorando el definitivo reencuentro público del mayor de ellos con su ilustre progenitor. De hecho, se llegó a apostar por la presencia del concurso del V Califa en aquella corrida de Morón pero tocaba seguir esperando...
Era el momento de refrescar la memoria de las esquinas desconocidas de la vida de Manuel Díaz, poner en marcha la moviola para situar a una persona fundamental –ya desaparecida– que sirvió de nexo entre padre hijo. Fue el banderillero Pepín Garrido, hombre de confianza de Benítez, que se ocupó de Manuel Díaz cuando aterrizó en Córdoba de la mano de su madre siendo sólo un niño. La paternidad del chaval era un secreto a voces en la ciudad de los discretos a comienzos de los 80.
Fue Garrido el que apuntó a Manolo en la escuela del Círculo Taurino de Córdoba, bautizada con el nombre de Manuel Benítez ‘El Cordobés’. El chaval se quedó al amparo de Antonio Mata, un antiguo mozo de espadas, persona providencial en la vida del futuro matador. Pocos saben que Garrido acabaría rompiendo con su antiguo maestro. ¿Quién influyó en ello? Posiblemente las mismas ataduras que acabaría rompiendo el viejo Cordobés para asumir su propio pasado...
Los inicios de Manuel Díaz no se diferenciaron de los de cualquier chaval que quería ser torero en aquellos años. Mata fue el responsable de anunciarle Manolo –su primer apodo taurino– en los carteles. La sombra de Benítez, con el nexo de Pepín Garrido, era evidente pero la enfermedad de Mata le llevó a las manos de otro popular taurino cordobés, Rafael Piédrola, con el que empezó a volar por sí mismo. Mientras tanto, la historia permanecía tapada pero todo el mundo sabía quién era quién...
El último brindis de Paquirri
Pozoblanco, 26 de septiembre de 1984: Paquirri brinda a Manolo Díaz el último toro que mataba en su vida. El siguiente, llamado ‘Avispado’, le iba a matar a él. Aquel monterazo –y las trágicas circunstancias en las que se produjo– colocaron al joven novillero y a su propia historia personal en el mapa. La bola, ahora sí, comenzaba a rodar. Pero aún quedaban algunos años de forja. Se seguía alimentando el morbo pero Manuel Díaz –aún se anunciaba como Manolo- no terminaba de encontrar su camino. Después de debutar con picadores había vuelto a Córdoba para emplearse como lavacoches. Se echó novia, se compró una motillo... el toro había pasado a un segundo plano... Las cosas no salían y se quedó solo, viviendo de prestado, en la ciudad de los Califas.
Una novillada sin picar en un pueblo de Madrid –había debutado con picadores en 1985– le volvió a poner en la carretera. De ahí a las manos de El Brujo, un taurino de novela que intentó explotar el morbo y le puso a trotar de nuevo. La tranquila vida de Córdoba –el trabajo, la novia, la motillo– habían quedado atrás definitivamente. Pero había que seguir pegando barrigazos. Bajo la inspiración de El Brujo –en abril de 1986– se tiró de espontáneo en la plaza de Las Ventas en las mismísimas narices de Manuel Benítez, que actuaba en el festival a beneficio de las víctimas del Nevado del Ruiz. Iba a ser su segunda foto juntos. El salto al ruedo madrileño se saldó con una paliza, una multa y la prohibición de torear durante dos años.
Lo del Brujo acabó como el rosario de la Aurora. Aún tuvo que andurrear por Getafe, con un tal Felipe Triguero que le hizo la publicidad de: “Yo Manolo, el hijo del Cordobés...” Aquel hombre le empleó en su taller de chapa. La vida seguía sin sonreír al incipiente torero que pasó a Palma de Mallorca bajo la batuta de otro supuesto apoderado de circunstancias que entre novillada y novillada le tuvo pegando carteles de conciertos de Mecano y haciendo sangrías para los turistas.
Toreaba lo que salía, con caballos, sin ellos, festivales... pero un nuevo encuentro providencial –con Curro el Andaluz– le acabaría llevando a las manos de Paco Dorado con el que firmó un contrato en la servilleta de papel de un bar. Había llegado la famosa revolución; nacía el nuevo Cordobés, un apodo que reivindicaba su origen y le volvía a colocar en la carretera. Con Paco Dorado, Manuel Díaz se convirtió en un novillero de éxito que fue capaz de reescribir su propia historia. El anuncio publicado en la revista Aplausos era toda una declaración de intenciones: “Vuelve El Cordobés, sin apellidos ni fortuna”. Más allá de la tramoya publicitaria se encontraba un torero de sólido oficio que logró tomar la alternativa en Sevilla el Domingo de Resurrección de 1993. Su padrino fue Curro Romero y Espartaco hizo las veces de testigo. El nuevo Cordobés hizo el paseo liado con un capote bordado con el escudo de la Legión.
Casi sin respiro, llegó la confirmación de alternativa. Le llamaron para sustituir a Rincón en Madrid. En el tira y afloja del dinero acabaron ganando la mano y El Cordobés hizo el paseíllo en Las Ventas para rubricar su doctorado. La televisión le sirvió para escenificar aquella frase mítica que Lapierre y Collins convirtieron en best seller: “Madre, o te compro una casa o llevarás luto por mí”. Manuel resultó cogido de cierta gravedad aquella tarde madrileña, tal y como le había ocurrido a su padre 30 años antes. En 2023, arrastrando una severa lesión de cadera que le obligó a implantarse dos prótesis, anuncia su retirada definitiva de los ruedos al cumplir treinta años de alternativa. El círculo, ahora sí, se ha cerrado.
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