Rafaelillo y Robleño son dos toreros muy grandes, aunque a simple vista los veamos muy pequeños. Cuando se visten de luces, Rafael y Fernando, se agigantan sus cuerpos a la par que lo hacen y asoman sus condiciones toreras.
Reconocidos por su prolongada lucha ante esa gran mayoría de toros imposibles, de tantas y tantas ganaderías de esas que nada regalan, a veces hasta ilidiables, sostienen su vocación en la convicción de que si un toro, de esos que sí pueden regalar algo, les mete la cara al capote y la muleta, quienes solo los conocen por su valor habrán de conocerlos por su arte.
Una contradicción que habrían de explicar los que son los encargados de confeccionar los carteles para las ferias. Nunca se acuerdan, para nada, que detrás de esa lucha espartana, hay un artista torero. Es decir, los empresarios viven con una venda permanente en los ojos o son miopes de nacimiento.
Bastaría con darles chance, la oportunidad de disfrutar de lo que otros sencillamente desaprovechan, para darnos cuenta cómo les tienen cambiado el número al murciano y al madrileño. Que han dado la vuelta a sus etiquetas para que solo se vea donde pone aquello de ‘guerreros del toreo’ o ‘especialistas en las duras’.
Esa condición asociada al valor, que también es real y acreditada, les hace estar muy por encima de muchos compañeros cuya etiqueta, por delante y por detrás, solo lleva el cartel de ‘a disposición del encaste Domecq’, de los otros encastes no se encuentran acreditados.
En fecha muy reciente, el pasado domingo, en dos poblaciones pequeñas de sus respectivas comunidades, Abarán y San Agustín del Guadalix, a unos cuatrocientos kilómetros de distancia, han dejado claro, que lo que yo escribo aquí no es una entelequia, sino que es una realidad que debería hacer quitarse la venda a los vendados, o ‘vendidos’ también podríamos decir, a unos patrones de sota, caballo y rey.
Quienes los han visto torear no me quitarán la razón, no necesitan de heroicidades, ni esfuerzos añadidos, para templar las embestidas de los toros, algo que saben hacer, como otros muchos a los que les llaman artistas, aunque muy pocas veces nos dejen verlos.
Yo siempre confié en ambos, toreros de esos en los que creo, más allá de los escalafones ficticios y afectados por otros intereses que no comulgan con méritos y condiciones. Un placer poder proclamarlo como lo hago. De vez en cuando a uno le sale la vena de reivindicar cuanto lleva defendiendo desde hace tanto tiempo.
Por Rafaelillo y Robleño seguiré apostando, con independencia de lo que hagan los de la venda. Muchas gracias toreros por este domingo, que por lo vivido podríamos llamarlo Domingo de Resurrección del arte, dadas sus condiciones y valores demostrados.
Siempre apetece verlos, aunque sea sin torear. ¡¡Dos grandes toreros, siempre!!
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