Los astados fueron cuatro y cuatro de los consabidos itos: Bernaldo de Quirós y Fernando de la Mora, mal presentados, aunque de mejor lámina los primeros, y tan malos de juego unos como los otros. Fue lo de menos, y si despertaron alguna protesta, esta se perdió entre el murmullo de las 32 o 33 mil personas que cubrieron los tendidos del coso de Insurgentes. Los que hicieron primero, cuarto, sexto bis, y octavo, dos de cada hierro, se dejaron meter mano sin bravura, ni fijeza o codicia, y con debilidad manifiesta.
Desafiando la capacidad de concentración del público, este despropósito duró cuatro horas, y evidentemente, mucha gente abandonó el embudo después de media corrida. La primera tanda de la variedad empezó en el mismo paseíllo, iniciado tarde y sin que se escucharan las órdenes de la autoridad por el pésimo estado del sonido local. Antes de romper, nos zumbamos minuto de aplausos, Ave María de Schubert, y honores a la bandera. Media hora de más.
¿A qué apela este batidillo, o simplemente no quiere decir nada? Seguro que el lugar de devoción de los creyentes no es la plaza de toros, que cobra un sobrado importe de entrada. En ese sentido, los rezos son un gancho débil para vender boletos. El ceremonial del estado-nación, como no signifique el respaldo del gobierno ante los prohibicionistas, tampoco aporta atractivo al espectáculo. Recuerda más a la costumbre estadounidense de incluir sus símbolos estatales en todas partes, que a la compleja simbología del estado hispano entreverada en el paseíllo.
Antonio Ferrera, padrino de la alternativa que se concedió, lidió a los toros segundo y sexto de la tarde-noche. Quedó poco para reseñar con aquel, de Fernando de la Mora, mientras que con éste, de Bernaldo de Quirós, desató el pandemonium en plan de auténtico showman. Después del entreacto entre variedades de hacer devolver al sexto sin que el público lo protestara, y sin que nadie sepa bien a bien por qué, el torero balear por fin se acomodó a la verónica.
Acto seguido, se montó en los lomos del cuaco de picar para lograr un puyazo bien ejecutado aunque breve. Breve como todos los simulacros de primer tercio que se registraron en esta desafortunada exhibición de conceptos taurinos en nuestra plaza insignia. La México era un delirio, aunque apenas le partieron el pelo a la resecilla aquella. Lanzó la vara descuidadadamente, echó pie a tierra, y pegó ralentizadas chicuelinas. Con las banderillas sobresalió un gran segundo par, y un quiebro no muy comprometido.
La faena de muleta fue breve, con momentos de mucho temple, aprovechando el pitón derecho potable que tenía Ayate, con esa heterodoxia ferrerista que parece afectada más que producto de la inspiración. Erguido, un muletazo en redondo por el lado izquierdo fue la cumbre de la faena.
La indultitis que sufre la Plaza México ya más que aguda es de extrema gravedad, pues solicitar el perdón de la vida de esta esmirriada y mansa res acusa una descomposición sobrada de la afición capitalina. Tan fue así que Ferrera, en vez de aprovecharlo, nos ahorró el ridículo y se tiró a matar con esta técnica tan suya de preparar la suerte sobre pies.
Merece una mención el juez Enrique Braun, quien no cedió ante los disparates de la afición, como la petición de rabo. Disparates que, según supimos, se replicaron desde la televisión al son de qué hace falta para cortar un rabo en la Plaza México. Bueno, si lo que hace falta es cubrir una lista cada vez más larga de suertes, entonces llegó el momento de anunciar tandas taurinas por actos, en las que el matador tal hará esto y aquello a la usanza de mediados del siglo XIX, en vez de corridas de toros con cuadrillas completas.
Algún enemigo de Morante de la Puebla le convenció de anunciarse en esta fecha de tanta exposición mediática con este ganado. Después de su temporadón en España y su reciente triunfo en Ecuador, además del ramillete de declaraciones sobre el rumbo del espectáculo y el ganado que sale en las plazas, vino a toparse con dos marmolillos de un petardo ganadero más que anunciado. Los trincherazos con que inició el trasteo del tercero de la función fueron lo único memorable de su participación en este festejo.
Diego Silveti contó con la suerte de enfrentarse con una res que medio se movía de Fernando de la Mora antes de que Ferrera, por lo que halló al público de dulce. Impactó con tremendo péndulo antes de ejecutar una faena de más a menos, y matar defectuosamente cobrando una benevolente oreja. Con el séptimo se aventó un soliloquio taurino de quince minutos que ahuyentó a miles de los tendidos. El subalterno Juan Ramón Saldaña resultó lesionado.
El nuevo matador de toros mexicano es Diego San Román, que se acomodó por momentos frente a un bernaldo de poquita fuerza. Desafortunadamente para su causa, pinchó y todo quedó en una salida al tercio. El octavo fue un toro de más picantito con el que había que cruzarse mucho y ponerse en el sitio. Cumplió la asignatura técnica con creces, y además emocionó con buenos derechazos antes de acertada estocada, que le valió una oreja.
Los acontecimientos recientes son poco alentadores. La amenaza prohibicionista es fuerte, promovida desde una comisión ad hoc para amplificar el discurso del abyecto legislador simulador Jesús Sesma, que cada tanto agrede a la fiesta Algunos grupos de seres grises, activistas, sustentan su movimiento. Son ínfimos y fascistas, pero militantes políticos que saben hacerse escuchar y copar los espacios de participación ciudadana del poder legislativo.
La afición taurina, no obstante que mayoritaria entre las fuerzas vivas de esta discusión, somos seres pasivos que denegamos el papel de la fiesta como hito urbano donde se hace ciudadanía y participación política, en favor de una cantinota con entertainment. Solo la organización ciudadana puede enfrentarse a los dos enemigos de la cultura: el estado y la iniciativa privada. La afición taurina, masiva, no puede enfrentarse a ninguno dada su lamentable desarticulación, que presume algún empresario de infausta memoria casi como un logro personal.
Por el lado de la iniciativa privada, todo parece indicar que el señor Bailleres está bastante complacido con el espectáculo que ofreció ayer. Antes de la corrida, y previendo este escenario, pensé que la nota podría titularse 'ven la tempestad y no se hincan'. Pero no, una mejor frase sería 'Somos la tempestad, ¡Hínquense!'.
--Galería de fotos: LaSuerteSuprema--
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