No han dudado prescindir de la tradición cultural de una ciudad prohibiendo. Como en muchas. Como ha sucedido aquí, en España, Francia y Portugal. Y al otro lado del océano, en Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Huelga decir que, en medio de este cataclismo político y demagógico coartando libertades, no queda otra que buscar desesperadamente asideros para agarrarse.
Siempre los hubo. Cada época arrastró demagogos de la política animalista. Ahora, más que nunca. He aquí la patética figura de estos otros mandatarios mexicanos comprometidos con el “maltrato animal” decidiendo en nombre de la razón y disponiendo de la fórmula para salvar: prohibir los toros en la Plaza México. Este es el objetivo. Y así seguirán, echándoles horas, días, semanas… tiempo a la causa pretendiendo, pese a tener frenada la decisión, ser la expresión de todas las conciencias menospreciando la opinión de los que se oponen. Los que defienden con mesura una Fiesta que también es mexicana.
Una de las nada despreciables ventajas que aún tiene el toreo en México es que la gente llena la monumental plaza al reclamo de las figuras a pesar de los sinsentidos que abundan en muchas de sus tardes de toros. Sucedió hace unos días en esa reivindicativa y tradicional Corrida Guadalupana. Cuarenta mil almas ocuparon los tendidos. Aunque hubo momentos en los que la escasa seriedad de algunos de los toros minimizó la emoción. Es ahora, en momentos tan delicados por los que pasa la fiesta brava en México, cuando toreros, ganaderos y empresarios se han de crecer para lograr objetivos que sólo se consiguen en el ruedo de la plaza, y hacer de ellos un fin en sí mismo. Porque, si no, aquí y allá, esto se acaba.
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