Siempre toma uno lección de estos festejos y, días pasados pudimos ver la corrida de toros que se retransmitió desde El Puerto de Santa María de la que sacamos muchas más conclusiones que en el día que la presenciamos en directo. Ante todo debo de confesar que, los narradores de dichos espectáculos son lo más parecido al ministerio de Cultura con su maldita ley por aquello de aprobar hasta los analfabetos; es decir, unos y otros buscan borregos para que les sigan. Lo explico.
Es admirable que se retrasmitan festejos taurinos, yo diría que imprescindible pero que, dichos informadores hagan el ridículo más espantoso del mundo me parece una crueldad extrema. Tengo la sensación que, entre narradores y toreros tienen todos un pacto de silencio por aquello de la crítica; es decir, ésta no existe en boca de estos aficionados que me consta que lo son, y lo explicaré más tarde para que vean que uno tiene sentido de la razón y de la armonía del propio espectáculo.
El festejo aludido me ha hecho reflexionar mucho; si ya lo hizo en su día, en esta ocasión vuelvo a enfatizar en lo mismo y, lo que es peor, no me cansare nunca de repetirlo. Quizás, antes que todo, yo debería de cerrar los ojos y pensar que estas personas que retrasmiten las corridas de toros están ganándose un sueldo y se deben a un jefe como es Movistar; un “jefe” que, por nada del mundo permitiría la menor crítica, cosa “lógica” por la razón antes apuntada pero, por el amor de Dios que, en ocasiones, las palabras chorrean sangre a borbotones. Fijémonos que, todos los toreros son magníficos, todos tienen virtudes para dar y tomar y, según estos hombres no existe nadie imperfecto y, si alguna culpa tenemos que echar, se la endiñamos al toro y todo arreglado.
En la ocasión a que aludo, para los comentaristas, Daniel Luque tiene los mismos valores estéticos y artísticos que Juan Ortega, dos de los toreros actuantes en aquella corrida que cito. Se pasaron las tarde ensalzando los valores de todos, aplaudiendo lo nefasto, defendiendo una corrida desclasada y mortecina de Justo Hernández y, para que todo saliera perfecto, a la hora de la petición de las orejas, desde el palco de retransmisiones se pedían con más fervor que en los tendidos de la plaza. Si no recuerdo mal, en aquella tarde para olvidar se dieron creo que fueron seis o siete orejas que, sobre el papel, dicho festejo daba la sensación de haber sido una tarde apoteósica.
Se premió el esfuerzo y la vulgaridad de Daniel Luque y los chispazos bellísimos de Juan Ortega pero, de ahí a que la tarde fuera de éxito si tratamos de comparar a los diestros citados, eso sería tanto como equiparar en el cine a Robert Redford con Mike Roneey, ambos son actores pero, del uno al otro hay una diferencia como la noche del día. Enaltecer, en la tarde citada a Daniel Luque como el gran triunfador y que en el último toro del festejo, tras los bellos destellos de Ortega le dieran las dos orejas, aquello resultaba poco más que una broma. Pese a que hoy sea el día de los santos inocentes, lo que digno no es ninguna broma porque ahora veremos el resultado de la parodia a la que he aludido.
Tras el festejo en que, insisto, aquellos hombres “buenos” por naturaleza crematística elogiaban todo lo bueno del festejo, como colofón final entrevistaron a Justo Hernández, el propietario de aquellos toros asquerosos que no tenían peligro alguno pero tampoco servían para nada, los toreros los mataron e hicieron lo que pudieron que no fue otra cosa que sudar la camisa por aquello de agradar al público.
¿Qué le ha parecido la corrida? Esa fue la pregunta para el ganadero que, humildemente contestó: “Una corrida mala, muy mala, de las que no debería salir nunca en ninguna ganadería. Me marcho muy disgustado”
Claro que, la pregunta nos la hacemos nosotros que, tras escuchar al ganadero comprendimos la farsa. Si el propio ganadero fue capaz de reconocer su fracaso, ¿cómo pudo ser posible que los informadores se pasaran la tarde elogiando a todo el mundo y tapando todo los defectos que tenían los toros que eran evidentes para todo el mundo. ¿Cómo pudo darse la carambola de que se cortaran tantas orejas en un festejo donde los toros fueron pésimos hasta el aburrimiento?
Lamento confesar que moriré sin entender nada. Creo que, a este paso, lo poquito que aprendí lo perderé en el camino. Mejor, como diría un amigo mío, cuando presenciemos un espectáculo taurino quitémosle la voz al televisor y hagamos nuestra propia composición de lugar como si estuviéramos en la plaza. Sin duda, una propuesta interesantísima. Así lo haremos.
Pese a todo, todavía me queda raciocinio para certificar que Germán Estela, Maxi Pérez y Emilio Muñoz son grandísimos aficionados, lo demostraron en sus comentarios en la corrida Magallánica desde Sanlúcar de Barrameda con los toros de Eduardo Miura. Allí, en aquellos momentos, les salió el alma de aficionados y, sin rubor, los tres, se emocionaron hasta la locura en dicho festejo y, de forma muy concreta con la actuación de Octavio Chacón. Cómo sería la cosa que, el maestro Emilio Muñoz confesó tener pánico a dichos toros incluso desde su puesto de comentarista porque, como torero, nunca se enfrentó a dichos toros. En aquella inolvidable tarde si fueron todos grandes aficionados y no se ciñeron a “guión” alguno. Hay mucha leyenda en Zahariche, tanta que, desde los lugares más insospechados se canta la verdad que originan dichos toros en la arena y, si para colmo, unos hombres se juegan la vida sin mácula alguna, es entonces cuando la gloria está servida.
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