Desgraciadamente, ese terreno se caracteriza por el uso sistemático y descarado de la mentira. Y en el caso del sacristán español asesinado en Algeciras por un salafista marroquí, todos los «análisis» y opiniones de los distintos actores sociales han sido pobres, deliberadamente falsarios y terriblemente cobardes. En realidad, lo único que puede esperarse de una sociedad tan líquida y viscosa como la occidental.
La primera afirmación imprescindible que debe hacerse en relación a este asesinato es que la víctima es un mártir de la cristiandad, y por tanto, carne de santidad.
Un hombre que no dudó en dar su vida por Cristo, por la única Fe Verdadera. «Quien dé su vida por mí, se salvará», dijo Dios hecho hombre; y Jesús, al contrario que el resto de los hombres, no mintió nunca. No hay nada más importante que esto: Diego Valencia es un mártir de la Iglesia.
Lo segundo que debe decirse claramente y sin medias tintas es que el asesino es un musulmán que gritó «Alá es grande» después de cometer el crimen; es decir, ejecutó lo que el libro sagrado del islam pide que se haga con los «infieles» que se resistan a creer en su «dios» o en su profeta. Por ejemplo, cuando dice:
«Matadles donde deis con ellos y expulsadles de donde os hayan expulsado. Tentar es más grave que matar. Si combaten contra vosotros, matadles: esa es la retribución de los infieles». Sura 2, versículo 193. O bien: «Cuando sostengáis un encuentro con los infieles, descargad los golpes en el cuello hasta someterlos». Sura 49, versículo 15.
Quienes ocultan la verdad de la religión mahometana, ya sean políticos, «periodistas» u opinadores en redes sociales, lo que están haciendo es perpetuar y facilitar la invasión musulmana que llevamos padeciendo bastantes años. Ocultan que su «fe» no es compatible con nuestra civilización. Ocultan que hay una violencia latente, un odio al que no comparte sus creencias, que hace de cada musulmán radical (esto es, que cree en la raíz de su fe) en un verdadero muyahidín.
Por si fuese poco, este asesino sarraceno, Yasin Kanza, estaba ilegalmente en España, porque el ministro de Interior socialista, Grande Marlaska, no ha cumplido la orden de expulsión a Marruecos que estaba pendiente desde hacía siete meses. Estaba aquí ilegalmente, cobrando ayudas con el dinero de nuestros impuestos, esperando el momento propicio para matar a cualquier español de bien que se negase a seguir su falso credo. Esperando su momento de ejecutar lo que su libro sagrado les pide hacer a todos los mahometanos (y si alguno no está dispuesto a cumplirlo, que tenga el valor de decirlo).
Insisto en esto: todos los que han ocultado esta realidad, son igual de culpables. Son culpables de la invasión musulmana, culpables de la estancia irregular en España de estos asesinos en potencia, culpables de la situación que permite el asesinato de decenas de españoles, por diversas causas, pero siempre a manos de los mismos. Culpables de que España no pueda defenderse de quienes jamás nos darán otra cosa que preocupaciones, sinsabores y crímenes. Tenemos ya muchas décadas (por no decir siglos) de experiencia.
A quienes callan para conservar su escaño, o su púlpito televisivo de 300 € / día. A quienes usan palabritas de praliné demócrata, para no incomodar al vecino de abajo. A quienes falsean la realidad dibujando una supuesta «convivencia pacífica» que solamente es miedo y sumisión de las siguientes víctimas. A quienes se lucran de la inmigración masiva con dinero manchado con la sangre de los inocentes. A todos, os digo: también a vosotros os llegará vuestra hora; la diferencia es que a vosotros os juzgará un Dios de verdad.
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