Vamos que, cualquiera que sea un aficionado neófito, hasta es capaz de discernir al respecto del toro lidiado, por ejemplo, los “cuvillitos” del domingo de Resurrección en Sevilla y los citados de San Agustín de Guadalix, una diferencia tan notable como la noche del día. Mana sangre a borbotones la diferencia a la que aludo porque, comparar unos toros con otros es una ofensa hacia la tauromaquia en general puesto que, mientras que los toros de las figuras dan grima, mejor diría, asco por su presentación y juego, los “ibanes” y “cuadris” dieron la medida auténtica de lo que debe ser un toro de lidia y, lo que es mejor, esa dignidad a la que aludo tuvo lugar en un pueblo.
El problema, como digo, son los nombres y es muy cierto. Como nombre, citar a Eduardo Miura ya impone respeto y seriedad, luego, sus toros, darán el juego que quieran dar pero, pensar que esos animales vienen de Zahariche eso es un plus añadido de cara a los aficionados. Pues eso mismo sucede con Fernando Cuadri y con Baltasar Ibán, ganaderías emblemáticas pero que tienen el “rango” de que ahora se les califique como encaste minoritario. O antes los toreros eran muy machos, o ahora son muy cobardes.
Lo digo porque, entre otros, a César Rincón le encumbró un toro de Baltasar Ibán, a él ya otros muchos, recordemos al toro Bastonito en Madrid y la oreja que Rincón le cortó a dicho burel, la que le valió más que cinco salidas por la puerta del Príncipe de los diestros actuales. De igual modo, creo que fue en la temporada del 2019, Curro Díaz le cortó una oreja a un toro de Baltasar Ibán en Madrid que nos supo a gloria bendita y, a su vez, otro toro le asestó una fuerte cornada a Román, lo que viene a demostrar que el toro encastado da problemas y, de vez en cuando reparte cornadas.
Ya tiene bemoles la cosa que, en lo que llevamos de temporada, para ver al toro en su majeza y seriedad, hemos tenido que acudir a la Copa Chenel y sus actuantes, un dato que nos da mucho que pensar puesto que, desde el primer festejo que se celebró de dicho evento hace ahora tres años, el toro siempre ha sido el gran protagonista de dichos festejos. Brindemos con dicha copa que, la misma, no ofrece el bouquet de la seriedad, el sabor de lo auténtico y la grandeza que supone ver al toro en todo su esplendor.
Nada que objetar a los chavales que han participado en la Copa Chenel, unos mejores que otros, como todo en la vida, pero ante ellos no cabe el menor atisbo de crítica porque, algunos, caso de Juan de Castilla, toreando de uvas a peras, trabajando diez horas diarias y en la soledad que supone para su persona saberse alejado de los suyos, ha tenido la gallardía de encontrarse con los mejores, hasta el punto de que puede llegar a la final. Mérito lo tiene, pero todo el del mundo puesto que, días pasados, en Puente Piedra, por tierras de Colombia, por el percance de Luis Bolívar tuvo que matar seis auténticos toros con una dignidad admirable. Y digo que no cabe la menor crítica desfavorable porque mientras los que mandan en el toreo lidian el burro amorfo y desmochado, los inexpertos toreros de dicho certamen se han tenido que enfrentar a la dureza del toro auténtico y, como se ha demostrado, algunos, hasta saboreando el éxito.
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