La fiesta de los toros, en sus distintas formas, en muchos pueblos de España, es consustancial al hombre o a la mujer de cada uno de ellos. Es la expresión de lo extraordinario, la ruptura necesaria con lo cotidiano (trabajo, rutina, preocupaciones...). La fiesta es por el contrario la reacción a todo eso. Es lo excepcional, lo inusitado, lo asombroso, lo milagroso. Y significa por tanto vacación y liberación. Una especie de terapia colectiva, en un clima de hermandad y solidaridad. Una tregua primaveral en pro de la cohesión social, dando salida a tensiones acumuladas y evitando o amortiguando conflictos enrarecidos. Es también un retorno al pasado y con los antepasados, y el reencuentro de las familias separadas por razones de trabajo. Es la exaltación de lo colectivo y la liberación de lo individual. Mezcla de clases y grupos sociales, jóvenes y viejos, vecinos y visitantes. Tan solo la devoción al patrón o la patrona puede restarle protagonismo al acontecimiento social que suponen los toros.
Que a estas alturas, municipios como Beas de Segura y Arroyo del Ojanco, hayan podido o hayan sabido mantener tanto tiempo y tan bien conservadas estas celebraciones de tan alto contenido simbólico y ritual constituye un motivo de orgullo para todos. Y tenemos la obligación como aficionados y como españoles de conservar la riqueza histórica y el valor cultural de lo que en ellas se representa, de tal modo que la cantidad —de toros o de visitantes— no ensombrezca nunca la esencia de lo que es un rito milenario. Vivimos tiempos en los que hasta las instituciones supranacionales como la Unión Europea reclaman y apoyan la valorización y gestión del patrimonio natural y cultural, lo que, si nos lo creemos —nosotros y nuestros gobernantes— supone para la fiesta una gran oportunidad para reivindicar de una vez por todas un tratamiento adecuado a su importancia histórica, folclórica, ecológica, artística, económica, cultural y hasta moral. Aunque esto último expresado, como diría Hemingway, bajo un criterio personal que no intento defender. Y hasta para los aficionados a los toros convencionales —por así decirlo— ir y participar en esas fiestas de pueblo supone un buen ejercicio de oxigenación taurina. Si alguien sufre alguna vez una crisis de fe sobre la continuidad o no de la fiesta de los toros, tiene la oportunidad de aclararse asistiendo y participando en ellas. Allí podrán ver la luz de ese túnel taurino oscurecido por complejos absurdos, vergüenzas injustificadas y esnobismos más o menos “verdes”. Sin olvidar miserias propias, que también las hay.
Todo excelente menos esa soga en la cabeza del Toro eso se debe eliminar ...
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