Y hoy mantengo mi diagnóstico, pero en Andalucía, con gran entusiasmo por parte del PP se homenajea al tonto andaluz, y en las provincias vascongadas se adora con devoción al fundador del «bizkaitarrismo» (sic), que fue un majadero de órdago y cuya única acción heroica reconocida consistió en llevarse a su mujer de viaje de novios a Lourdes. Sus libros de pensamientos y sentencias, De su Alma y de su Pluma, así como Bizkaya por su Independencia, del que poseo un bello ejemplar encuadernado de su primera edición, Bilbao 1892, Tipografía de Sebastián de Amorrortu, sólo pueden ser considerados como libros de humor, en el peor sentido de la palabra. A su lado, la novela de Jorge Llopis Lo malo de la guerra es que hace ¡Pum!, es una obra de arte.
La mentira, la falsedad cretina, cuenta con mucha clientela en España, y de ello mucha culpa tienen las tertulias de las cadenas de televisión privadas subvencionadas con dinero público. A La CuatroTV acude frecuentemente Cristina Almeida, abogada laboralista comunista, de caudalosa verborrea, y excesivamente nostálgica de las añoranzas pasionales vividas en su juventud. Curiosas añoranzas, por otra parte.
Y en una tertulia, los españoles oímos de la voz que su boca emitía, algo brutal. La represión franquista más terrible y cruel, ignorada hasta la fecha por todos los que vivieron aquellos años, el que escribe incluido. Que Franco prohibió hacer el amor durante la Semana Santa.
Es decir, que Franco apareció un día en las pantallas en blanco y negro de TVE, y con una determinación inflexible y autoritaria anunció de esta guisa a los españoles la ocurrencia de Cristina Almeida, probablemente, la única española de veinte a cincuenta años de edad, que obedeció a rajatabla al Jefe del Estado: «Españoles, el próximo lunes se inicia la Semana Santa hasta siguiente domingo, que es el Domingo de Resurrección. Queda, por lo tanto, terminantemente prohibido hacer el amor durante el período anteriormente referido».
Puedo decir, y lo digo, que no me enteré. Y ahora, con cuarenta años de retraso, reconozco mi desobediencia. El problema no es que Cristina Almeida diga una mentira adornada de plena sandez. El problema es que hay centenares de miles de imbéciles capaces de creer a pies juntillas las tonterías de Cristina Almeida. Para perseguir a los infractores, Franco dispuso que la Brigada Político-Social, autorizada por su alta autoridad, preguntara puerta por puerta en todos los hogares de España. –¿Hay personas en este piso que estén haciendo el amor? Si lo están haciendo y no interrumpen el acto inmediatamente, lamentándolo mucho, nos veremos obligados a detenerlos–. Nadie recuerda tan brutal represión, excepto Cristina Almeida, que no fue molestada ni cuestionada por la Brigada Anti-Polving del franquismo, aún a sabiendas de su volcánica actividad conculcadora del Sexto Mandamiento, de semejante intensidad a la de Luis Miguel Dominguín, Mario Cabré, Ava Gardner y Bette Davis, que ya estaba un poco mayor. Enterarse a estas alturas de la vida, que de joven me enfrenté al franquismo reiteradamente, es algo que merece medalla y reconocimiento oficial . Y reclamo el homenaje.
Me temo que doña Cristina no puede presumir de lo mismo. Ella obedeció. Quizá porque no hubo tu tía, pero obedeció.
Nueva Historia de España.
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