--Y otra persona clave en su carrera fue Victorino Martín.
Sí. La tarde del rabo al toro de Victorino en Bayona, el 1 de septiembre de 2002, fue crucial. Hasta ese momento yo nunca había toreado un astado de él, ni había estado en su finca. Fue una cosa curiosa. Era el primer año en el que me apoderaban Manolo Tornay y Santi. Oscar y Pablo Chopera me pusieron en Vic Fezensac. Y aquel día le cortó dos orejas a un toro de Ramón Flores. Hacía mucho tiempo que nadie cortaba dos orejas en aquella plaza. Y ellos me dijeron que me iban a dar un premio, que era ponerme en Bayona.
Entrevista de Enrique Amat
Avance Taurino / Valencia, 6 de Mayo de 2021
El 12 de octubre de 2019, Manuel Jesús El Cid se despidió de los toros en Zaragoza. Después de salir por la puerta grande,se subió en la furgoneta con sus tres banderilleros: Curro Robles, Lipi y Rafael Limón. Y una vez partieron para el hotel, les dijo: “Señores, ¿y ahora que hacemos?.
Eso le queremos preguntar. Manuel, ¿y ahora qué hace usted? ¿A qué dedica el tiempo libre?
Pues hago la vida de un ciudadano normal. Estar en casa, entrenar, ir al campo. Lo que es la vida cotidiana. Estar con la familia, cuidar de la finca, matar el tiempo, que no es poco. Sobre todo con todo esto que ha pasado con el COVID. Estoy en casa más tiempo, sin obligaciones. Una vida normal y corriente. Tampoco me ha salido de lo que hacía antes cada día.
Hombre, algo habrá cambiado después de tantos años en la profesión: 923 corridas de toros, 116 novilladas. Vida de trajín y tensión. Decía el maestro Manzanares que él volvía a los ruedos porque tenía mono del miedo.
Algo de eso ahí, de lo que decía el maestro. Pero más que mono del miedo, es un vacío que uno siente. Porque uno acaba por estar acostumbrado a la adrenalina, a la responsabilidad que supone ponerse el traje de luces. A la incertidumbre, a enfrentarse con el público y a un toro. A la lidia, a la plaza. Ahora unos llevo una vida más placentera, intentando hacer otras cosas que te pueden llenar. Pero el contacto con el toro, con la afición, es distinto. No se puede vivir sin ello. Eso no lo puedes dejar nunca. Se puede desconectar, pero es difícil cuando las dos terceras partes de tu vida se ha consumido en viajes, en toros, en plazas, en ir al campo, en vivir por y para el toro.
Usted es sevillano, pero vivió en Madrid siete años en una especie de exilio y acabó siendo torero de Madrid.
Así es. Tras debutar con picadores, las cosas estaban difíciles. Y me fui a vivir allí con José Maquillas Gallo de Morón. Mi vida era ir a la casa de Campo y entrenar sin desmayo. Y luego toreaba poco y duro. Había que tener mucha afición. Y eso se aguanta sobre todo porque uno quiere llegar a cumplir un sueño. La afición te ayuda a no abandonarte. A superar los momentos malos. Porque en el toreo hay muchos momentos malos, a cambio de pocos buenos. Los buenos te hacen olvidar los malos. Cuando triunfas en la plaza se te olvida todo. Pero hay que creer en uno mismo, no desfallecer, tener mucha afición. Y ser consciente de que tu límite no lo conoces ni tú mismo. El ser humano nunca sabe hasta dónde puede llegar. Por eso no hay que dejar de intentarlo.
A pesar de que usted lo pasó mal y fueron muchos años de travesía del desierto, siempre he dicho que no se hubiera cambiado por nadie.
Es que los comienzos de cada profesión son así. Esta es la piedra angular y fue la piedra angular sobre la que puse los cimientos de mi carrera. Y si los cimientos no son fuertes, el edificio se cae. Toreaba poco, pero cada vez que salía la plaza intentaba absorber, asimilar y aceptar lo que era el toreo. El debut con picadores fue coser y cantar. Fue en Salteras, del 6 de febrero de 1994, con mi hermano y el Umbreteño. En tu pueblo todos te adulan. Te crees que todo es bonito. Pero luego te das un golpe, te caes del caballo, ya que la realidad es dura, difícil y complicada. El toreo no solo cortar una oreja. Supone mucho más.
Eso usted lo vivió en casa con su hermano, El Paye.
En parte, yo empecé a querer ser torero por él. Porque cuando él toreaba, como era mayor que yo, me iba con él, le acompañaba al campo y a las plazas. Y era una cosa que me motivaba mucho. La primera vez que me puse delante de una vaca fue en la finca de Manolo Tornay. Qué casualidades tiene la vida. Porque luego nuestra vida estuvo muy ligada. Fue mi apoderado durante muchos años junto a Santiago Ellauri. Y mantenemos una gran amistad, una relación personal y profesional muy bonita. Mi hermano dejó de torear y yo seguí. No me aburrí seguir para adelante. Hasta llegar a donde pude llegar.
Una persona entrañable en su vida profesional es Pepe valiente.
Es que Pepe es casi mi segundo padre. Ha sido mi mozo de espadas desde que empecé a torear sin caballos y se jubiló conmigo, el día que me retiré. Yo me lo llevo todavía el campo, siempre está mi lado. Lo sabe todo de mí, es leal, serio y me quiere. Una persona importante en mi vida. Luego me ayudó mucha gente, como José Maguilla, Rafael Corbelle, Gonzalito. Recuerdo con especial afecto al ganadero Paco Galache. Porque tuve la suerte de estar en su casa mucho tiempo. Era en en los tiempos en que a las fincas únicamente iban los matadores. Y los novilleros sólo hacían la tapia, salvo que fueran ya figuras o les apoderasen grandes empresas. Pero desde el principio él sin embargo me daba muchas vacas, aunque era solo un novillero. Don Francisco me dio cobijo y casa desde el primer día. El me echaba muchos toros. Y sobre todo, tengo que recordar las tertulias con él. Como persona fue alguien entrañable, cariñoso. Y como ganadero, su hierro fue uno de los más importantes, las figuras del toreo se lo rifaban en las ferias. Fue un adelantado a su tiempo. En los años 60, el hecho de que humillasen los toros y se desplazasen no era normal. Y eso lo consiguió. Y luego esas charlas taurinas hablando de muchas cosas. Por ejemplo de Manolete, que había estado mucho en su casa. Me enseñaba su habitación, hamaca en la que descansaba. Aprendí muchas cosas de esta persona, y de ese concepto del toreo que es al que al buen aficionado le gusta.
Volvemos a Madrid, donde se hizo usted torero.
Pues sí, aparte de que viví allí siete años, de las ciento y pico novilladas que toreé, dieciocho fueron en Las Ventas. Casi la cuarta parte de las que maté. En Madrid me hice torero. Con lo difícil que es torear en Madrid, yo tuve la suerte de entrar en esa plaza. Después de hacerme en el Valle del Terror, en el Valle del Tiétar. Y es que muchos aficionados de los sectores duros y exigentes de Madrid son de esos pueblos, y me habían visto crecer por aquellos lares. Vieron en mí posiblemente virtudes que incluso yo desconocía. En las tardes complicadas en Madrid ellos me empujaban. Y siempre di la cara en Madrid. Mi debut fue con una novillada imposible de la Guadamilla, el 19 de marzo de 1995, que fue el primer palo que me pegó mi vida. Yo iba con toda la ilusión, Y las cosas no salieron bien. Porque en el toro dos y dos no son cuatro. Los chavales de ahora piensan que todo es fácil. Que con cortar una oreja ya está todo solucionado. Cortar una oreja en sí ya es complicado. Pero luego hay que seguir, y que te pongan otro día y mantener el nivel. Porque si no, el castillo de naipes se viene abajo. Cuando triunfas no debes quedarte ahí subido, porque hay que volver a estar bien al siguiente día con otro novillo. Estés como estés en ese día, da igual si te duele la cabeza o si estás desanimado. Cuando estás ahí abajo, en el ruedo, da lo mismo cómo te encuentres. Tú tienes que estar bien sí o sí y eso es lo que espera la afición, sobre todo cuando ya te ha visto triunfar. Entonces te exigen más y hay que revalidar los triunfos día a día.
Hoy hasta los chicos de las escuelas lucen vestidos de estreno a las primeras de cambio. Y usted precisamente tuvo que esperar hasta la tarde de la alternativa para estrenar un traje de torear.
Pues sí, así es. El primer terno que me hice yo a medida fue el de la alternativa. Y tiene su anécdota. Porque yo quería uno espuma de mar y oro. Y Antonio, el de la sastrería Fermín, no sé lo que anotaría, porque al final cuando fui a probármelo, dos semanas antes de la corrida, era verde manzana. Yo le dije este no es mi traje. Y todo el mundo se extrañó de verme con ese color. Pero bueno, es lo que había. Y sí, yo había utilizado siempre vestidos de segunda mano. De becerrista y ya toreando con caballos, llevaba uno verde esperanza que había pertenecido a Tomás Campuzano. Me quedaba un poco ancho, pero como yo tenía casi la misma estatura que Tomás, pues el arreglo quedó aparente. Luego tuve otro caña y oro, que había sido del maestro Ortega Cano. Y ese fue el terno que lucí en mi primera novillada picada en Madrid. Y luego tuve un azul y oro con unos bordados de flores muy bonitos, que fue de Julio Aparicio. Lo cierto es que fueron tres vestidos de tres toreros con un concepto que a mí me gustaba, y algo de ellos se me pegaría.
Decía el maestro Paquirri que en el toreo hay que saber aguantar y esperar. Y usted parece que lo largo de su carrera hizo suya esa frase.
Pues sí, es una buena receta. Porque yo, desde la tarde de la alternativa en Madrid hasta la corrida de Bayona de los Victorinos, que me lanzó y me puso en órbita, tuve que esperar tres años. Yo tomé la alternativa el 23 de abril de 2000. Me la dio David Luguillano en presencia de Finito de Córdoba. Era un Domingo de Resurrección. Y tuve que esperar hasta después de San Isidro para que me volvieran a poner. Era cuando la plaza de Madrid la llevaban los Lozano. Quienes por cierto se portaron siempre muy bien conmigo. Tanto José Luis como Eduardo, y sobre todo Pablo. Yo entrenaba a veces en El Palomar, y allí estaba Pablo, quien era un aficionado excelente. Era una delicia hablar de toros con él. Era una enciclopedia. Es una de las personas que harían falta siempre en el toreo.
Y otra persona clave en su carrera fue Victorino Martín.
Sí. La tarde del rabo al toro de Victorino en Bayona, el 1 de septiembre de 2002, fue crucial. Hasta ese momento yo nunca había toreado un astado de él, ni había estado en su finca. Fue una cosa curiosa. Era el primer año en el que me apoderaban Manolo Tornay y Santi. Oscar y Pablo Chopera me pusieron en Vic Fezensac. Y aquel día le cortó dos orejas a un toro de Ramón Flores. Hacía mucho tiempo que nadie cortaba dos orejas en aquella plaza. Y ellos me dijeron que me iban a dar un premio, que era ponerme en Bayona. Por aquel entonces era una plaza muy señorial de Francia, a donde iban todos los aficionados del País Vasco. Tenía un gran ambiente. Se respiraba un gran señorío y era un lujo torear allí. Como yo no conocía la ganadería, le llamé a Pepín Liria, que era un experto en la misma. Y me dijo que no me preocupase. Bueno, que eran toros que se quedaban cortos, que eran exigentes, que había que estar muy asentado y pendiente con ellos. Yo la verdad es que iba un poco asustado, pero luego decidí que iba a torear la corrida de Victorino como si fuera una de Juan Pedro. Y tuve la suerte de que me saliera Gamberro y le corté el rabo. Y aquello fue un punto de inflexión en mi carrera. Y, lo que son las cosas, a otro toro de Victorino que también se llamaba Gamberro, le corté dos orejas en Madrid, lo que significó mi primera puerta grande en Las Ventas. Ambos eran hijos de la vaca Gamberra, que en Victorino siempre ha dado muy bien. Luego un año, como el 2014, toreé hasta 14 corridas suyas en un año. s una ganadería que me dio mucho.
Hay una serie de toros importantes en su carrera. Muchos de ellos en Madrid. Guitarrero de Hernández Pla en mayo del 2002. Bombonero de Victorino el 2004. Portilloso de El Pilar el 15 de mayo de 2008. Verbenero, de Victoriano del Río en octubre de 2013. O Madroñito, de Adolfo Martín, en Santander.
A muchos de ellos me hubiera gustado matarlos bien después de haberlos cuajado. Como Portilloso, de El Pilar. Aquella fue una tarde muy bonita. Pero sobre todo a Guitarra de Alcurrucén. Si lo llego a matar me dan el rabo. Era la tarde de confirmación de alternativa de Eduardo Gallo. Y toreó también César Rincón, quien aquel día abrió la puerta grande. Yo no, porque lo pinché. Luego vino Gamberro de Victorino.
A usted se le echaba en cara que tenía suerte en los sorteos, pero la verdad es que siempre fue muy generoso con los toros y trató de ayudarles a romper.
Pues sí, a veces la gente me decía eso de los sorteos. Pero se puede tener suerte alguna vez, pero no todas. Yo siempre procuraba dar la distancia a los toros, lucirlos, dejarlos llegar. Hay que tener suerte, pero también ayudar al toro a romper. Dejarles ver. La suerte la puedes tener algún día, yo la verdad es que sido afortunado. Pero también es que los toros han sido afortunados conmigo. Siempre me ha gustado el toro alegre, con emoción y con movilidad. Y para ello, hay que cuidarle durante los dos primeros tercios. A veces eso de la movilidad me engañó, y el toro acabó por romper a malo. Y la gente se había engañado, sobre todos los aficionados menos buenos, que pensaban que el toro era mejor de lo que había sido. Pero este era mi concepto. Y si me acoplaba, aquello era algo grande. La pureza, el clasicismo y la emoción es lo que perdura, es lo que queda en el recuerdo. Y a pesar de pinchar, la gente no se olvida de las faenas.
Alguien escribió que es mejor decir: ¡Cómo toreó el Cid!, que El Cid cortó dos orejas. Y es que lo bueno es que la gente se acuerde de lo que uno ha hecho en la plaza.
Eso es lo importante. Que las faenas queden en la memoria del aficionado. Yo siempre he preferido pegar muletazos a un toro. Si no lo matas, pues no puedes hacer nada. Pero peor es matar un toro bien sin haberle dado pases. Aunque eso sí, a los toros que cuajas los tienes que matar. Porque en definitiva es la firma y la rúbrica de una obra. Cortar trofeos y que la gente salga contenta. Hoy en día solo se acuerdan de los finales. La memoria taurina actual es efímera y se quedan siempre con el final de todo. Pero en el recuerdo de los aficionados queda lo que se ha hecho.
Díganos su preferencia, las Puertas del Príncipe o las de Las Ventas. Se dice que Madrid lo lanzó, Sevilla le confirmó y Bilbao le consagró.
Hombre, eso es como preguntar a quién quieres más, a papá o a mamá. Yo he abierto hasta cuatro veces la Puerta del Príncipe. Y hacerlo una sola vez ya es un sueño. En Sevilla muchas grandes figuras no lo consiguieron nunca. Es algo complicado y difícil. Y yo en el 2005 en diez días lo conseguí dos veces. El 27 de marzo y el 7 de abril. Y la Puerta Grande de Madrid es también es para pocos elegidos. El 3 de junio de ese mismo año 2005 la abrí en Madrid con una corrida de Victorino. La verdad es que es un privilegio haber conseguido abrir varias veces las dos.
Y a pesar de ello, a veces daba la impresión de que El Cid no tenía quien le cantase.
Bueno, eso ha sido mi sino. Pena no tengo. Pero sí es verdad que incluso siendo ya figura y toreando todas las ferias, nunca tenía ganado el puesto año tras año. Yo me lo tenía que ir ganando en la plaza. A mí me daba mucha envidia oír a los compañeros en diciembre que ya tenían la temporada hecha, que ya tenían hasta setenta corridas de toros firmadas. Y yo hablaba con Santi y le preguntaba cómo iba la cosa y me decía: “ahí estamos hablando”. Y tenía que ir todos los años a Madrid y Sevilla triunfar, y a partir de ahí firmar los contratos. Pero esa exigencia me ha obligado a superarme y mejorar. Era una espada de Damocles, pero aquello me daba mucha fuerza mental. Pero era muy duro, porque si se te iba un pie te cortaban la cabeza. Porque nunca me llevó una casa grande. Porque la empresa de Sevilla nunca me apoderó, en contra de lo que se decía. Mis apoderados trabajaban en ella, pero no me apoderaba Ramón Valencia.
Y los seis toros de Bilbao también marcaron un antes y un después.
Aquella tarde del 25 de agosto de 2007 fue fundamental. Una de las más importantes de mi vida. Como profesional, supuso una prueba conmigo mismo. Intentar ver dónde estaba mi límite. Fue una tarde emociones, de ver hasta dónde podía llegar. En una corrida normal, entre toro y toro descansas. Pero cuando matas seis, no puedes ni respirar porque todos son para ti, y tienes que salir de un toro a otro sin recuperar. Fue la tarde épica, muy bonita y que ha pasado los anales de la historia de Vista Alegre y de mi propia vida.
Hablemos de El Cid más personal.
Supersticioso no soy mucho, tengo mis manías. Pero no hay que perder tiempo en ser supersticioso, porque eso te quita espacio para otras cosas. Soy del Betis, me gusta el fútbol. Ser bético es un sentimiento. Es otra forma de ver el fútbol y la propia vida. Quizá el club no ha llegado a tanto por su forma de ser. También me gustan los caballos, la bicicleta. El cante flamenco, sobre todo gente como José Mercé y Camarón de la Isla. Y soy muy de la Semana Santa. Soy hermano del Baratillo, del Gran Poder y de la Virgen de la Oliva de Salteras, que le ha llevado siempre conmigo.
Y sobre todo, le ha gustado siempre ver, oír, callar y aprender.
Muchas veces observando es como se aprende. A mí me gusta llevar ahora al campo a los tentaderos a chavales. Y les digo que se pongan delante sólo de los animales buenos. Porque a base de porrazos no se aprende. Y es que viendo a veces se aprende más que haciendo. Porque así no coges vicios que luego te duran toda tu carrera. Hay que captar, ser una esponja, y los mayores te pueden enseñar hacer las cosas mejor.
Valencia.
Es una ciudad que tiene una gran plaza y muy buenos aficionados. Tengo grandes recuerdos de ella. Allí toreé como novillero, y luego hice el paseíllo muchas tardes y triunfé. Especialmente emotiva fue la tarde del Pilar del año 2005. Fue el 20 de julio, le corté tres orejas a la corrida. También estuvieron aquel día muy bien César Rincón y el Juli. La verdad es que fue una tarde extraordinaria. Me llevé muchos premios.
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